San Roque, san Alfonso Rodríguez y san Juan del Castillo, los tres hijos de san Ignacio de Loyola que vertieron su sangre para implantar la verdadera religión entre los indios de Paraguay. Plinio María Solimeo Hijo de Bartolomé González de Villaverde y de María Santa Cruz, nobles españoles, Roque nació en Asunción en 1576, en el seno de una familia de siete hermanos. Criado por sus padres en la virtud y la piedad, estudió en el colegio de los padres jesuitas de su ciudad natal. A los quince años de edad ingresó en el seminario, donde fue ordenado sacerdote siete años después. Desde muy joven, el recién ordenado sacerdote se preocupó por la suerte de los indios guaraníes, cuya lengua dominaba. Sentía gran admiración por el misionero franciscano español fray Luis de Bolaños, pionero de la evangelización de los guaraníes en Paraguay, y quería seguir su ejemplo. Este fraile, que dedicó más de 50 años de su vida a dicho apostolado, fue uno de los iniciadores del sistema de “reducciones” en los actuales territorios de Paraguay y Argentina. Sin embargo, no era ese el deseo de su obispo franciscano, fray Martín Ignacio Martínez de Mallea, otrora famoso navegante, con dos viajes de circunnavegación alrededor del mundo en su haber. Ordenado sacerdote en 1572, era conocido como “Don Martín de Loyola” por ser sobrino nieto del fundador de la Compañía de Jesús. El prelado destinó al padre Roque a ejercer su ministerio en la capital, donde permaneció por espacio de nueve años. Pronto le encomendó la tarea de pacificar a los indios yerbateros de la Sierra del Maracaju, al norte de Asunción. Su éxito fue tan grande que fray Martín lo nombró sucesivamente párroco de la catedral y vicario general de la diócesis. No obstante, al perseverar en su deseo de dedicarse por entero a las misiones entre los aborígenes, Roque González decidió ingresar en la Compañía de Jesús, lo cual se concretó en 1609. Como jesuita, participó en 1610 en la fundación de la reducción de Nuestra Señora María de los Reyes, que agrupaba a nativos de la etnia guaicurúes, situada a una legua del río Paraguay, frente a la ciudad de Asunción. Las reducciones jesuíticas ¿En qué consistieron las misiones jesuitas con los indios en América, de las que tanto se habla, y que llegaron a conocerse como “reducciones jesuíticas”? Cuando los europeos llegaron al Nuevo Mundo, particularmente en las selvas de América del Sur, encontraron a pueblos muy primitivos y en estado salvaje. Los reyes de España y Portugal, deseosos de atraer al seno de la Iglesia a esas almas redimidas por la preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, pusieron siempre gran empeño en evangelizarlas. Entre los misioneros que se entregaron a esta empresa figuraban los jesuitas, fundados por san Ignacio de Loyola, en el fervor primero de su vocación. La tarea no era fácil, pues tenían que lidiar con el primitivismo, con hábitos depravados, la embriaguez, la promiscuidad y un sinnúmero de vicios propios de pueblos decadentes. Convencidos de que sería muy difícil trabajar con ellos viviendo en su ambiente corrompido, comprendieron que era más conveniente sacarlos de ese contexto y situarlos en otro en el que encontraran los beneficios y los progresos característicos de la civilización cristiana y, por encima de todo, la verdadera religión. Así surgieron las “reducciones”, es decir, pueblos indígenas organizados y administrados por los padres jesuitas como parte de su cuño civilizador y evangelizador. La Enciclopedia Católica reproduce los siguientes comentarios del historiador Anthony Huonder sobre estos verdaderos poblados: “Las Reducciones del Paraguay son justamente calificadas como un modelo de mancomunidad teocrática. La religión regía toda la vida pública y privada. (…) Era necesario acostumbrar a los indios a la moral cristiana y al amor al trabajo mediante una combinación de suavidad con severidad. “La rutina diaria, marcada por el toque de la campana, la estricta segregación de los sexos en la vida pública comunitaria exigida por el jus indicum, junto con un prudente sistema de vigilancia exigido por la