Graciosa devoción limeña que aguarda una nueva primavera Existen algunas devociones marianas que con el paso de los siglos, lamentablemente, han sufrido grave mella o casi desaparecido entre nosotros. Tal es el caso de la pequeña imagen de Nuestra Señora del Prado. Pablo Luis Fandiño LIMA, la Ciudad de los Reyes, otrora la célebre capital del Virreinato del Perú, se ha caracterizado por ser —hasta no mucho tiempo atrás— una urbe religiosa y mariana. Lo atestiguan los numerosos templos y capillas dedicados a la Madre de Dios, que se fueron levantando desde su fundación el 18 de enero de 1535. El propio marqués D. Francisco Pizarro dejó consignado al inicio de su testamento: "Nra. Señora de la Conçepçion de quyen yo he sido muy deboto y he thenydo y tengo espeçial deboçion y creo y tengo firmemente que por la fee e deboçion particular que yo he tenido e tengo y tendre syempre hasta que muera en esta sanctisima fiesta tendre siempre el fabor e ayuda nesçesaria de la sanctisima madre de Dios para mi salbaçion".1 Multisecular patrocinio de María A la Virgen del Rosario, Patrona del Perú, se la venera en la Basílica de Santo Domingo. A Nuestra Señora de la Merced, Patrona de las Fuerzas Armadas, en la Basílica de su nombre. A la Virgen de Guadalupe, Patrona de las Américas, en la Basílica de San Francisco, y así en adelante. En pleno siglo XX fueron edificados numerosos templos en honra de la Virgen María, entre los que podemos destacar por su arquitectura las iglesias de María Auxiliadora, la Virgen del Pilar y la Virgen Milagrosa. Actualmente, de las 120 parroquias que forman parte de la Arquidiócesis de Lima, casi la mitad de ellas ostentan advocaciones o nombres relacionados con la Santísima Virgen. Singular origen de esta devoción A medida en que el culto a María Santísima se fue afianzando en la Iglesia, se fueron confeccionando a lo largo de los tiempos un sinnúmero de imágenes o esculturas, para representar a la Madre de Dios en sus más diversas advocaciones. Las hay de todo tipo de materiales. Simples como la piedra, el yeso o hasta el barro cocido, como es el caso de Nuestra Señora Aparecida, Patrona del Brasil. Existe, por ejemplo, una imagen hecha de arroz: Nuestra Señora del Rocío, en la provincia ecuatoriana de Cañar. También la hay de materiales más nobles como finas maderas, exquisitos mármoles y metales preciosos. Sin embargo, existe una singularidad en la confección de la imagen limeña de Nuestra Señora del Prado, que se asemeja —de alguna manera— a cómo Dios hizo a la mujer, a partir de una costilla de Adán, según la narración del Génesis (2, 21-23). En España, en la villa real, que más tarde se convirtió en Ciudad Real, en Castilla-La Mancha, existía desde antaño una imagen castellana de Nuestra Señora del Prado, tierna devoción de San Ildefonso, plácidamente sentada sobre un trono. Corría el año de 1574, cuando su capellán —influenciado por cierta novelería— manifestó a los vecinos que pensaba poner de pie a la Virgen del Prado. Acordada la partición de la imagen, no sin algunas protestas, tirios y troyanos se reunieron para asistir al acto de mutilación. Cuál no fue la sorpresa de los circunstantes, pues en el momento en que el verdugo iba a asestar el porrazo con una burda hacha, ésta se le escapó de las manos y cayó a cierta distancia. Al retomar la herramienta, aunque el golpe fue certero, se sintió al mismo tiempo un fuerte remezón de tierra que causó espanto. A la tercera vez, cayó de lo alto una enorme piedra, sin causar daños. Lo cual motivó que el verdugo trocara el hacha por un instrumento menos rudo. "La noticia corrió por toda la provincia y comenzaron a llegar a Ciudad Real personas que deseaban conocer a la Virgen del Prado y a solicitar las astillas y fragmentos que quedaban".2 Un testigo presencial, Antonio Poblete de Loaiza, piadoso tallador, al verificar que el muslo y la pierna derecha de la imagen habían sufrido ligeras magulladuras, concibió la idea de hacer con ellos una pequeña efigie de Nuestra Señora del Prado. Una vez en su poder la anhelada pieza, se puso a trabajar con fervor, talento y perseverancia, obteniendo como resultado una preciosa imagen de madera de la Virgen María con el Niño Jesús en los brazos, de unos 30 centímetros de alto. Al Perú, al Perú Satisfecho de su obra maestra, "tuvo cierto día una misteriosa impulsión para emprender viaje al Perú". ¿Pero cómo, toda una aventura y estando tan falto de recursos? Días después, caminando por las calles de Ciudad Real, oyó claramente que le gritaban: "¡Poblete, entrando