PREGUNTA En varios pasajes bíblicos, los discípulos afirman que la segunda venida de Jesús es inminente. El mismo Jesús lo declara en Mt 16, 28. ¿Por qué eso no ha sucedido? RESPUESTA Los diversos pasajes bíblicos a que el consultante se refiere —en particular Mt 16, 28— no aluden a una segunda venida inminente de Cristo, sino a otros acontecimientos inminentes, en particular a la destrucción de Jerusalén el año 70. Para comprobarlo basta mencionar que Jesús declaró que Él mismo no sabía el día y la hora de su segunda venida, como se lee en San Mateo (24, 36) y en San Marcos (13, 32), prácticamente con las mismas palabras. En San Mateo: De die autem illa et hora nemo scit, neque angeli caelorum neque Filius, nisi solus Pater — “En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre”. Y si Jesús dice que Él no sabía el día y la hora, no podría haber dicho que la segunda venida suya era inminente. Estaba, por lo tanto refiriéndose, en estos pasajes alusivos a la inminencia de su venida, a otro acontecimiento. Cabe desde luego aclarar que Jesucristo, en cuanto hombre, no podía ignorar nada de lo que competía a su misión: ésta es una doctrina absolutamente cierta en teología. Pero, según explican los exegetas católicos (cf. Manuel de Tuya O.P., Biblia comentada, BAC, Madrid, 1964, vol. V, p. 531), el verbo “conocer”, en las lenguas semíticas, tiene un alcance no apenas especulativo, sino también práctico, que equivale a actuar o manifestar el conocimiento que se tiene. No obstante, esta manifestación, en el plan divino, está reservada al Padre, como se lee, por ejemplo, en Mt 11, 25: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños”. Así, el secreto del día y de la hora de la segunda venida de Cristo compete al Padre manifestarlo a los hombres. La generación que condenó a Jesús vería su poder En el versículo 28 del capítulo 16 de San Mateo, que el lector cita, Nuestro Señor Jesucristo afirma solemnemente: “En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre en su reino”. Y en el versículo anterior (nº 27) había dicho: “El Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. El versículo 27 trata, por lo tanto, de la venida de Cristo en el Juicio Final, para juzgar a todos los hombres, y dar “a cada uno según su conducta”. El versículo 28, sin embargo, al menos en lo que respecta a la inminencia de la venida, trata de otro acontecimiento, que es la manifestación del poder de Jesucristo, como queda claro en el versículo correspondiente de San Marcos (9, 1): “En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potestad”. Así, algunos de aquella generación que condenó a Jesús asistirían a la manifestación de su poder, y tendrían ocasión de arrepentirse de su culpa, por acción u omisión. ¿Dilatación de la Iglesia o destrucción de Jerusalén? Los exegetas discuten sobre cuál sería el acontecimiento que correspondería a la manifestación del poder de Jesucristo: a) la difusión del Evangelio y el establecimiento de la Iglesia; b) la destrucción de la ciudad y del Templo de Jerusalén, arrasado hasta sus cimientos, y la consecuente dispersión del pueblo judío durante veinte siglos, mientras el Reino anunciado por Jesucristo se diseminaba por todo el mundo. Habiendo muerto Jesucristo a los 33 años, y la destrucción de Jerusalén ocurrida el año 70, muchos de los que oyeron la prédica de Nuestro Señor estarían entonces aún vivos. Las dos hipótesis son, por lo tanto, posibles. El hecho de que los tres evangelistas sinópticos trascribiesen con tantas minucias la destrucción de Jerusalén, superponiéndola a la descripción del fin del mundo, lleva a muchos a preferir la segunda hipótesis. Cabe, pues, decir algo al respecto. La ruina de Jerusalén y el fin del mundo No es posible transcribir aquí todo el capítulo 24 de San Mateo, que trata de los dos acontecimientos —la ruina de Jerusalén y el fin del mundo—, y menos aún los tópicos correspondientes de los capítulos 13 de San Marcos y 21 de San Lucas. Escogemos solamente algunos tópicos de San Mateo, para dar al lector la línea general de la descripción: “Cuando salió Jesús del templo y caminaba, se le acercaron sus discípulos, que le señalaron las edificaciones del templo, y él les dijo: «¿Veis todo esto? En verdad os digo que será destruido sin que quede allí piedra sobre piedra».
“Estaba sentado en el monte de los Olivos y se le acercaron los discípulos en privado y le dijeron: «¿Cuándo sucederán estas cosas y cuál será el signo de tu venida y el fin de los tiempos?» “Jesús les respondió y dijo: «Estad atentos a que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: ‘Yo soy el Mesías’, y engañarán a muchos. Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es el final. […] Y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que persevere hasta al final, se salvará. Y se anunciará el Evangelio del reino en todo el mundo, como testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin. “Cuando veáis la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que lee que entienda), entonces los que viven en Judea huyan a los montes […]. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Orad para que la huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber. “Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán […]. Pues como el relámpago aparece en oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. […] “Inmediatamente después de la angustia de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Enviará a sus ángeles con un gran toque de trompeta y reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del cielo. […] Cuando veáis todas estas cosas, sabed que él [el Hijo del hombre] está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Las perspectivas superpuestas El texto que acabamos de transcribir es parte de lo que los estudiosos de la Sagrada Escritura llaman el discurso escatológico de Nuestro Señor Jesucristo. A propósito de él, comenta Mons. Duarte Leopoldo y Silva, que fue arzobispo de São Paulo (1907-1938): “Para la buena comprensión de todo este capítulo, no se debe perder de vista que Nuestro Señor habla, al mismo tiempo, de la ruina de Jerusalén y del fin del mundo. Los desastres espantosos que marcaron [la dispersión] del pueblo judío son imágenes de la confusión y desorden que marcarán el fin del mundo. Nuestro Señor parece tener, delante de sí, un sólo espectáculo, donde están confundidos estos dos grandes acontecimientos, y los pormenores que Él profetiza son aplicables, bien a la toma de Jerusalén, bien al fin del mundo, bien a los dos hechos indistintamente” (Concordancia de los Santos Evangelios, Linográfica, São Paulo, 1951, p. 314). Esto muestra al lector cuánto cuidado se debe tener al interpretar ciertos pasajes de la Sagrada Escritura, a fin de evitar conclusiones absurdas, como la que causó perplejidad al consultante.
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