Las visiones y revelaciones de la Beata Isabel Canori Mora en el contexto del Mensaje de Nuestra Señora de Fátima: previsión de tragedias y esperanzas Luis Dufaur El mensaje de Fátima no es un hecho aislado en la Historia. En las grandes ceremonias —por ejemplo, en una procesión de los buenos tiempos— el personaje principal (cardenal, obispo o sacerdote) es precedido por un cortejo de creciente jerarquía. Así, la gran intervención de la Madre de Dios en la Cova da Iria vino siendo preludiada por una serie de mensajes del cielo, cada vez más apremiantes, a través de santos y bienaventurados.
En Fátima, la Santísima Virgen denunció una decadencia, que caminaba hacia la inmoralidad más completa y el orgullo más radical, cuyo desenlace lógico era un castigo de proporciones inimaginables. Tal decadencia por cierto no comenzó en 1917. Ella era consecuencia de un proceso que venía desde el final de la Edad Media, época en que, según León XIII, “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados […] la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad”.1 Se puede decir, por un lado, que el espíritu de las tinieblas que anima tal decadencia fue comunicando sus designios impíos a través de verdaderos heraldos de la iniquidad. Son ejemplos de eso: Lutero y Calvino, en el protestantismo; Dantón y Robespierre, en la Revolución Francesa; Marx y Lenin, en la revolución comunista; y aún los anárquicos líderes de la revolución de mayo de 1968. En nuestros días, el propio Lucifer se está haciendo patente en el rock, en la televisión, en el cine y en otros medios de comunicación social, y hasta en cultos aberrantemente satánicos. Ante nuestros ojos se configura un contexto cultural cada vez más parecido al escenario ideal para la manifestación del rey del infierno. Providenciales advertencias al mundo entero Por otro lado, desde el comienzo del proceso revolucionario no faltaron graves advertencias en la voz de Papas, santos y autores contrarrevolucionarios. Y hasta del propio cielo, a través de privilegiados intermediarios de Nuestra Señora y su Divino Hijo. Estas revelaciones a la flor y nata de las almas forman un fondo de cuadro ordenado armónicamente en torno de Fátima, el mensaje de centralidad monárquica, comunicado directamente por la Madre de Dios. Tesoros de la Fe, por su estilo y espíritu lógico y racional —que podría llamarse ignaciano— inspirado en el pensamiento y la personalidad original del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, es contraria a la búsqueda ansiosa e imprudente de visiones, revelaciones y fenómenos extraordinarios, que, lamentablemente, tanto se difunden en nuestros días. Pero se abre a ellos, en toda la medida en que la Iglesia recomienda, cuando se trata de hechos inequívocos, debidamente documentados, analizados y aprobados oficialmente por la autoridad eclesiástica. Y los acoge con la medida de prudencia adecuada para el análisis de fenómenos que no pertenecen al cuadro de la Revelación oficial. Entre esos hechos, un reducido número es particularmente conforme, en espíritu y en la forma, con el mensaje de Fátima. Poco conocidas por el público latinoamericano, en ese sentido, son las visiones de la Beata Isabel Canori Mora (1774-1825). La Beata Isabel las escribió de su propio puño en centenares de páginas dirigidas a su confesor, hoy celosamente custodiadas en el archivo de los Padres trinitarios, en San Carlino (San Carlo alle Quattro Fontane), Roma.2 Algunas circunstancias dispusieron que una copia de primera mano llegase hasta nosotros, permitiéndonos cotejarla folio por folio. Pero en 1996 la Libreria Editrice Vaticana, con el imprimatur de la diócesis de Roma, editó tales escritos en su integridad, siguiendo la ortografía y gramática italiana actual, con loable adecuación y respeto por el original.3 Estos manuscritos pueden asombrar a más de un fiel poco precavido. El