el año te irás!" Reanimado y con la confianza puesta en la Santísima Virgen, vendió todo lo que tenía y se dirigió con su esposa Juana Díaz de Burgos y su única hija a Sevilla, en donde —como tantos otros peninsulares de la época— esperaría la ocasión de hacerse a la mar. Un viejo amigo, que había sido designado para ocupar un alto cargo en el Perú, se ofreció traerlo con su familia. En abril de 1576, embarcaron finalmente rumbo al Callao en compañía de la pequeña imagen, que los protegió de muchos peligros durante la larga y penosa travesía. Así, la familia Poblete vino a Lima, donde permanecieron poco tiempo. Las oportunidades de trabajo los llevaron primero al Alto Perú y luego a Chile. En todos los lugares por donde pasaron, don Antonio expuso a su querida virgen a la veneración de los devotos. Tras la muerte de su esposa en Potosí, el infortunado marido resolvió abrazar el estado eclesiástico. De regreso a Lima, adquirió una casona en las inmediaciones del Cercado y transformó una de sus habitaciones en un primoroso oratorio, para allí instalar a la pequeña Virgen del Prado, un 18 de setiembre de 1602. Los vecinos empezaron a frecuentarlo y no tardaron en operarse los primeros milagros. El presbítero Poblete obtuvo entonces una autorización para construir una pequeña capilla y con ello su culto no hizo más que crecer. A su muerte, el patronato pasó a su hija María Poblete Loaiza y al marido de ésta, Nicolás Ruiz Bracamonte. En vista de las tremendas dificultades que tuvieron que afrontar para llevar adelante sus piadosos proyectos, en 1625 los cónyuges optaron por renunciar a sus derechos en favor del Arzobispo. La piedad de arzobispos y virreyes "Habiendo recibido el Conde de Chinchón un insigne favor de esta imagen, viéndose libre por su intercesión, de una grave enfermedad, decidió levantarle un templo y lo hizo en efecto, invirtiendo en la obra unos 80.000 pesos. No contento con esto, al dejar el gobierno […] le envió a la Virgen, desde Cartagena, dos grandes lámparas de plata, blandones y candeleros de lo mismo, ricos vestidos y alfombras, todo marcado con las armas de su casa".3 Por entonces, fue madurando la idea de fundar una recoleta agustina contigua a la iglesia, para realzar el culto a la Virgen del Prado. Lo cual recién pudo ser plasmado por el sucesor del Conde, D. Pedro Álvarez de Toledo y Leiva, I Marqués de Mancera, Virrey del Perú de 1639 a 1648. Así, el 1º de setiembre de 1640, a las cinco de la madrugada, la madre Angela de Zárate y Recalde, acompañada de otras cuatro religiosas del Monasterio de la Encarnación, se dirigieron procesionalmente hacia lo que es hoy la cuadra 14 del jirón Junín en los Barrios Altos, para erigir el de Hermanitas Recoletas de San Agustín. Muy a la limeña, en el papel, se habían cumplido todas las exigencias y formalidades del Patronato Real, pero de facto la situación era muy diversa. Como refiere el P. Antonio San Cristóbal "Las ficciones burocráticas y jurídicas fueron superadas fingiendo la realidad. Lo único existencialmente efectivo aquel día fue la presencia de unas monjas encerradas a partir de entonces en la ermita de Ntra. Sra. del Prado. Todo lo demás había que improvisarlo: la casa, la iglesia, el coro, hasta la seguridad económica para el mantenimiento de las religiosas".4 El empeño del arzobispo D. Pedro de Villagómez, hizo que la obra no naufragara, concluyendo el edificio y asegurando las rentas para el convento. "Antes de 1660 la primitiva capillita quedaba convertida en una de las más bellas iglesias monacales limeñas, con su cubierta de alfarje y nueva bóveda sobre el presbiterio". El insigne prelado al morir, el 12 de mayo de 1671, expresó el deseo de que su corazón fuese sepultado en la iglesia; a semejanza de su célebre predecesor, Santo Toribio de Mogrovejo, cuyo corazón descansa en la iglesia del Monasterio de Santa Clara. Resurgimiento espiritual Los terremotos se han ensañado particularmente con la iglesia y el monasterio de Nuestra Señora del Prado, una joya del arte religioso virreinal enclavada en un barrio popular del Cercado de Lima. Su plena recuperación debe ser hoy una de las prioridades de nuestras autoridades. Recuperación material que esperamos venga acompañada de un resurgimiento espiritual de la devoción a la Virgen del Prado. A su valiosa intercesión se le atribuyen muchos otros milagros, algunos de los cuales se encuentran registrados en los archivos conventuales. Su festividad se celebra el día 18 de diciembre. Notas.-
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