PREGUNTA ¿Me puede aclarar en qué consistía la Pía Unión de Hijas de María, así como las Congregaciones Marianas? ¿Cuáles eran sus reglas e insignias, y por qué ya no existen? RESPUESTA Antes del Concilio Vaticano II, las parroquias estaban estructuradas de un modo muy diferente a lo que se ve hoy. Los católicos más fervorosos se reunían en asociaciones religiosas según su edad o devociones particulares. Así, estaba la Cruzada Eucarística Infantil, para los menores hasta los 15 años, con reuniones separadas para niños y niñas. Para los jóvenes mayores de 15 años estaban las Congregaciones Marianas, y para las señoritas las pías uniones de Hijas de María. Para ellas existían también las congregaciones marianas femeninas, aunque las pías uniones de Hijas de María eran más comunes. Un poco después surgió la Legión de María. Las damas casadas formaban Asociaciones del Sagrado Corazón de Jesús, Asociaciones de San José u otras, siendo común que una persona perteneciera al mismo tiempo a más de una asociación. Hombres casados constituían asociaciones del Santísimo Sacramento o continuaban en las Congregaciones Marianas. Las Conferencias de San Vicente de Paul congregaban a hombres casados o solteros que se dedicaban al auxilio de familias pobres. Y así había varios tipos de organizaciones parroquiales, reunidas en general en confederaciones de ámbito diocesano. Además, las Ordenes religiosas solían crear “terceras órdenes”, constituidas por personas no obligadas al celibato, pero sujetas a la “primera orden” (de los sacerdotes) por un voto o promesa de obediencia. La “segunda orden” era la de las monjas. Todas estas asociaciones tenían como finalidad la santificación de sus miembros, así como promover la aproximación de los católicos tibios a la práctica de los sacramentos y consecuentemente incitarlos a la observancia de los mandamientos de la Ley de Dios. Además, se entendía que la vida social, cultural, económica y política debía estar de acuerdo con los principios del Evangelio. La actuación de sus miembros no se restringía, pues, al ámbito interno de la Iglesia, sino que apuntaba a la constitución de un orden temporal cristiano. Hacían, por lo tanto, una obra de apostolado —o acción católica— en el más amplio sentido de la palabra. Durante el pontificado de Pío XI (1922-1939), se crearon en todo el mundo organizaciones específicas denominadas Acción Católica. Había sectores para hombres y mujeres, así como para jóvenes estudiantes, universitarios o colegiales, e incluso para profesionales de diversas ramas, obreros, etc.
No tardó mucho en establecerse un conflicto con las organizaciones parroquiales de tipo tradicional, sea porque las organizaciones de Acción Católica reivindicaban la exclusividad del término “acción católica” —negándolo, por lo tanto, a las de tipo tradicional, que veían así restringido su campo de actuación al ámbito parroquial—, pero sobre todo porque las recién creadas venían imbuidas de ideas nuevas que chocaban con las prácticas, metas y métodos hasta entonces practicados por los católicos en general. Las ideas nuevas se reflejaban especialmente en la posición preconizada con relación al mundo moderno, ya entonces bastante paganizado, que debería dejar de ser hostilizado por los católicos. Al contrario, los católicos deberían entrar en diálogo con el mundo laicizado, sin criticarlo e incluso adoptando muchas de sus costumbres y criterios morales, a fin de “convertir” a las personas que los adoptaban y atraerlas a la Iglesia. Por ejemplo, en el Brasil, esas ideas llegaron alrededor de 1935, año en que fue oficialmente constituida la Acción Católica local. Tomados de un espíritu nuevo, optimista y exultante, sus miembros comenzaron a frecuentar los ambientes y diversiones del mundo, abandonando las precauciones recomendadas por la moral tradicional de la Iglesia. Para “llevar a Cristo” a esos ambientes, decían. La meta última de tal procedimiento era, no siempre confesada, conciliar a la Iglesia con el mundo moderno. En la práctica, eso no