Un cuento de Navidad verídico, lo asegura su autor Jürgen Wetzel PAUL ESTÁ SENTADO en las frías piedras de la escalinata de la iglesia de Santiago, en una pequeña ciudad de Baviera (Alemania). Como siempre, está allí pidiendo limosna. Antes de las misas, abre la puerta de la iglesia a los fieles y les sonríe amablemente, dejando ver una boca prácticamente sin dientes. Tiene 50 años y hace parte de aquellos mendigos sin techo que luchan para sobrevivir. Su cuerpo está consumido no apenas por el frío y por el hambre, sino también por el exceso de alcohol. Parece mucho mayor de lo que es en realidad. "Si al menos tuviese la fuerza para luchar contra este vicio", piensa él continuamente… Y hace el firme propósito de dejar de tomar. Sin embargo, cuando llega la noche y con ella el recuerdo de su familia, perdida en un trágico accidente, no resiste y recurre al consuelo de la bebida. El alcohol amortigua entonces el vacío en su alma, al menos por un corto espacio de tiempo. La botella de vino es su fiel compañera y la cirrosis del hígado y otras enfermedades van paulatinamente consumiendo su cuerpo. El color de su rostro sugiere presentimientos nada auspiciosos. Paul se convirtió en parte integrante de la escalinata de la iglesia en la óptica de los habitantes del barrio, más o menos como si fuera una estatua. Y de esa manera lo tratan. La mayor parte le presta poca atención. Y los que todavía se fijan en él se preguntan cuánto más podrá resistir. El párroco y un auxiliar de la pastoral aún se preocupan de él. Pero, sobre todo, la hermana Petra, una joven misionera que viene todos los días a visitarlo. Paul se alegra con la visita de la monja, que siempre le trae algo de comer. Sin embargo, ni siquiera ella consigue sacarlo de la calle. Ni siquiera entra en la casa parroquial, sea para comer, sea para lavarse. * * * Todas las noches, cuando oscurece y nadie más lo ve, Paul se desliza en la iglesia vacía y con las luces apagadas. Se sienta entonces en la primera banca, frente al Tabernáculo. Ahí permanece en silencio, casi sin moverse, alrededor de una hora. Después se levanta y sale arrastrando los pies por el pasillo central, atraviesa la puerta principal y desaparece en la oscuridad. ¿A dónde? Nadie lo sabe. Al día siguiente, sin embargo, allí está sentado nuevamente en la escalinata frente al portal de la iglesia. Así pasan los días… Cierta vez, la hermana Petra le preguntó: "Paul, veo que entras en la iglesia todas las noches. ¿Qué haces allí tan tarde? ¿Acaso rezas?". "No rezo", respondió Paul. "¿Cómo podría hacerlo? No rezo desde la época en que era niño y asistía a las clases de religión; olvidé todas las oraciones. No me acuerdo de ninguna. ¿Qué hago en la iglesia? Muy simple, voy hasta el Tabernáculo, donde está Jesús a solas en su pequeño sagrario, y le digo: 'Jesús, soy yo, Paul, te vine a visitar'. Y allí me quedo un rato, a fin de que al menos alguien le haga compañía". La mañana del día de Navidad, el lugar que Paul ocupó durante años estaba vacío. Preocupada, la hermana Petra se puso enseguida a buscarlo. Termina por encontrarlo en el hospital más cercano a la iglesia. En las primeras horas de la madrugada unas personas lo encontraron sin sentido bajo un puente y pidieron una ambulancia. Paul está ahora en su lecho de enfermo. Al verlo la misionera tuvo un choque. Paul estaba conectado a varios tubos, su respiración era débil. Su rostro tenía el típico color pálido de los moribundos. —"¿Es usted pariente suyo?". La voz de un médico arranca a la hermana Petra de sus pensamientos. —"No, pero voy a cuidar de él", responde espontáneamente. —"Lamentablemente no hay mucho que hacer, se está muriendo". El médico menea un poco la cabeza y sale. La hermana Petra se sienta cerca de Paul, toma su mano y reza prolongadamente. Después, triste, regresa a la casa parroquial. Al día siguiente, Petra vuelve al hospital, ya preparada para recibir la mala noticia de la muerte de Paul… Pero al acercarse no puede creer lo que ve: Paul está sentado recto en la cama y con la barba afeitada. Con los ojos bien abiertos y vivos ve con alegría a la monja que se aproxima. Una expresión de inefable alegría brilla en su rostro radiante. Petra no cree lo que está viendo y se dice a sí misma: "Es éste realmente el hombre que ayer mismo luchaba contra la muerte?". —"Paul es increíble, parece que hubieras resucitado", le dijo ella. "¡Estás irreconocible! ¿Qué pasó contigo?" —"Sí, fue ayer en la noche, poco después que saliste. No me sentía nada bien. Pero de repente, vi a alguien de pie junto a mi cama. Bello, indescriptiblemente esplendoroso… ¡no lo puedes imaginar! Entonces él me sonrió y me dijo: 'Paul, soy yo, Jesús, te vine a visitar'". * * * A partir de aquel día Paul no volvió a tomar una sola gota de alcohol. La hermana Petra le consiguió un pequeño cuarto en la casa parroquial y un empleo como jardinero. Su vida se transformó completamente desde aquella Navidad. Paul encontró nuevos amigos en la parroquia. Y, siempre que puede, ayuda a la hermana Petra en sus quehaceres. Sin embargo, algo permanece siempre igual: Cuando anochece, Paul se desliza en la iglesia vacía, se sienta frente al Tabernáculo y dice: "Jesús, soy yo, Paul, te vine a visitar". El cuento fue publicado en Wöchentliche Depesche christlicher Nachrichten, RU 50/2010.
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