Santoral
San Juan María Vianney, Confesor.Su fama de predicador y confesor atraía gente de todas partes de Francia. San Pío X lo nombró patrono de todos los párrocos y pastores de almas. |
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Fecha Santoral Agosto 4 | Nombre Juan |
Lugar Ars - Francia |
El Santo Cura de Ars
Poco dotado intelectualmente, este párroco santo alcanzó un alto grado de virtud. Su éxito fue tan grande, que atrajo a multitudes de todas partes de Francia y de varios países europeos. Plinio María Solimeo El futuro Cura de Ars nació en la pequeña localidad de Dardilly, cerca de Lyon, en Francia, el 8 de mayo de 1786, de familia de agricultores piadosos. Fue consagrado a Nuestra Señora el propio día del nacimiento, fecha en que también fue bautizado. Su instrucción fue precaria, pues pasó la infancia en pleno Terror de la Revolución Francesa, con los sacerdotes perseguidos y las escuelas cerradas. Juan María tenía 13 años cuando recibió la Primera Comunión de manos de un sacerdote “refractario” (que no había jurado la impía Constitución del Clero), durante el segundo Terror, en 1799.* Con la subida de Napoleón y el Concordato con la Santa Sede, le fue posible a Juan María iniciar a los 20 años sus estudios eclesiásticos, terminándolos a los 29, después de mil y una contrariedades. Es imposible, en los límites de un artículo, abarcar toda la vida apostólica del Cura de Ars. Por eso me limitaré a abordar un aspecto de ella: ¿cómo fue que transformó la pequeña localidad de Ars, de tal manera, que se convirtió en punto de admiración de toda Francia? Ars al tiempo de la llegada del santo Cuando el joven sacerdote llegó a Ars, ésta era un pequeño aglomerado de casas, que contaba apenas con 250 habitantes, casi todos agricultores. Como la mayor parte de las localidades rurales de Francia, sacudidas durante diez años por los vendavales de la Revolución Francesa, se encontraba en plena decadencia religiosa. Se vivía un paganismo práctico compuesto de negligencia, indiferentismo y olvido de las prácticas religiosas. La villa de Ars se asemejaba a las parroquias vecinas, no siendo ni mejor ni peor que ellas. Había en ella un cierto fondo religioso, pero con muy poca piedad. ¿Cómo transformarla en un modelo de vida católica, ambición de San Juan Batista María Vianney? Santificándose para santificar a los demás Primero, por medio de la oración y los sacrificios del párroco por sus ovejas. El día de su llegada, el padre Vianney cedió el colchón a un pobre y se acostó sobre unos sarmientos en un rincón del primer piso, con un pedazo de madera como almohada. Como la pared y el suelo eran húmedos, contrajo una neuralgia facial, que le duró quince años. Su ayuno era permanente, habitualmente pasaba tres días sin comer; y cuando lo hacía, se alimentaba apenas de unas papas cocidas al comienzo de la semana y ya enmohecidas. Pero, sobre todo, pasaba horas y horas arrodillado ante el Santísimo Sacramento, implorando la conversión de sus feligreses. Una de sus primeras medidas prácticas fue rehabilitar la iglesia que, por respeto al Santísimo Sacramento, deseaba que fuese la mejor posible. “Procuremos ir al cielo” Otra de sus preocupaciones fue la juventud. Atraía a todos para el catecismo. Exigía que éste fuese aprendido de memoria, palabra por palabra, y sólo admitía a la primera comunión a quien estuviera debidamente preparado. Instaba a los niños y adolescentes para que cada uno llevase siempre consigo el rosario, y tenía en el bolsillo algunos extras para aquellos que hubiesen perdido el suyo. Paulatinamente los esfuerzos del santo fueron siendo coronados por el éxito, de manera que los jóvenes de Ars llegaron a ser los mejor instruidos de la comarca. En las misas dominicales, predicaba sobre los deberes de cada uno para consigo, para con el prójimo y para con Dios. Hablaba constantemente del infierno y de lo que necesitamos hacer para evitarlo: “Oh mis queridos feligreses; procuremos ir al cielo; allí veremos a Dios; ¡qué felices seremos! ¡Qué tristeza si algunos de vosotros se perdieran eternamente!” Exigía la debida compostura y la actitud propia de un buen católico en la iglesia, por respeto a la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento. “Los que abran aquí tabernas se arruinarán” La guerra que movió contra las tabernas fue también exitosa. A los que las frecuentaban, en vez de comparecer a misa el domingo, les decía: “Pobres gentes, ¡cuán desgraciados sois! Seguid vuestro camino; ¡seguid, que no podéis esperar sino el infierno!” Los amenazaba de que no sólo perderían los bienes eternos, sino también los terrenos. Poco a poco, por falta de clientes, las tabernas se fueron cerrando. Otros intentaron abrirlas, pero se veían obligados a cerrarlas. La maldición de un santo pesaba sobre ellos: “Ya lo veréis: los que abran aquí tabernas se arruinarán”, dijo desde el púlpito. Y así fue. Cuando ellas cerraron, el número de indigentes disminuyó, pues se suprimió la causa principal de la miseria, que era moral. Lucha contra la blasfemia y el trabajo de los domingos “Blasfemia y trabajo del domingo, bailes y tabernas, citas en los caminos, canciones y pláticas obscenas, todo lo englobará en una común maldición”. Durante años predicó al hilo contra ello, exhortando en el confesionario, en el púlpito y en las visitas que hacía a las familias. Decía: “Si un pastor no quiere condenarse, en cuanto se introduce un desorden en la parroquia, es necesario que ponga bajo los pies el respeto humano, el temor de ser despreciado y el odio de los feligreses [y denuncie el mal]”.
