P. David Francisquini ASÍ COMO EL RAYO DE SOL entra por una rendija de la ventana para formar un pequeño escenario de luces y de sombras, así también la madre católica debe crear alrededor suyo, por su modo de ser, un ambiente propicio para la formación del subconsciente de sus hijos, haciendo con que las primeras nociones de moralidad y de buen comportamiento echen raíces en ellos. A medida que consigue hacer florecer en sus hijos el encanto por todo aquello que es bello, noble y elevado, la madre despierta en ellos el horror a lo feo, a lo inmoral, a la cacofonía, y de esta antítesis nacerá la idea de moralidad. Esta noción fundamental hará aflorar en sus corazones la necesidad de la lucha como un imperativo contra todo lo que les sea contrario. Trabajo de orfebrería que sólo puede ser llevado a cabo dentro de la familia y del hogar. El niño así formado pasará a amar lo que es verdadero y serio, a tener una idea exacta de Dios, pues sus padres comprenden la necesidad del vínculo conyugal indisoluble como condición normal e ideal para la formación y educación de la prole. Y con el concurso más próximo de la madre, deben saber despertar en los hijos el sentido del ser, de la responsabilidad y del deber. Es en el sano ambiente familiar que se destila el espíritu que debe dar sentido a la vida. Las conmemoraciones domésticas, por ejemplo, un cumpleaños, hecho con el cariño y el desvelo de una madre, infunden en los hijos la idea del hogar cristiano. O aún, el reencuentro diario del padre y de la madre a los pies de una imagen de Jesús Crucificado o de María Santísima, en el rezo del rosario en familia, acentúa en ellos la idea de Dios y de la eternidad. Las madres, por el simple hecho de cuidar de la higiene de sus hijos, van dejando claro en ellos que no todo puede ser hecho delante de los demás, como el baño, el cambio de ropa, etc. Eso los remite a la noción del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, de la verdad y del error, en suma, a la noción de pecado, que es la desobediencia de las leyes impresas naturalmente por Dios en sus pequeños corazones. Los domingos, los padres llevan a los hijos a misa, donde deben comportarse bien. Vienen las clases de catecismo, ya iniciado en el recinto del hogar. Las celebraciones religiosas pasan a ser asiduas. No será la niñera electrónica quien cuidará de los hijos, sino la madre, que les contará bellas historias que ellas mismas, cuando fueron niñas, oyeron de sus padres. Su entonación de voz y su fisonomía tocan a fondo el corazón de sus hijos, carne de su carne. En los momentos difíciles, las historias podrán versar sobre el heroísmo y la confianza, que deben normar su modo de ser, de pensar y de actuar. El esmero y la solicitud maternal llegan hasta la ropa: el corte, los pliegues, la composición de sus colores, y hasta su longitud parecen infundir en los niños la idea de príncipes y princesas, pues Dios los creó para que reinen sobre las pasiones desordenadas, y no para que se dejen subyugar por ellas.
De tal madre, tal hijo. La templanza en la conducta diaria se forma en la familia cristiana. La actitud de los padres frente a sus hijos será la que éstos adoptarán frente a los demás. Como el sol lanza los primeros rayos para inaugurar un nuevo día, así también los primeros días del niño marcarán lo que él será el resto de la vida. Desde el Renacimiento el mundo viene descristianizándose… ¿Renacimiento de qué? — ¡Del paganismo! De allá para acá, el pueblo otrora cristiano fue abandonando la fe católica. Llegamos hoy al punto en que los niños ni siquiera aprenden las oraciones más elementales y después tomarán caminos opuestos a la razón: placeres desenfrenados, drogas y prostitución. Quieren vivir sin ley; todos conocemos sus frutos: la droga, la violencia, el crimen… La miseria y la pobreza son hoy principalmente de orden espiritual y moral. Comporta reorganizar la sociedad — comenzando por la familia— a partir de la idea de Dios y de la eternidad. La noción del bien y del mal, consignada en los Mandamientos, es esencial para la sociedad. No basta tener la noción, es necesario crear condiciones para que la virtud del recato y del pudor afloren. Las autoridades abdicaron de sus deberes. Se aplican leyes que atentan contra la moral cristiana. El desorden social se propaga. La familia está dilacerada. Hoy todo se reivindica: se exige de los políticos bienes materiales como salud, empleo, transporte, descanso, pero nunca se oye a una voz autorizada enseñar que la moralidad es el fundamento del orden social o que el Decálogo debe ser cumplido. Quien siembra vientos…
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