PREGUNTA Tatuajes: ¡Quisiera que esta pregunta sea respondida de tal forma que todos, y no solamente los “cultos y estudiosos clérigos”, la puedan entender! Quiero saber de manera catequística, para que al ser consultada sobre el asunto por mis niños de la catequesis, pueda yo responderles de modo claro y basada en la religión. Y no con un enmarañado de palabras que dan toda una vuelta y que —¡por amor de Dios!— aún no responde con la claridad que la pregunta pide. Ya entendí que no está permitido, pero quiero una respuesta más clara. RESPUESTA La pregunta es interesante —¡y hasta me hace sonreír!— por la simplicidad con la cual esta entusiasta catequista quiere formar a sus niños en los imperecederos principios de la doctrina católica. Digo sonreír con benevolencia porque no está en mí desmerecer tan rectos y loables propósitos. Digo sonreír también porque la pregunta me obliga a dar la razón más profunda por la cual se debe combatir la tan difundida moda de los tatuajes. Fue también por el reparo de ir hasta las raíces más profundas del problema —al dar una respuesta sólo comprensible para los “cultos y estudiosos clérigos”— que, en artículos anteriores, pretendí quedarme en las razones más superficiales de la cuestión. Pero la pregunta de esta maestra indica que existe un público que precisamente quiere que se vaya hasta la razón más profunda de la condenación, en nombre de la visión católica, de este mal que se difunde con increíble velocidad. Y la razón profunda es que los tatuajes constituyen, en muchísimos casos, en nuestro mundo actual, ¡un pecado contra la virtud de la sabiduría! Primero para los “cultos y estudiosos”… Con este comienzo de respuesta, mi distinguida consultante tal vez dirá: Ahora viene una explicación que sólo van a comprender los “cultos y estudiosos”…
Pues bien, realmente es necesario comenzar por satisfacer a éstos, pero estoy seguro que la consultante tiene una formación cultural suficiente para entender lo que será dicho. Después ofreceré algunos consejos con miras a una explicación que ella pueda transmitir a sus niños. Por lo demás, es lo que la Iglesia hace, al incluir en el catecismo para la primera comunión, ¡nada más y nada menos que el misterio de la Santísima Trinidad! Y, a manera de explicación complementaria, el catequista cuenta la historia de San Agustín paseando por la playa y queriendo entender el misterio de la Santísima Trinidad. En ese momento ve a un niño que, con la ayuda de una concha, quería acarrear toda el agua del mar hacia un pequeño hoyo que había hecho en la arena. Cuando San Agustín le advirtió que eso era imposible, el niño, que era un ángel enviado por Dios, respondió: “¡Es más fácil que yo acarree toda el agua del mar hacia este pequeño hoyo, que tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad!” No obstante, nuestro problema de hoy no llega a tanto… Intentemos explicarlo. La sabiduría prepara el alma para la visión de Dios La virtud de la sabiduría en el hombre es una participación de la propia sabiduría de Dios. Esa participación es aún más alta cuando el alma, además de la virtud de la sabiduría adquiere el don de la sabiduría, es decir, cuando el alma recibe los siete dones del Espíritu Santo —de los cuales el primero es precisamente el don de la sabiduría— que son concedidos a los hombres específicamente en el sacramento de la confirmación. Según Santo Tomás de Aquino, la virtud de la sabiduría se refiere a los medios por los cuales el hombre consigue la bienaventuranza, y por eso constituye desde ya “una cierta incoación de la perfecta bienaventuranza, que consiste en la contemplación de la verdad”, siendo Dios el objeto supremo de esa contemplación (cf. Suma Teológica, I-II cuestión 57, respuesta a la segunda objeción). Para uso de los entendidos, cito en latín: “quaedam inchoatio perfectae beatitudinis, quae in contemplatione veri consistit”. En otras palabras, la virtud de la sabiduría —enriquecida por el don de la sabiduría— prepara al hombre en esta tierra para la contemplación de Dios por toda la eternidad. A este maravilloso vitral de la doctrina católica, sin embargo, algunos le lanzan piedras y lo hacen añicos: ¡Y precisamente lanza una de esas piedras, quien practica un tatuaje en su propio cuerpo! — Expliquemos. El tatuaje inhabilita al hombre para la visión de Dios El tatuaje afrenta la virtud de la sabiduría. — ¿Por qué? Tal como es practicado por muchos en nuestros días, el tatuaje carga consigo una afirmación de liberación personal de toda regla, de toda compostura, de toda limpieza (de alma y de cuerpo), de toda belleza, de todo orden, de toda ley. Es una insurgencia contra toda autoridad y, por lo tanto, contra la autoridad del propio Dios. Pero quien se subleva contra Dios, acaba sirviendo a otro señor. Puesto que Dios es el Señor de la Luz, ese otro señor es el señor de las tinieblas. Y aquí llegamos al fondo del problema: quien practica un tatuaje, aunque al comienzo no lo perciba claramente, acaba sirviendo a ese otro señor. Y en la medida en que se complace, más o menos conscientemente, con ese procedimiento, va quedando con el alma cada vez más presa al poder de las tinieblas. Y, al final del proceso, ¡termina por reemplazar a Dios por el demonio! Es lo que muchos de los dibujos escogidos para un tatuaje dejan ver claramente. Así, mientras la virtud de la sabiduría busca a Dios como objeto supremo de su contemplación, el uso de los tatuajes es propio para inhabilitar en el hombre la contemplación de Dios. El resultado último de quien se hace un tatuaje es manifestar, aunque no conscientemente, su conformidad con el ¡señor de las tinieblas! — ¿Quedó claro? ¿Cómo explicarle esto a los niños? Suponiendo que la explicación dada sea comprensible, queda saber cómo explicar esto a mentes infantiles. Como se sabe, la vidente Lucía de Fátima fue llevada por su madre a presentarse a su párroco, con la intención de que ella desmintiera ante la autoridad parroquial las visiones de Nuestra Señora que afirmaba tener. Todo inútil. Pero al final de la entrevista, el párroco lanzó la hipótesis de que los hechos fuesen artes del demonio. Esta hipótesis produjo un efecto devastador que las consideraciones anteriores no habían conseguido. Lucía tomó la decisión de no volver más a la Cova da Iría, donde se realizaban las apariciones. Tal resolución, a su vez, provocó un desconcierto en los otros dos videntes, Jacinta y Francisco. Con su habitual sentido común infantil, Jacinta ponderó: “No es el demonio. El demonio dicen que es muy feo y que está debajo de la tierra, en el infierno. ¡Y aquella Señora es tan bonita! Y nosotros la vimos subir al cielo”. —Este argumento ciertamente produjo un efecto exorcístico en el alma de Lucía, pues el día de la siguiente aparición, retractándose de su anterior resolución, pasó por la casa de sus primos para llevarlos al encuentro con la Santísima Virgen. El demonio es feo, como feos son, en gran parte de los casos, los tatuajes. Tal vez la esmerada catequista que nos consulta pueda decir a sus niños: “Hacerse un tatuaje es una cosa fea. A Dios no le gusta de la fealdad. ¡La fealdad es cosa del demonio, que quiere llevarse a las almas al infierno!” Las madres, que sacan a sus hijos e hijas a pasear, tienen un don muy especial para explicar las verdades más complejas en términos simples a sus niños. Lo hacen con una rapidez, eficacia y simplicidad que más de una vez tuve ocasión de admirar. Y así los van instruyendo en las verdades más complejas de la vida. Expuse aquí, en términos eruditos, más propios para adultos, el fondo de la cuestión de los tatuajes. Que las madres usen el don que Dios les concedió para traducir estas enseñanzas a un lenguaje apropiado al nivel del desarrollo mental de sus hijos. Los “cultos y estudiosos clérigos” aprenderán de ellas…
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