censor teológico, que el 5 de noviembre de 1900 emitió un sabio y noble juicio, eximiéndolos de errores, sintió la necesidad de deshacer las objeciones que se podrían levantar contra las revelaciones más sorprendentes de la Beata, hoy elevada a los altares (ver recuadro abajo). Breves datos biográficos de la Beata Isabel Isabel Canori es hija de Tomás Canori, gran propietario de tierras romano, y de Teresa Primoli, aristocrática dama de la Ciudad de los Papas. Después de recibir una esmerada educación familiar, se casó con un joven abogado, Cristóbal Mora, hijo de un acaudalado médico de la propia Roma, el 10 de enero de 1796. Del matrimonio nacieron cuatro hijas, dos de las cuales murieron prematuramente.
Todo auguraba al nuevo matrimonio un futuro brillante, pero la tragedia llegó pronto. El marido se entregó a la vida disoluta, arruinó a la familia y abandonó el hogar, seducido por una mujer de mala vida. Fue apresado por la policía pontificia, primero en una cárcel, después en un convento. Juró cambiar de vida, pero al retornar a su hogar intentó repetidas veces asesinar a su esposa Isabel. Ella mantuvo una fidelidad heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él terminaría sus días como sacerdote. Así fue. Luego del fallecimiento de la Beata, el 5 de febrero de 1825, Cristóbal cayó en sí y se hizo religioso, llevando una vida ejemplar de penitencia. Fue ordenado sacerdote y murió rodeado de gran consideración. Abandonada por el esposo e incomprendida por los familiares, Isabel hubiera caído en la miseria si no la hubiesen auxiliado benefactores compasivos. Entre ellos se encontraban Prelados romanos, que narraron al Papa Pío VII sus méritos. El Pontífice, beneficiado por las oraciones y sacrificios de Isabel, concedió privilegios poco comunes a la capilla privada de su humilde casa. Su causa de beatificación fue introducida en 1874, durante el pontificado del Beato Pío IX. Pío XI aprobó el decreto de heroicidad de virtudes en 1928. Y Juan Pablo II beatificó a Isabel Canori Mora el 24 de abril de 1994. Como en Fátima, la denuncia del pecado En Fátima, la Santísima Virgen fue preparando poco a poco a los tres pastorcitos para que se abrieran a la revelación de la inmensidad del pecado cometido por la humanidad y a la amplitud de la penitencia que venía a pedir. Dios actuó de modo análogo con relación a la Beata Isabel. En la Navidad de 1813, ella fue arrebatada a un lugar inundado de luz, donde innumerables santos rodeaban un humilde pesebre. Desde él, el Niño Jesús la llamaba dulcemente. La propia Isabel describe sin preocupaciones literarias la sorpresa que tuvo: “De solo pensar, me causa horror. […] vi a mi amado Jesús recién nacido bañado en su propia sangre […], en ese momento comprendí por vía intelectual cuál era la razón de tanto derramamiento de sangre del Divino Infante apenas nacido. […] La mala conducta de muchos sacerdotes seculares y regulares, de muchas religiosas que no se comportan según su estado, la mala educación que es dada a los hijos por parte de sus padres y madres, como también por aquellos a quienes incumbe una obligación similar. Éstas son las personas por cuyo buen ejemplo debe aumentar el espíritu del Señor en el corazón de los demás. Pero ellos, por el contrario, apenas nace [el espíritu de Nuestro Señor] en el corazón de los niños, le persiguen a muerte con su mala conducta y malas enseñanzas”.4 Conspiración contra la Iglesia, revelada por Dios A partir de entonces, Dios le fue revelando el lamentable accionar de ciertos sectores eclesiásticos que atraían la cólera divina, en complicidad con la Revolución que derrumbaba tronos y seculares costumbres cristianas en el orden temporal. Tales visiones patentizan, un siglo antes de las revelaciones en la Cova da Iria, que el mal ya se había infiltrado en la Iglesia y en la sociedad civil. Se ve bien que en Fátima