La guerra del santo cura contra las blasfemias, juramentos, imprecaciones y expresiones groseras fue sin cuartel; y tan exitosa, que desaparecieron de Ars. En vez de ellas se pasó a oír entre los campesinos expresiones como: ¡Bendito sea Dios! ¡Qué bueno es Dios! En vez de las tonadillas vulgares de la época, se oían himnos y cantos religiosos. La lucha contra el trabajo los días domingos fue también tenaz y duró casi ocho años. “La primera vez que abordó este tema desde el púlpito, lo hizo con tantas lágrimas, con tales acentos de indignación y tan conmovido en todo su ser, que pasado medio siglo, los viejos que le habían oído se acordaban con emoción. […] Trabajáis —decía él— mas vuestras ganancias son la ruina de vuestra alma y de vuestro cuerpo. Si preguntásemos a los que vienen de trabajar en domingo: ¿Qué habéis hecho?, podrían responder: «Venimos de vender nuestras almas al demonio, de crucificar a Nuestro Señor. Estamos en el camino del infierno»”. Después de mucha insistencia, el domingo en Ars se tornó verdaderamente el Día del Señor. Combate a los bailes durante 25 años Ars era el lugar predilecto de los jóvenes bailarines de las inmediaciones. Todo era pretexto para un baile. Para acabar con ellos, el santo cura de Ars trabó 25 años de reñido combate. Explicaba que no basta evitar el pecado, sino que se debe huir también de las ocasiones. Por eso, envolvía en el mismo anatema el pecado y la ocasión de pecado. Atacaba así al mismo tiempo el baile y la pasión impura por ella alimentada: “No hay un solo mandamiento de la ley de Dios que el baile no haga quebrantar… […] ¡Dios mío!, ¿es posible que estén en esto tan cegados, que lleguen a creer que no hay peligro en el baile, siendo así que es la maroma con que el demonio arrastra más almas al infierno? El demonio da vueltas alrededor de un baile, como un muro rodea un jardín… Las personas que entran en un baile dejan a su ángel de la guarda en la puerta, y el demonio lo sustituye; así resulta que en la sala hay tantos demonios como danzantes”. El santo era inexorable no sólo con quien bailase, sino también con los que fuesen solamente a “presenciar” el baile, pues la sensualidad también entra por los ojos. Les negaba también la absolución, a menos que prometiesen nunca más hacerlo. Al reformar la iglesia, erigió un altar en honra de San Juan Batista, y en su arcada mandó esculpir la frase: ¡Su cabeza fue el precio de una danza! Se debe resaltar que los bailes de la época, en comparación con los de hoy —sobre todo por los saltos frenéticos e inmorales de los nuevos bailes modernos— eran como que inocentes. Pero era el comienzo del proceso que desembocó en los bailes actuales. La victoria del padre Vianney en este campo fue total. Los bailes desaparecieron de Ars. Y no sólo los bailes, sino hasta algunas diversiones inofensivas que él juzgaba indignas de buenos católicos. Junto a ellos combatió también las modas que juzgaba indecentes en la época (y que, cerca del casi nudismo actual, ¡podrían ser consideradas recatadas!). La joven, decía, “con sus atavíos rebuscados e indecentes, pronto dará a entender que es instrumento del infierno para perder a las almas. Sólo en el tribunal de Dios conocerá [el número de] los pecados de que habrá sido causa”. En la iglesia jamás toleró los escotes o los brazos desnudos. Ars transformada por el santo
Un sacerdote santo vuelve piadosos a sus feligreses. Así, apenas tres años y medio después de su llegada, el santo cura ya podía escribir: “Me encuentro en una parroquia muy religiosa, que sirve a Dios de todo corazón”. En 1827 (seis años después), exclamaba entusiasmado desde el púlpito: “Hermanos míos, Ars ya no es Ars. He confesado en jubileos y en misiones, pero no he encontrado nada que se asemeje a lo de aquí”. Es que, al mismo tiempo en que reprimía los abusos, sembraba también la buena semilla. Y él aspiraba, para sus feligreses, el ideal de perfección del cual los creía capaces. Les recomendaba que rezaran antes y después de las comidas, recitasen el Angelus tres veces al día donde sea que estuviesen; y que, al levantarse y acostarse, recitaran la oración de la mañana y la de la noche. Ésta pasó a ser hecha también en común en la iglesia al toque de la campana. Los que quedaban en casa se arrodillaban delante de algún cuadro o imagen religiosa para hacer sus oraciones. Con el tiempo se pasó a decir que en Ars el respeto humano fue invertido: se tenía vergüenza de no hacer el bien y de no practicar la religión. ¡Lo que es un auge de victoria de la Iglesia! Ars se convirtió también en un centro de piedad y religiosidad. Por eso, los peregrinos admiraban en las calles de la ciudad la serenidad de ciertos semblantes, reflejo de la paz perfecta de almas que viven constantemente unidas a Dios. * Francis Trochu, El cura de Ars, Ediciones Palabra, Madrid, 1999, p. 27. Todos los textos citados fueron extraídos de esta obra.
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El Santo Cura de Ars - San Juan María Vianney |
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