mezcla de cristianos viejos, neófitos y los recién llegados que venían constantemente de la selva, ayudaron a conseguir este resultado. (…) Por medio de himnos catequéticos fáciles de aprender, las doctrinas y los principales acontecimientos de la vida de Cristo y de los santos se grababan en la mente de los aborígenes”. Como la educación desempeñaba un papel importante en la evangelización de los indios, “cada reducción tenía, al menos durante el último período, una escuela elemental con maestros indios educados por los padres jesuitas; allí, al menos los niños, sobre todo los hijos de los caciques y los indios más prominentes, de cuyas filas procedían en su mayoría los jefes de los pueblos y otros funcionarios, podían aprender a leer, escribir y aritmética”.1 Hoy en día, en aras de lo “políticamente correcto”, se critica la colosal labor de los misioneros que evangelizaron nuestro continente, en particular, las reducciones jesuitas. Por eso, nos parece oportuno citar una declaración al respecto de alguien absolutamente insospechado. Se trata del infame y sarcástico Voltaire, que sin embargo afirmó: “Cuando las misiones de Paraguay perdieron la administración de los jesuitas en 1768, estas habían alcanzado tal vez el más alto grado de civilización al que puede arribar una nación joven (…). En esas misiones, las leyes se respetaban, la moral era pura, una dichosa hermandad unía a todos, las artes útiles e incluso algunas de las ciencias florecían, había prosperidad y abundancia en todas partes y en todos los sentidos”.2 Nuestra Señora de la Concepción: “la Conquistadora” En su fervor misionero, el padre Roque pasó gran parte de su vida evangelizando a los indios de extensas regiones, que hoy pertenecen a cinco naciones. Así, junto con el veterano jesuita italiano Vicente Griffi, fue enviado a pacificar a los feroces y belicosos indios guaicurúes del Chaco, lo que dio lugar a la fundación de la reducción modelo de San Ignacio Guazu. Fue allí donde su provincial, el padre Diego de Torres Bollo, entregó a san Roque González una imagen de Nuestra Señora de la Concepción, a la que pasó a llamar “la Conquistadora”, pues muchas veces le bastaba con mostrarla en alto para que los indios se convirtieran. El cuadro milagroso lo acompañó en todas sus largas y arriesgadas empresas misioneras. Desgraciadamente, la reducción de San Ignacio Guazu no prosperó, porque los guaicurúes siempre fueron muy refractarios al trabajo misionero. Por lo cual los jesuitas la abandonaron en 1626. En tierras “gaúchas” Después de evangelizar en territorios de la actual Argentina y Paraguay, el futuro mártir se estableció finalmente en 1619 en Río Grande del Sur, cautivando de inmediato la simpatía de sus habitantes por su extrema bondad y gran habilidad lingüística. El 3 de mayo de 1626 celebró su primera misa en suelo brasileño, bautizando la nueva fundación con el nombre de “San Nicolás”. Esta fue la primera semilla de la verdadera religión en la región al este del río Uruguay, que más tarde florecería tan espléndidamente. Según el escritor gaúcho Nelson Hoffmann, autor de Terra de Nheçu, solo después de siete años de negociaciones con el jefe indígena Ñezú se le permitió establecer la comunidad de San Nicolás. Todavía en tierras gaúchas, el incansable misionero fundó otras seis reducciones de pueblos guaraníes. San Juan del Castillo Rodríguez Nació el 14 de setiembre de 1596 en Belmonte, España. Noble, aventurero y religioso, recibió una excelente educación. Después de seguir estudios de leyes, ingresó a la Compañía de Jesús en 1614, entusiasmado con la perspectiva de venir a evangelizar América. En 1616, junto con 37 compañeros, viajó a Argentina, donde concluyó sus estudios en Córdoba. En Chile, ejerció como maestro de gramática en Concepción. Fue ordenado sacerdote en 1625. Atendiendo a sus deseos, el futuro mártir fue enviado a las misiones del Paraguay, bajo la dirección del padre Roque González. Junto con el padre Alonso Rodríguez, fundó una nueva reducción a orillas del río Ijuí, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. El padre Castillo