la Madre de Dios hizo una advertencia final sobre este mal, que progresaba a pesar de todos los avisos en sentido contrario. Los ángeles condujeron espiritualmente a la beata Isabel a los antros secretos donde se tramaba esta conjuración. Cada vez, nuevas aberraciones le eran desvendadas. El 24 de febrero de 1814 le fueron exhibidas escenas que recuerdan la crisis de los días en que vivimos: “Veía —narra ella— a muchos ministros del Señor que se despojaban unos a otros; muy rabiosamente se arrancaban los paramentos sagrados; veía cómo eran derribados los altares sagrados por los propios ministros del Señor”.5 El 22 de mayo de aquel mismo año, mientras rezaba por el Santo Padre, “lo vi viajando rodeado de lobos que […] complotaban para traicionarlo”.6 La visión se repitió los días 2 y 5 de junio. En esta última, narra la vidente: “Vi el sanedrín de lobos que lo circundaban [al Papa Pío VII, entonces reinante] y dos santos ángeles que lloraban. Una santa osadía me inspiró a preguntarles la razón de su tristeza y de su llanto. Ellos, contemplando la ciudad de Roma con ojos llenos de compasión, dijeron lo siguiente: «Ciudad miserable, pueblo ingrato, la justicia de Dios te castigará»”.7 “Todo el mundo estaba en caos” El 26 de enero de 1815, los ángeles le mostraron a muchos eclesiásticos que “bajo el manto de bien, persiguen a Jesús Crucificado y a su santo Evangelio”, y que “como lobos rabiosos tramaban derribar al jefe de la Iglesia de su trono”.8 Entonces ella fue llevada “a ver el cruel estrago que la justicia de Dios está por hacer entre aquellos miserables: con sumo terror, veía que alrededor mío fulguraban los rayos de la Justicia irritada. Vi edificios cayendo en ruinas. Las ciudades, provincias enteras, todo el mundo estaba en caos. No se oía otra cosa sino débiles voces implorando misericordia. El número de muertos era incalculable”.9 No obstante, lo que más le impresionó fue ver a Dios indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por “un gigante fuerte y airado hasta el extremo contra aquellos que lo perseguían. Sus manos omnipotentes estaban llenas de rayos, su rostro estaba repleto de indignación: sólo su mirada bastaba para incinerar al mundo entero. No había ni ángeles ni santos que lo circundasen, sino sólo su indignación lo circundaba por todas partes”.10 Tal visión duró apenas un instante. Según la Beata Isabel, “si hubiese durado un momento más, ciertamente yo habría muerto”.11 La descripción anterior recuerda la visión del infierno presenciada por Lucía, Francisco y Jacinta. Entre ambas visiones existe una profunda correlación. Mientras que a la Beata Dios le manifestó su justa indignación por las ofensas que sufre, Nuestra Señora en Fátima apuntó el destino de las almas que ofenden a Dios y mueren impenitentes. La gravedad del pecado de apostasía del mundo El 13 de junio de 1917, Nuestra Señora en Fátima mostró a los pastorcitos su Inmaculado Corazón rodeado de espinas, en señal de los “ultrajes que recibe por los pecados de los hombres”. En la Navidad de 1816, le fue asimismo mostrado a la Beata Isabel cuánto ofenden a la Santísima Virgen esos ultrajes. Se puede entrever un límite de pecado, que la misericordia de la Reina del Cielo no permitirá que sea sobrepasado. La Beata Isabel vio a María Santísima “triste y dolorosa”. Le preguntó entonces la razón de su dolor. “La Madre de Dios se volvió hacia mí y dijo: «Contempla, oh hija, contempla la gran impiedad». Oyendo estas palabras, vi que unos apóstatas osadamente intentaban arrancar temerariamente a su Santísimo Hijo de su purísimo seno y de sus santísimos brazos. Ante este gran atentado, la Madre de Dios no pedía más misericordia para el mundo, sino justicia al Divino Padre Eterno; el cual, revestido de su inexorable justicia y lleno de indignación, se volvió hacia el mundo. En aquel momento toda la naturaleza entró en convulsión, y