“Es inherente a la nobleza y a las élites tradicionales análogas formar con el pueblo un todo orgánico, como cabeza y cuerpo” Plinio Corrêa de Oliveira
LA NOBLEZA PUEDE y debe ejercer sobre toda la sociedad una influencia tan grande o mayor que la ejercida por los medios de comunicación en nuestros días. Y esa influencia proviene, particularmente, de las virtudes que los nobles deben poseer y manifestar en su actuación sobre la opinión pública. Este hecho irrita profundamente a los líderes del macro capitalismo publicitario. En efecto, juzgan ellos que, para dirigir la opinión pública, basta poseer fabulosas cantidades de dinero, grandes máquinas impresoras, poderosos aparatos que irradian o trasmiten los hechos sensacionales a la misma hora en que ocurren, etc. Tal idea, no obstante, no corresponde a la realidad. La televisión puede hacer propaganda, en sus novelas y en sus noticieros, de una persona totalmente inmoral, de vida disoluta, para presentarla como modelo a ser imitado por los espectadores. Sin embargo, la irradiación de una tradición estable, hereditaria e impregnada de virtudes, puede derribar el efecto de aquello que es presentado en una pantalla ante innumerables personas. Por ahí se comprende bien el papel que la nobleza puede representar junto a la opinión pública. El valor personal: factor decisivo de su influencia Pero para representar bien tal papel, ¿cómo debe ser el noble? ¿Qué es lo que debe hacer? Inicialmente, es indispensable resaltar que, para llevar adelante ese apostolado de conducir a la sociedad, el noble no necesita ser rico, pues su capacidad de influencia no depende de su dinero sino de su valor personal. La pobreza de un noble tiene la ventaja de dejar trasparecer en él lo que tiene de mejor, que no es la riqueza sino el valor personal concebido naturalmente en orden a la doctrina de la Iglesia y a la moral católica. De hecho, lo que caracteriza a un auténtico noble, ante todo, es la práctica consciente y persuadida de su fe católica, de la cual resulta una conducta moral irreprensible, cuyo campo inmediato de acción es su propia familia. El noble está rodeado por su familia como la luna por su halo. La luminosidad de su ejemplo tiene como complemento normal y necesario el brillo que se desprende de su halo familiar. Pero, para el bien de toda la sociedad, no basta que los nobles sean portadores de los valores que les son propios. Es necesario que las demás clases sociales distingan tales valores en los nobles cuando ellos son buenos católicos. Ahora bien, esa transparencia, ese modo especial de ser, que hace con que sus cualidades y atributos puedan ser observados y admirados por toda la sociedad, proviene de una larga tradición. Persuadir sin oprimir y arrastrar sin forzar
Además de una fidelidad inquebrantable a la fe católica, el noble debe poseer también ciertas cualidades que le permitan ejercer del mejor modo posible esa influencia benéfica sobre la sociedad. Una de ellas, y de las más importantes es, en el lenguaje de Pío XII, “el prudente y delicado modo de tratar los asuntos graves y difíciles”. Según la doctrina católica, prudencia es la virtud cardinal que lleva al hombre a disponer los medios necesarios para llegar al fin que tiene en vista. Ese trato prudente, hecho con cautela y habilidad, aliado aún al “prestigio personal, casi hereditario, en las familias nobles”, hace que los nobles consigan, aún en las palabras de Pío XII, “persuadir sin oprimir, arrastrar sin forzar”. Y tal poder de persuasión y de atracción sobre la opinión pública es dado por una tradición inherente a la clase noble, que la hace capaz de conducir hasta la verdad sin necesidad de emplear la fuerza. Es un poder propio de la irradiación de las virtudes específicas de un noble —lógica coherente, buena argumentación, lenguaje elevado, agradable y atrayente, distinción, etc.— que lo habilitan para influir en las almas y conducirlas al bien. La sociedad moderna, no obstante, impregnada del desprecio a los antiguos estilos de vida, al antiguo tipo humano, no suele consultar a la nobleza antes de actuar, de tomar alguna resolución importante, de realizar algún emprendimiento. Sin embargo, esto se da porque generalmente la nobleza, ya en los días de Pío XII, no estaba especialmente empeñada en hacer brillar, a los ojos de la sociedad, los valores, los talentos y las cualidades que tenía o que debería tener. Pero si los nobles se empeñasen en poseer aquellos talentos y cualidades, existe un número incontable de personas que hoy mismo sabrán reconocer y dar valor a dichos talentos y cualidades, facilitando así la misión benéfica de la nobleza sobre las demás clases sociales. El infortunio es el pedestal de la grandeza En los tiempos modernos, en medio del gran número de golpes que sufrió, la nobleza debería saber aprovechar esta oportunidad muy especial de mostrar su propia grandeza. O sea, tener frente al infortunio una actitud conforme a su larga tradición. Pues toda institución, vista a la luz de su propio infortunio, deja ver su propia grandeza. De hecho, el infortunio hace con que el hombre crezca y muestre de manera más nítida sus cualidades. En una institución como la nobleza sucede lo mismo. Si ella recibe el infortunio como debe, sus cualidades —y entre ellas, muy especialmente, su grandeza— brillarán con más intensidad a los ojos de todos. Pues el infortunio confiere grandeza a incontables situaciones. Existen trazos de grandeza en situaciones de infortunio que son de una belleza incomparable. Es muy grande el número de santos que murieron en medio de tremendos infortunios, pero envueltos en un halo de enorme grandeza. Para no hablar del ejemplo infinitamente sublime de Nuestro Señor Jesucristo, en quien el supremo infortunio de la muerte en la Cruz coincidió con el ápice de la grandeza en su vida terrena. Así, si la nobleza tomase con espíritu de seriedad, verdaderamente católico y sobrenatural, el infortunio que sobre ella se abatió en tantas situaciones y en tantos países, su grandeza relucirá con un brillo especial a los ojos de todos en la época presente y en los tiempos futuros. Pues el infortunio es propiamente el pedestal de la grandeza. Comentarios del autor a su obra Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana.
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San Lorenzo Justiniano |
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