Finalmente llegó el día, 13 de octubre de 1917, en que la Santísima Virgen había prometido realizar un milagro para que todos crean… Luis Sergio Solimeo
El milagro que ocurrió en Cova da Iria el 13 de octubre de 1917, cuando el sol “bailó” en el cielo —para usar la expresión de un periódico de la época—, fue un acontecimiento extraordinario de proporciones bíblicas comparable al de Josué deteniendo el sol o Moisés dividiendo las aguas del Mar Rojo para que los judíos pudieran cruzarlo con los pies secos. Un milagro prometido con anticipación En sí, el acontecimiento fue formidable, y tal vez no menos extraordinario sea el hecho de que fue prometido tres meses antes para demostrar que los niños decían la verdad: que realmente habían visto a la Santísima Virgen y recibido un mensaje de Ella. Después de las apariciones de agosto y setiembre, los videntes confirmaron que en octubre la Virgen obraría un milagro que sería visto por todos. El anuncio de un espectacular suceso sobrenatural en un tiempo en que el mundo, supuestamente, se había “liberado” de lo sobrenatural gracias a la “ciencia”, sonaba a un desafío disparatado. Era simplemente algo imposible de suceder, porque negaría toda la ideología oficial de aquel tiempo: cientificismo pretencioso, liberalismo altisonante pero vacío, y materialismo grosero. Campañas de odio En todo el país, los periódicos comenzaron una amarga campaña de burla para desacreditar las apariciones. El diario principal de Lisboa, “O Século”, publicó una caricatura que mostraba a un campesino indignado frente a un esqueleto medio envuelto en una mortaja con la palabra “hambre” escrita en él, y la frase “el hambre es la única aparición verdadera, palpable y real”. Y si bien las multitudes de creyentes aumentaban día a día, se podían sentir amenazas reales aunque silenciosas: “Si los niños han mentido y no sucede nada…”. La Virgen lo ha prometido, Ella lo cumplirá
La familia de Lucía estaba muy preocupada por la desgracia en que caerían si las expectativas generales se frustrasen. Pero el Sr. Marto se mantuvo en calma: “La Virgen prometió el milagro, Ella lo hará”. Una señora piadosa de una aldea vecina, doña María do Carmo Menezes, viendo el estado de agotamiento en que se encontraban los niños a causa de los continuos interrogatorios —algo que el Dr. Formigão también había notado—, obtuvo permiso de las familias de los videntes para llevarlos a su casa a fin de descansar. Pero cuando la gente notó que los niños estaban allí, las visitas inoportunas continuaron. La buena dama, viendo a tanta gente con mucha expectativa sobre la promesa del milagro, dijo a los pastorcitos: “Mis queridos niños, si el milagro que ustedes predicen no se realiza, estas personas son capaces de quemarlos vivos”. Con una certeza que solamente podía provenir de la fe, le respondieron: “No tenemos miedo, porque la Santísima Virgen no nos engaña. Nos dijo que habría un gran milagro que hará que todos tengan que creer”.
Una multitud pacífica y ordenada El periodista Avelino de Almeida, del mencionado periódico anticlerical “O Século”, acudió a cubrir el evento acompañado por el fotógrafo Judah Ruah. El 15 de octubre publicó un reportaje con imágenes que se hicieron famosas. Su título lo dice todo: “¡COSAS ASOMBROSAS! ¡CÓMO EL SOL BAILÓ EN FATIMA AL MEDIODÍA!”. Exceptuando algunas ironías e insinuaciones impropias, su descripción general de los acontecimientos está muy bien hecha y es objetiva. Avelino de Almeida simplemente describe lo que vio. Puesto que atestigua contra su propia voluntad, extraeremos de su reportaje la descripción general de lo sucedido, y transcribiremos, como en las apariciones previas, la propia descripción de la hermana Lucía. Desde el amanecer, todos los caminos que conducían a Cova da Iria y campos adyacentes fueron ocupados por una gran multitud. Después de consultar con muchas otras personas, el periodista calculó entre treinta y cuarenta mil personas presentes, mientras que otras fuentes hablaban de setenta a ochenta mil. Era una multitud ordenada, pacífica y piadosa. No hubo ni tumultos ni lamentaciones, sino esperanza. Iban en grupos, algunos cantando himnos religiosos, otros rezando el Rosario. Y la fuerte lluvia que empezó a caer no enfrió su entusiasmo ni los frenó. El periodista dice que había una especie de atmósfera mística y sobrenatural.