conducía a nadie, o casi a nadie, a convertirse a la fe católica; en muchos casos llevaron a fieles que adoptaban esa táctica al abandono de la fe y de la moral católica... En defensa de la Acción Católica Considerando que tales concepciones y prácticas significaban una desfiguración del verdadero concepto de Acción Católica, Plinio Corrêa de Oliveira escribió, en 1943, el libro En Defensa de la Acción Católica, para prevenir a los católicos de los peligros a que ellas conducían. En su calidad de presidente de la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica de São Paulo, cargo para el que fue nombrado por el arzobispo Mons. José Gaspar d’Afonseca y Silva, el referido libro, con un prefacio del Nuncio Apostólico en el Brasil, Mons. Bento Aloisi Masella, despertó a muchos para los peligros que corrían. Pero los adeptos de las nuevas doctrinas, muy afectos a ellas, mostraron públicamente su desacuerdo, desatándose una encendida controversia. Veinte arzobispos y obispos manifestaron por escrito su apoyo al autor; otros, no obstante, no ocultaron su categórica oposición; uno de ellos llegó a quemar el libro en público. No cabe aquí describir los diversos lances de esa polémica. Basta consignar que el Papa entonces reinante, Pío XII, incumbió al sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, Mons. Juan Bautista Montini, futuro Paulo VI, de enviar un caluroso elogio al autor, en una carta fechada el 26 de febrero de 1949. Pío XII hizo más: publicó tres documentos, la encíclica Mystici Corporis Christi (1943), seguida de la Mediator Dei (1947) y de la constitución apostólica Bis Saeculari Die (1948). En su conjunto, estos tres documentos enunciaban, refutaban y condenaban los errores censurados en el libro. El último documento, particularmente, considerado la carta magna de las congregaciones marianas, afirma: “No puede negarse a las Congregaciones Marianas —ya se consideren sus reglas, su fin, sus designios y hechos— ninguna de las notas que caracterizan a la Acción Católica” (Parte II,2, b). De ese modo, los fieles pudieron saber quién tenía la razón y precaverse contra los desvíos doctrinarios y morales denunciados por Plinio Corrêa de Oliveira. Después del Concilio Vaticano, se disuelven las asociaciones tradicionales Aunque ningún documento conciliar determinara la disolución de las asociaciones católicas tradicionales, se procedió en todas partes a una demolición meticulosa de ellas. Hasta las simpáticas e inofensivas Cruzadas Eucarísticas Infantiles fueron desarticuladas, comenzando por cambiarles de nombre por el de Movimiento Eucarístico Joven en Marcha, pues —se decía entonces— que Juan XXIII abominaba el término cruzada, que rememoraba las expediciones guerreras de la Edad Media, organizadas con apoyo de los Papas para liberar el Santo Sepulcro y otros lugares santos de Judea, cuyo acceso había sido impedido a los cristianos. Hecho análogo se dio con las Congregaciones Marianas. Supuestamente para ajustarlas al “impulso renovador” del Concilio Vaticano II, su nombre fue cambiado por el de Comunidad de Vida Cristiana. Y sus Reglas Comunes —aprobadas por la Santa Sede en 1587 y actualizadas en 1910— fueron sustituidas por los Principios y Normas Generales, aprobados en definitiva por la Santa Sede el 31 de mayo de 1971, y después de sucesivas modificaciones, sancionados por Decreto del Pontificio Consejo para los Laicos, el 3 dediciembre de 1990. Con todo ello, las parroquias tomaron otra forma, deacuerdo con los nuevos conceptos en vigor después del Concilio; y las Congregaciones Marianas, como las demás asociaciones católicas tradicionales, prácticamente dejaron de existir, subsistiendo desperdigadas un poco por todas partes. Su desaparición por cierto contribuyó a que muchas iglesias se vaciaran de fieles, de lo cual se lamentaba un obispo auxiliar de São Paulo, diciendo: “Nosotros hicimos la opción preferencial por los pobres, y los pobres hicieron la opción por las iglesias evangélicas”...
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