La palabra «letanía» viene del griego y significa «súplica». Pero desde los inicios de la Iglesia fue utilizada para designar no cualquier súplica, sino aquellas que eran rezadas o cantadas en conjunto por los fieles durante las romerías a los templos
Pablo Luis Fandiño
¿Quién no ha oído alguna vez, al concluir el Santo Rosario, el deslizar suave y cadencioso de una serie de invocaciones en honra de la Santísima Virgen, respondidas con un mismo y breve pedido por los demás acompañantes? Este género de oración se conoce con el nombre de letanía. La recitación de letanías en las iglesias —en ciertas ocasiones o solemnidades, como ocurre durante la Vigilia Pascual, en que la liturgia prescribe el canto de la Letanía de todos los Santos— o de modo particular, individualmente o en grupo, constituye una antigua y tradicional expresión de la piedad cristiana. Una letanía consiste en la enumeración de nombres o atributos de Dios, de la Virgen o de los santos, seguidos de un pedido, como por ejemplo: ten piedad de nosotros o ruega por nosotros. Existen una variedad de letanías, como las del Santísimo Nombre de Jesús, del Espíritu Santo y del Sagrado Corazón de Jesús. Se han compuesto también en honor a San Miguel Arcángel, San José, Santa Teresita del Niño Jesús, Santa Rosa de Lima y a muchos otros santos. Las hay también para pedir la buena muerte, y para auxilio de los agonizantes. Asimismo diversas letanías dedicadas a la Virgen María, como las del Inmaculado Corazón de María y de Nuestra Señora de los Dolores. De todas ellas, la más conocida es la Letanía de la Santísima Virgen, también llamada Lauretana, que se acostumbra rezar al concluir el Santo Rosario, pero que no hace parte de él. Origen de la Letanía Lauretana Cuando la casa en que vivió la Santísima Virgen en Palestina fue transportada milagrosamente en 1291 a la ciudad de Loreto, en Italia, la buena nueva se propagó rápidamente, dando inicio a numerosas romerías o peregrinaciones. Con el transcurso del tiempo, los peregrinos fueron componiendo una serie de súplicas a Nuestra Señora, en las que la invocaban por sus principales títulos de gloria. Posteriormente esta letanía ya era cantada diariamente en el Santuario y los peregrinos que de ahí regresaban la popularizaron en todo el orbe católico. Se la conoce pues como Lauretana, por tener su origen en Loreto. Algunas invocaciones le fueron añadidas por los Papas a través de los siglos. Una de las más recientes es la de Reina de las Familias, acuñada por Juan Pablo II. También algunas órdenes religiosas, como los carmelitas, agregaron nuevas súplicas para honrar de modo especial la protección que les ha dispensado la Madre de Dios: Madre y decoro del Carmelo, Virgen flor del Carmelo, Patrona de los carmelitas y Esperanza de todos los carmelitas. Sin embargo, el cuerpo central de las letanías lauretanas permanece igual. Una letanía perdida en el tiempo Pero existe una letanía que los peruanos debiéramos no sólo conocerla sino recitarla frecuentemente, pues además de tener su origen en nuestras tierras, es de una inspirada y sobrenatural belleza. Se le atribuye al piadoso e infatigable arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, quien nutrió durante su vida una profunda devoción a la Santísima Virgen. El III Concilio Limense dispuso en 1592 su inclusión en el Ritual de la Iglesia Metropolitana de Lima, y durante muchos años se la recitó todos los sábados en la Catedral metropolitana. Dicha letanía suscitó la admiración del renombrado historiador eclesiástico, P. Rohrbacher: “Después del segundo Concilio de Lima, reunido bajo Santo Toribio en 1591, se encuentra el Manual de Devoción o Ceremoniario de esta iglesia metropolitana, publicado por el santo arzobispo. Él merece ser consultado; allí todo está reglamentado con detalle: desde el toque de las campanas, hasta las funciones del organista y de los niños del coro. Viene enseguida un Breve de Paulo V, dado el 2 de diciembre de 1605, que concede indulgencias a una amabilísima devoción de los peruanos hacia la santa Madre de Dios.Todos los sábados por la tarde, indios y españoles se juntan en la iglesia, al fin de Completas, para cantar u oír cantar la Salve Regina y las letanías de la Santísima Virgen; letanías más largas, más variadas y a nuestro parecer, más piadosas incluso, que las letanías lauretanas” (P. Réné François Rohrbacher, Histoire Universelle de l’Église Catholique, París, 1866, t. XIII, p. 849).
Como un medio de contribuir a su renovado conocimiento, publicamos a un lado la versión del padre Rohrbacher, acompañada de una traducción al español realizada por uno de nuestros colaboradores. Original y pintoresca letanía en quechua El amor a la Santísima Virgen cautivó no sólo a los evangelizadores del Perú, sino también a los evangelizados. Cundió no sólo entre criollos y esclavos, sino entre mestizos e indios. De estos últimos tenemos una prueba singular en los Comentarios Reales, del Inca Garcilaso de la Vega. Este célebre escritor mestizo, nos refiere que los indios del Cusco “no contentos con oír a los sacerdotes los nombres y renombres que a la Virgen les dan en la lengua latina y en la castellana, han procurado traducirlos en su lengua general y añadir los que han podido, por hablarle y llamarle en la propia y no en la extranjera... “Dicen Mamanchic, que es Señora y Madre nuestra; Coya, Reina; Ñusta, Princesa de sangre real; Zapay, Única; Yurac Amancay, Azucena blanca; Chasca, Lucero del alba; Citoccoyllor, Estrella resplandeciente; Huarcar paña, Sin mancilla; Huchanac, Sin pecado; Mana Chancasca, No tocada, que es lo mismo que inviolata; Tazque, Virgen pura; Diospa Maman, Madre de Dios. También dicen Pachacamacpa Maman que es Madre del Hacedor y sustentador del Universo. Dicen Huacchacuyac, que es amadora y bienhechora de pobres, por decir Madre de misericordia, Abogada nuestra que, no teniendo estos vocablos en su lengua con las significaciones al propio, se valen de las asonantes y semejantes... ” (Historia General del Perú, Libro II, Capítulo XXV, Librería Internacional del Perú, Lima, 1959, p.184). * * * Con estos ejemplos, una vez más, podemos palpar en nuestras raíces cristianas el camino del cual el Perú nunca debió apartarse. Y la certeza de que volviendo a él, con la ayuda de la Santísima Virgen, encontraremos la grandeza y la verdadera gloria que la Providencia le destinó como nación.
Litania in laudem Beatissimae Virginis Mariae apud Peruviam
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