“Yo soy la Señora del Rosario” Antes de narrar el milagro del sol, veamos cómo la hermana Lucía relata la última aparición del ciclo de Fátima: Día 13 de octubre de 1917 — Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. El pueblo estaba en masa. La lluvia era torrencial. Mi madre, temiendo que fuese aquel el último día de mi vida, con el corazón angustiado por la incertidumbre de lo que iba a ocurrir, quiso acompañarme. Por el camino se sucedían las mismas escenas del mes anterior, ahora más numerosas y conmovedoras. Ni el barro de los caminos impedía a aquella gente arrodillarse en actitud humilde y suplicante. Llegados a Cova da Iria, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí a todos que cerrasen los paraguas para rezar el rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a la Santísima Virgen sobre la encina. —“¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?” —“Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honra. Que soy la Virgen del Rosario. Y que continuéis rezando el rosario todos los días. La guerra va a terminar y los militares volverán pronto a sus casas”. —“Tengo que pedirle muchas cosas: la curación de unos enfermos, la conversión de unos pecadores…” —“A unos sí, a otros no. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados”. Y tomando un aspecto más triste dijo: —“No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”. Y abriendo las manos, las hizo reflejar en el sol. Y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol. He aquí el motivo por el cual exclamé que miren al sol. No quería llamar hacia él la atención de la gente, pues ni siquiera me daba cuenta de la presencia del sol. Lo hice sólo llevada por un impulso interior que me movía a ello. Múltiples apariciones
Desaparecida la Señora en la inmensidad del firmamento, vimos al lado del sol a san José con el Niño y a la Santísima Virgen vestida de blanco con un manto azul. San José con el Niño parecían bendecir al mundo, con unos gestos que hacían con la mano en forma de cruz. Poco después, desvanecida esta aparición, vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que me daba la impresión de ser la Virgen de los Dolores. Nuestro Señor parecía también bendecir al mundo de la misma manera que san José. Desaparecieron de nuevo y me pareció ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a la Virgen del Carmen. El milagro del sol Tomemos ahora la descripción de Avelino de Almeida, quien vio todo con una mirada escéptica pero aguda. Esta es la descripción del milagro del sol publicada por el periódico “O Século” dos días después del evento: El lugar de los campos de Fátima donde se dice que la Virgen se apareció a los pastorcitos de la aldeíta de Aljustrel, es dominado en una enorme extensión por la carretera que lleva a Leiria, y a lo largo de la cual se estacionaron los vehículos que allá condujeron a los peregrinos y a los mirones. Más de cien automóviles contó alguien y más de cien bicicletas, y sería imposible contar los diversos vehículos que obstaculizaban la carretera, uno de ellos el auto-ómnibus de Torres Novas, dentro del cual se hermanaban personas de todas las condiciones sociales.
Pero el grueso de los peregrinos, miles de creaturas que llegaron desde muchas leguas alrededor y a las que se juntaron fieles venidos de varias provincias, gente del Alentejo y el Algarve, el Minho y la Beira, se congregan en torno de la pequeña encina que, a decir de los pastorcitos, la visión escogió como su pedestal y que podría considerarse como que el centro de un amplio círculo en cuyo borde otros espectadores y otros devotos se acomodan. Visto desde la carretera, el conjunto es simplemente fantástico. Los prudentes campesinos, bajo sus enormes paraguas que parecen carpas cobijándolos, reducían sus parcas meriendas acompañándolas, muchos de ellos, con la guarnición espiritual de los himnos sacros y las decenas del rosario. Nadie teme enterrar los pies en la arcilla empapada, para tener la dicha de ver de cerca la encina sobre la cual levantaron un tosco pórtico en el que bambolean dos linternas... Se alternan los grupos que cantan las alabanzas a la Virgen, y una liebre despavorida, que salta fuera del matorral, apenas si desvía las atenciones de media docena de zagales que la alcanzan y abaten a palos... ¿Y los pastorcitos? Lucía, de 10 años, la vidente, y sus pequeños compañeros, Francisco, de 9, y Jacinta, de 7, aún no han llegado. Su presencia es notada tal vez media hora antes de la indicada, que es la de la aparición. Conducen a las jovencitas, coronadas con diademas de flores, al sitio en que se levanta el pórtico. La lluvia cae incesantemente pero nadie desespera. Carros con los atrasados llegan a la carretera. Grupos de fieles se arrodillan en el lodo y Lucía les pide, les ordena, que cierren los paraguas. Se transmite la orden, que es obedecida inmediatamente, sin la menor renuencia. Hay gente, mucha gente como que en éxtasis; gente conmovida, en cuyos labios secos la oración se paralizó; gente pasmada, con las manos en posición de oración y los ojos burbujeantes; gente que parece sentir, tocar lo sobrenatural... La niña afirma que la Señora le habló una vez más, y el cielo, aún caliginoso, comienza, de súbito, a clarear en lo alto; la lluvia cesa y se presiente que el sol va a inundar de luz el paisaje que la mañana invernal tornó aún más triste... La “hora antigua” [hora oficial] es la vigente para esta multitud, que cálculos desapasionados de personas cultas y enteramente ajenas a las influencias místicas computan en treinta o cuarenta mil creaturas... La manifestación milagrosa, la señal visible anunciada está presta a producirse —aseguran muchos peregrinos... Y entonces uno asiste a un espectáculo único e increíble para quien no fue testigo. Desde el punto más alto de la carretera, donde se aglomeran los carros y permanecen muchos cientos de personas a quienes les escaseó valor para meterse a la tierra enlodada, se ve a toda la inmensa multitud volverse hacia el sol, que se muestra liberado de nubes, en el cenit. El astro recuerda a una placa de plata sin brillo y es posible fijar la vista en el disco sin el mínimo esfuerzo. No quema, no ciega. Se diría que está ocurriendo un eclipse. Pero he aquí que un alarido colosal se levanta, y a los espectadores que se encuentran más cerca se les oye gritar: —¡Milagro, milagro! ¡Maravilla, maravilla! Ante los ojos deslumbrados de aquel pueblo, cuya actitud nos transporta a los tiempos bíblicos y que, pálido de asombro, con la cabeza descubierta, encara el cielo azul, el sol tembló, el sol tuvo movimientos bruscos nunca vistos, fuera de todas las leyes cósmicas —el sol “bailó”, según la expresión típicamente campesina. (...) Son cerca de las tres de la tarde.
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