el mundo perdió su recto orden, y se formó sobre la tierra la mayor infelicidad que se pueda contar o imaginar. Una cosa tan deplorable y aflictiva que dejará al mundo reducido a la última desolación”.12 Presciencia de los castigos vaticinados en Fátima El velo que envuelve los castigos anunciados en 1917, de alguna manera fue levantado para la Beata Isabel. Lo que ella vio nos sirve para entender mejor lo que la Santísima Virgen previó después en la Cova da Iria. En efecto, el 7 de junio de 1815 Dios Nuestro Señor le mostró, una vez más, el castigo que atraían sobre la humanidad aquellos “lobos rapaces con piel de oveja, […] acérrimos perseguidores de Jesús Crucificado y de su Esposa, la Santa Iglesia”. “Me parecía —escribió— ver a todo el mundo en convulsión, especialmente la ciudad de Roma. […] ¿Qué decir del Sacro Colegio? A causa de la variedad de opiniones, unos habían sido dispersados, otros abatidos, otros despiadadamente asesinados. De un modo similar o aun peor eran tratados el clero secular y la nobleza. El clero regular no sufría la dispersión total, pero era diezmado. Innumerables eran los hombres de toda condición que perecían en esa masacre, pero no todos se condenaban. Muchos eran hombres de buenas costumbres, y muchos otros de vida santa”.13
En la fiesta de San Pedro y San Pablo de 1820, la Beata contempló proféticamente al Príncipe de los Apóstoles descendiendo de los cielos revestido con los paramentos pontificales y rodeado por una legión de ángeles. Con su báculo, trazó sobre la tierra una vastísima cruz, y a los cuatro lados de ella hizo aparecer cuatro árboles en pleno verdor, también con forma de cruz, envueltos en una luz brillantísima. Debajo de aquellos árboles-cruces quedaban “refugiados y libres del tremendo castigo” todos los buenos fieles, religiosos y religiosas. “Pero, ay de aquellos religiosos y religiosas inobservantes que despreciaron las santas reglas, ¡ay!, ¡ay! porque todos perecerán bajo el terrible flagelo. Y esto va para todos […] aquellos que se entregan al libertinaje y van detrás de las falsas máximas de la reprobable filosofía de hoy”.14 Tan graves amenazas tal vez pudiesen parecer exageradas en los tiempos de Isabel Canori, en que —no obstante el avance de la Revolución anticristiana— se encontraban en la Iglesia numerosos santos y almas de virtud insigne. Así, tales palabras parecen dictadas más para éste triste comienzo del siglo XXI. ¿Quién, en rigor, sin auxilio de luces proféticas, podría haber imaginado que la crisis en la Iglesia llegaría al punto que alcanzó en nuestros días? En vista de ello, se comprende que Dios haya querido manifestar especialmente su cólera e indignación a la beata Isabel. Pero, lamentablemente, todo indica que, como en Fátima, el mensaje divino transmitido por la Beata no fue tomado en su debida consideración. Venganza divina contra los enemigos de la Iglesia Siguiendo la narración de la visión, ella relata que San Pedro regresó al cielo. Entonces, en la tierra “el firmamento quedó cubierto de un color azul tenebroso, que sólo de mirarlo causaba terror. Un viento caliginoso hacía sentir su soplo impetuoso por todas partes. Con un vehemente y tétrico silbido aullando en el aire, como fiero león con su feroz rugido, hacía resonar sobre toda la tierra su horripilante eco. “El terror y el espanto pondrán a todos los hombres y todos los animales en un estado de supremo pavor, todo el mundo estará en convulsión y se matarán los unos a los otros, se despedazarán mutuamente sin piedad. En el tiempo de la sanguinaria pugna, la mano vengadora de Dios pesará sobre esos infelices, y con su omnipotencia castigará el orgullo, la temeridad y su desvergonzada arrogancia; Dios se servirá de las potencias de las tinieblas para exterminar a esos hombres sectarios, inicuos y criminales que pretenden derribar, erradicar la Iglesia Católica, nuestra