“Grande y misteriosa cosa que es la herencia, es decir, el paso a lo largo de una estirpe, perpetuándose de generación en generación, de un rico conjunto de bienes materiales y espirituales, la continuidad de un mismo tipo físico y moral que se conserva de padre a hijo, la tradición que a través de los siglos une a los miembros de una misma familia” (Papa Pío XII).1 Leo Daniele Opina un lector: “Ustedes hablan mucho contra el igualitarismo y hasta concuerdo de un modo general. Pero lo que no acepto es la ley de la herencia, alguien que para tener lo que tiene, no hizo más esfuerzo que nacer. Por lo tanto, él es estrictamente igual a un elemento de una clase baja, que también no hizo más esfuerzo que nacer. Las diferencias provienen del ambiente en que se eduquen. Sin embargo, ambos son absolutamente iguales y merecen lo mismo”. Conclusión: las leyes que garantizan la herencia son injustas. Hagamos la prueba de las pruebas, dirá el alérgico a las herencias. Tomemos a dos gemelos, iguales por definición en materia de nacimiento. Por una razón cualquiera, tan pronto como nacieron fueron separados y criados en ambientes diferentes. Uno en un ambiente cultural alto, otro en un ambiente extremamente bajo. ¿Cuál será el resultado? Uno será bien dotado, el otro completamente nulo; uno inteligente, el otro desdichado… si esta ley injusta continúa.
Si dos gemelos fueron separados tan pronto como nacieron y uno es educado en una familia de campesinos, y el otro en una familia de profesores, es evidente —dirá una persona alérgica a las herencias— que la inteligencia del último será mucho mayor. Sin embargo, al nacer, sería igual a la del otro gemelo. Las diferencias vendrían de la formación. ¡Está probado! Por lo tanto, ¡igualdad en ellos! Así se pensaba sobre todo en los siglos XIX y XX. La familia no tiene el menor papel; la herencia está fuera de época, y lo mejor es suprimirla. No obstante, fue justamente el estudio científico del procedimiento de los gemelos criados por separado que probó lo contrario de lo que quieren los que se oponen a la herencia. “Born together—Reared Apart” (Nacidos juntos—Criados por separado), un libro de Nancy L. Segal,2 narra el cambio de concepto a respecto del tema. Según la autora, hoy por hoy, esa controversia se acabó. Todos los estudiosos aceptan la herencia de la inteligencia. “En los años 70, sugerir que era posible heredar el coeficiente intelectual (QI), era una herejía intelectual, que podría castigarse con algo equivalente a la hoguera”, dice la Dra. Segal, después de décadas de experiencia sobre el tema. Bien, alguien dirá, esto vale para la inteligencia, no para otras cualidades y defectos. Un hijo nada hizo sino nacer, y hereda la riqueza del padre a su muerte. ¿No es una injusticia? ¿No es mejor instaurar la igualdad para todos en el punto de partida, y suprimir la herencia? Los que se esfuercen más y mejor, subirán más en la vida. ¡Pura justicia! Para Plinio Corrêa de Oliveira, eso no era así de simple. Más bien sería una injusticia, un desprecio a la familia. “Si un padre tiene verdaderamente entrañas de padre, amará a su hijo forzosamente más que a los demás, carne de su carne y sangre de su sangre. Por lo tanto, andará conforme a la ley cristiana si no ahorra esfuerzos, sacrificios ni vigilias, para acumular un patrimonio que ponga a su hijo al abrigo de tantas desgracias que la vida puede traer. En este afán, el padre habrá producido mucho más de lo que produciría si no tuviese hijos. Después de una vida de trabajo, este hombre expira, alegre por dejar a su hijo en condiciones propicias. “Imaginemos que, en el momento en que acaba de expirar, viene el Estado y, en nombre de la ley, confisca la herencia, para imponer el principio de la igualdad en los puntos de partida. ¿Esta imposición no es un fraude con relación al difunto? ¿Ella no pisotea uno de los valores más sagrados de la familia, un valor sin el cual la familia no es familia, la vida no es vida, es decir, el amor paterno? Sí, el amor paterno que dispensa protección y asistencia al hijo —incluso más allá de la idea de mérito— simplemente, sublimemente, por el mero hecho de ser hijo. ¿Y este verdadero crimen contra el amor paterno, como es la supresión de la herencia, podrá cometerse en nombre de la religión y de la justicia?” A este artículo sobre la herencia, el profesor Plinio le dio un sugestivo título: “La igualdad total en el punto de partida, una injusticia”.3 ¡Lleno de sentido común! Notas.- 1. Alocución al Patriciado y a la Nobleza Romana, 5 de enero de 1941.
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