quedó encargado de dirigirla, mientras que los otros dos se dirigieron a Caaró (en el extremo sur de Brasil), donde establecieron la reducción de Todos los Santos. San Alfonso Rodríguez de Olmedo Alfonso Rodríguez nació en Zamora, España, el 10 de marzo de 1598. Realizó sus estudios de humanidades en la célebre Universidad de Salamanca e ingresó posteriormente en la Compañía de Jesús, donde se ofreció como voluntario para trabajar en las misiones del Nuevo Mundo. Fue enviado a América en el mismo contingente que el padre Juan del Castillo, y llegó a Buenos Aires el 15 de febrero de 1617. Completó sus estudios en Córdoba, donde por breve tiempo ejerció de docente. Luego fue destinado a la evangelización en las reducciones indígenas, auxiliando al padre Roque, con quien fundó la reducción de Caaró el 1 de noviembre de 1628. El martirio
Relataremos el martirio de estos tres héroes de la fe a partir de la descripción hecha por Nelson Hoffmann en su obra Terra de Nheçu —nombre del cacique que tuvo un papel relevante en el martirio de estos tres misioneros, quien se había declarado enemigo mortal de los religiosos e instigaba continuamente a los feroces indios contra ellos—. Así, el 15 de noviembre de 1628, después de celebrar la santa misa por los indios convertidos, san Roque González estaba levantando un pequeño campanario en la capilla recién construida cuando fue atacado a traición por sicarios del cacique Ñezú, quienes lo golpearon en la cabeza con una hacha de piedra (itaizá). El santo misionero murió al instante, lo despojaron de la vestimenta y desfiguraron su cuerpo. Luego lo arrastraron al interior de la capilla y le prendieron fuego. A pocos pasos de allí estaba el padre Alfonso Rodríguez, quien al oír los gritos de los indios salió a ver qué pasaba. Al instante fue asesinado por ellos, y su cuerpo igualmente descuartizado. Lo mismo ocurrió con el tercer misionero, el padre Juan del Castillo, muerto en la misión de San Nicolás. El corazón milagroso Dos días después, los indios volvieron para saquear los escombros de la capilla y vieron que el cuerpo del padre Roque apenas se había quemado. Entonces, le atravesaron el corazón con una lanza. Según la tradición, se oyó una voz misteriosa salida de aquel órgano, que representa el amor: “Habéis muerto al que os ama, habéis muerto mi cuerpo y molido mis huesos, pero no mi alma, que está ya entre los bienaventurados en el cielo. Muchos trabajos os han de venir con ocasión de mi muerte, porque mis hijos vendrán a castigaros, por haber maltratado la imagen de la Madre de Dios (“la Conquistadora”)”.3 Este corazón permanece milagrosamente intacto, sin conservantes ni tratamientos químicos, después de más de 400 años. Actualmente es expuesto en un relicario en la Iglesia de Cristo Rey en Asunción. Pero la tragedia llegó más lejos:
“Un indio novicio que se opuso a los asesinos también fue asesinado junto con los misioneros en la recién fundada reducción de Caaró, el mismo día. Se trataba del cacique Adauto, cuyo nombre podrá sumarse algún día a los de nuestros mártires canonizados”.4 Como lo había previsto el padre Roque, los asesinos recibieron pronto su paga. En efecto, según refiere la página de internet “Portal das Missões”, “después de una batalla entre indios cristianos y no cristianos, los rebeldes que no fueron muertos acabaron por convertirse”.5 La glorificación Roque González de Santa Cruz, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo fueron beatificados por Pío XI en 1934 y canonizados por Juan Pablo II en 1988, con motivo de su visita a Paraguay. En aquella ocasión, el Pontífice señaló: “Ni los obstáculos de una naturaleza agreste, ni las incomprensiones de los hombres, ni los ataques de quienes veían en su acción evangelizadora un peligro para sus propios intereses, fueron capaces de atemorizar a estos campeones de la fe. Su entrega sin reservas los llevó hasta el martirio”.6 Su fiesta se conmemora el día 17 de noviembre.
Notas.- 1. Anthony Huonder SJ, Reductions of Paraguay, The Catholic Encyclopedia, CDRom edition.
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