Santa Madre, por sus raíces más profundas y arrojarla por tierra […]. “Dios se reirá de ellos y de su maldad, y con un sólo gesto de su mano derecha omnipotente castigará a esos inicuos, permitiendo a las potestades de las tinieblas que salgan del infierno; y estas grandes legiones de demonios recorrerán todo el mundo, y por medio de grandes ruinas ejecutarán las órdenes de la Divina Justicia, a la cual estos espíritus malignos están sometidos, de manera que no podrán hacer ni mayor ni menor daño de lo que Dios permitirá, a los hombres, a sus bienes, a sus familias, a sus aldeas, ciudades, casas y palacios, y cualquier otra cosa que subsistirá sobre la tierra […]. “Dios permitirá que esos hombres inicuos sean castigados por medio de la crueldad de demonios feroces, porque se sometieron voluntariamente a la potestad del demonio y se confederaron con él para causar daño a la Santa Iglesia Católica. […] Me fue mostrada la horrenda cárcel infernal. Vi abrirse en la mayor profundidad de la tierra una caverna tenebrosa y espantosa, llena de fuego, de donde vi salir a muchos demonios, los cuales, tomando unos una figura y otros otra, unos de animal y otros de hombre, venían todos a infestar el mundo y a hacer por todas partes maleficios y ruinas […]. Devastarán todos los lugares donde Dios ha sido y es ultrajado, profanado, sacrílegamente tratado, donde se ha practicado la idolatría. Todos esos lugares serán demolidos, arruinados y se perderá todo vestigio de ellos”.15 Triunfo y honra de la Iglesia, tal como ha sido previsto en Fátima La similitud con los trágicos anuncios de Nuestra Señora en Fátima se extienden más allá de los castigos. Ante la mirada de la Beata, Dios expuso en muchas ocasiones una maravillosa restauración futura de la Iglesia. Estas revelaciones ilustran magníficamente aspectos de lo que ha de ser el triunfo del Inmaculado Corazón de María. En aquella misma visión del 29 de junio de 1820, después de los purificadores castigos que se han descrito, la beata Isabel vio a San Pedro regresar del cielo en un majestuoso trono pontifical. A continuación, bajó con gran pompa el Apóstol San Pablo. Él “recorría todo el mundo y encadenaba aquellos espíritus malignos e infernales, y los conducía ante el Apóstol San Pedro, el cual, con una orden llena de autoridad, volvía a confinarlos en las tenebrosas cavernas de las cuales habían salido […]. En ese momento se vio aparecer sobre la tierra un bello resplandor, que anunciaba la reconciliación de Dios con los hombres”.16 La pequeña grey de católicos fieles, refugiada bajo los árboles en forma de cruz, fue entonces conducida a los pies del trono de San Pedro. “El santo escogió al nuevo Pontífice —añade la vidente—, toda la Iglesia fue reordenada según los verdaderos dictámenes de los Santos Evangelios; fueron restablecidas las ordenes religiosas, y todas las casas de los cristianos se convirtieron en otras tantas casas penetradas de religión; tan grande era el fervor y el celo por la gloria de Dios, que todo era ordenado en función del amor de Dios y del próximo. De esta manera tomó cuerpo en un momento el triunfo, la gloria y la honra de la Iglesia Católica: Ella era aclamada por todos, estimada por todos, venerada por todos, todos decidieron seguirla, reconociendo al Vicario de Cristo, el Sumo Pontífice”.17 “Cinco herejías infectan el mundo” Nuestro Señor le dijo a inicios de 1821: “Yo reformaré a mi pueblo y a mi Iglesia. Mandaré sacerdotes celosos para predicar mi fe, formaré un nuevo apostolado, enviaré al divino Espíritu Santo a renovar la tierra. Reformaré las órdenes religiosas por medio de nuevos reformadores santos y doctos. Todos tendrán el espíritu de mi dilecto hijo Ignacio de Loyola. Daré un nuevo Pastor a mi Iglesia, docto, santo, repleto de mi espíritu. Con santo celo reformará la grey de Jesucristo”.18 Y añade: “Él me hizo conocer muchas otras