Las memorables apariciones de la Santísima Virgen en Fátima se dieron en el contexto de un gran conflicto bélico. Hoy, 86 años después, el escenario mundial presenta sorprendentes afinidades con la situación de aquella época, aunque todas agravadas. Aunque Portugal no participó en la Primera Guerra Mundial (1914-18) sino de un modo indirecto, geográficamente no se hallaba muy distante del centro de las operaciones bélicas, y éstas habían penetrado en la vida cotidiana de sus pobladores, siendo tema obligado de conversación, tanto en las ciudades como en el campo. En alguna medida, el carácter particularmente católico del pueblo lusitano nos puede explicar cómo en estas circunstancias la noticia de las apariciones —con los medios de comunicación tan incipientes de entonces— se esparció velozmente. Y causó tal revuelo, que apenas tres meses después, los pequeños videntes fueron secuestrados y encarcelados por la autoridad local para forzarlos, inútilmente, a declarar la falsedad de los hechos. Ya en octubre la afluencia de gente a la Cova da Iría, para cuando Nuestra Señora había anunciado un gran milagro, fue incontrolable: 70.000 personas fueron testigos del prodigio del sol. Y hasta el diario laico O Século, de Lisboa, se vio obligado a noticiar el celestial acontecimiento en su primera plana, lado a lado con las noticias sobre la marcha de la guerra. En 1916, antes de las apariciones de la Virgen, y como preparación para aquel trascendental suceso, los tres pastorcitos tuvieron una visión sobrenatural del Ángel de la Guarda de Portugal, quien se les apareció en tres ocasiones bajo la forma de un joven de unos quince años de edad. El Ángel les dijo: —“No temáis, soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo” y les pidió “ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria”.
El tema de la guerra y de la paz está constantemente presente a lo largo de los coloquios de la Virgen con la pequeña Lucía y sus primos Francisco y Jacinta. Ya en la primera aparición, Nuestra Señora les dice: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. Y en la de julio, antes de revelarles el secreto, les reitera: “Quiero que volváis el trece del mes que viene y que continuéis rezando el rosario todos los días en honra de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella os puede ayudar. Más adelante, en el mes de setiembre, vuelve a insistir: “Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra”. Por fin, durante la última aparición, el 13 de octubre, la Virgen señala: —“Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor. Que soy la Virgen del Rosario. Y que continuéis rezando el rosario todos los días”. Y les promete formalmente: “la guerra va a terminar y los militares volverán pronto a sus casas”. En efecto, la guerra terminó pocos meses después. Pero la necesidad de la oración, tan recalcada por la Madre de Dios, así como las causas más profundas de la guerra, son más particularmente resaltadas en la segunda parte del Mensaje de Fátima: “Si hacen lo que Yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”, es decir la Segunda Guerra Mundial. “Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión Reparadora de los primeros sábados”. Y prevé a continuación la expansión del comunismo, y sus terribles efectos: Para todos resulta evidente que esta paz aún no la hemos alcanzado, y hasta parece alejarse cada vez más de nosotros. Y eso se comprende, porque la verdadera paz sólo puede ser —como la define concisa y brillantemente el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, en su obra maestra Revolución y Contra-Revolución— “la paz de Cristo en el Reino de Cristo. O sea, la civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, anti-igualitaria y anti-liberal”. En cuanto a la conversión de Rusia, no parece que se pueda entender de otra manera que una conversión a la Fe verdadera. ¿Se estará operando ya tal conversión? — Ciertos indicios esperanzadores, aunque todavía muy incipientes, autorizan esa expectativa. Todas estas tragedias y maravillosas esperanzas se nos presentan vívidamente, como en una película, en el llamado tercer secreto:el Santo Padre “atravesó una gran ciudad media en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros y flechas; y así mismo fueron muriendo unos tras otros los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y varias personas seglares, hombres y mujeres de varias clases y posiciones...” Tal como la segunda parte del secreto, ésta también concluye con un llamado a la esperanza, el gran retorno de la humanidad a Dios. * * * Cierto día en casa de Jacinta, Lucía encontró a su prima muy absorta, y le preguntó en qué pensaba: —“En la guerra que va a venir —respondió— va a morir tanta gente. ¡Y casi toda va a ir al infierno! Serán arrasadas muchas casas y matarán a muchos sacerdotes”.
Durante su última enfermedad, la beata Jacinta hizo varios comentarios de notable profundidad —que denota una inspiración sobrenatural— sobre diversos asuntos en los cuales pensaba frecuentemente. Acerca de la paz, por ejemplo, exhortaba: “—Que pidan la paz a este Inmaculado Corazón porque Dios se la entregó a Ella”. Y sobre la guerra fue categórica: —Nuestra Señora dice que en el mundo hay muchas guerras y discordias; las guerras no son sino castigos por los pecados del mundo. Cuán diferente es esta visión de cierto pacifismo unilateral, que se obstina en ignorar el pecado como causa las guerras, y que por eso nada soluciona... * * * Si bajo la luminosa perspectiva de Fátima confrontamos la situación mundial de entonces con los días actuales, ¿qué decir del poderío bélico de 1917, ó de 1940, en comparación al del 2003? ¿Qué decir de la fe de aquella época —que, aunque ya bastante atacada por fermentos de relativismo y hedonismo, era aún viva y pujante— en comparación con la crisis casi universal de la Fe que presenciamos en nuestros días? ¿Cómo comparar la enormidad y la gravedad de los pecados que hoy se cometen de modo habitual, con la situación moral de 1917, cuando males como el aborto, la pornografía, las drogas, la homosexualidad, la disolución de la familia, de ninguna manera eran aceptados ni en las leyes ni en las costumbres? Basta pensar a qué grado han llegado hoy esos males, y con qué facilidad de medios se cuenta para pervertir la inocencia y lapidar al idealismo: televisión, videos, internet, discotecas, casinos, etc., para comprender que la caída ha sido abismal. No extrañemos, pues, que puedan surgir devastadoras guerras en nuestra época, como fruto de una situación moral profundamente ultrajante a Dios Nuestro Señor. Antes bien, redoblemos nuestro recurso al sencillo, admirable, y poderoso medio que nos indica la Santísima Virgen para obtener la verdadera paz: el rezo cotidiano del Santo Rosario. Tendremos así la serena certeza de caminar, en medio de la tempestad, en las vías de Dios, rumbo a la Paz de María que Fátima nos promete.
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Fátima, entre la guerra y la paz |
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