cosas concernientes a esta reforma. Varios soberanos sustentarán a la Iglesia Católica y serán verdaderos católicos, depositando sus cetros y coronas a los pies del Santo Padre, Vicario de Jesucristo. Varios reinos abandonarán sus errores y volverán al seno de la fe católica. Pueblos enteros se convertirán y reconocerán como religión verdadera la fe de Jesucristo”.19 Dios le hizo ver en varias ocasiones una esplendorosa nave nueva, símbolo de la Iglesia restaurada, que estaba siendo armada por los ángeles. También, el 10 de enero de 1824, le mostró el principal obstáculo para la conclusión de esa nave. Ella vio cinco árboles de desmesurado tamaño: “Observé que estos cinco árboles con sus raíces alimentaban y producían un enmarañadísimo bosque de millones de plantas estériles y selváticas”. Dios le hizo entender que esos cinco enigmáticos árboles simbolizaban “las cinco herejías que infectan el mundo en nuestro tiempo”.20 Falsas máximas y los errores esparcidos por Rusia El 22 de enero de 1824, la Beata Isabel conoció que aquel bosque maldito representaba un número incontable de almas, las cuales, “porque tienen una conciencia depravada, pueden ser denominadas almas sin fe, sin religión, porque piensan en todo, menos en aquello que todo buen católico esta obligado a pensar, porque hacen de todo, menos aquello que deben hacer. […] Aquellas míseras plantas son tenidas por el divino Señor no solamente en cuenta de estériles, también de nocivas y pésimas, que merecen ser arrojadas al fuego eterno”.21 La vidente escuchó que las cinco aludidas herejías se identificaban con las “falsas máximas de la filosofía de nuestro tiempo”. Máximas éstas que, según ella, estaban en la médula de los movimientos revolucionarios de su época, inspiradas en el espíritu y en las doctrinas de la Revolución Francesa. Tales máximas orientaban la conjuración que subvertía la Iglesia y el orden sociopolítico. Aquí se presenta aún una relación más con el mensaje de Fátima. Pues en él, la Santísima Virgen señaló a la difusión de los errores de Rusia —es decir, el comunismo— como uno de los castigos que vendrían si el mundo no se enmendaba. Ahora bien, los errores comunistas —inclusive en sus formulaciones más actualizadas— son consecuencia necesaria y directa de las “falsas máximas” que la Beata Isabel mostró insistentemente como la médula del proceso de subversión del orbe católico. Podemos, pues, ver en esas imágenes y expresiones una alusión a la Revolución anticristiana, tan sabia y penetrantemente denunciada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en sus obras, y contra la cual debemos mantener en alto el estandarte de la militancia católica en estos tiempos de abismales defecciones y celestiales expectativas. Queda confirmada la certeza en las promesas de Fátima La Beata Isabel cerró los ojos a esta vida el 5 de febrero de 1825, casi un siglo antes de la gloriosa manifestación de Nuestra Señora en Fátima. Sin embargo, sus visiones y revelaciones —de las cuales trascribimos aquí apenas algunas muestras— parecen destinadas especialmente para el conocimiento de nuestros contemporáneos. Ellas patentizan el grandioso designio divino que transpone la historia. Pues muestran que el plan del Reino de María —como fue profetizado en Fátima— es como un inmenso palacio que la Divina Providencia viene preparando desde hace siglos. Y cuyo perfeccionamiento sobrepujará toda especulación humana. Por todo ello, las visiones y revelaciones de la Beata Isabel Canori Mora refuerzan aún más la idea de la centralidad del mensaje de Fátima y la certeza del cumplimento de la promesa de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos en 1917: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” Notas.- 1. León XIII, Encíclica Immortale Dei, 1.XI.1885, Bonne Presse, París, vol. II, p. 39.
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