Una «Cruzada Reparadora del Santo Rosario», con una imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima, obtuvo un auténtico milagro en mayo de 1955: la retirada de las tropas rusas del territorio austriaco En 1917, en Fátima, la Virgen María pidió a la humanidad el arrepentimiento de los pecados cometidos, el cambio de vida, la penitencia y la oración, para revertir la grave decadencia de la fe y las costumbres, notable ya a inicios del siglo pasado. Si estos pedidos fuesen atendidos, dijo entonces la Virgen, el mundo tendría paz. De lo contrario, vendrían nuevas guerras, la Iglesia sería perseguida, el Santo Padre tendría mucho que sufrir, muchas naciones desaparecerían. Para comprobar la veracidad de su mensaje, la Madre de Dios operó, en la última aparición, un portentoso milagro, presenciado por millares de personas: el sol comenzó a danzar en el cielo, causando la impresión que iba a precipitarse sobre la Tierra. Después de aquel prodigio, ningún otro milagro operado por la Virgen de Fátima tuvo la trascendencia de un acontecimiento poco realzado de la Historia contemporánea: la inexplicable –en términos meramente naturales– retirada de las tropas soviéticas de Austria, mediante el tratado que reconoció la independencia del país, firmado en mayo de 1955. La humanidad pecadora no atiende los pedidos de la Virgen De 1917 a nuestros días, la decadencia de las costumbres se aceleró vertiginosamente. Se comprueba un catastrófico alejamiento de los Mandamientos de la Ley de Dios. Y la crisis religiosa nos pone al borde una nueva y gran apostasía, de proporciones tal vez mayores que la revolución protestante del siglo XVI. Los castigos por esos desvíos van siendo registrados por la Historia. Además de la II Guerra Mundial, el mundo ha sido constantemente conmovido por guerras locales o por revoluciones internas, cuyas víctimas superan ya cinco veces las de la gran contienda. La persecución a la Iglesia en países islámicos, responsable por millares de mártires, es cada vez más intensa. En toda Europa los adeptos radicales del Islam van conquistando terreno y amenazan dominar, en un futuro no muy distante, a países como España, Francia, Alemania e Italia. No son pocas las personas que ya ven acumularse en el horizonte las nubes sombrías de la amenaza de una nueva guerra mundial. Ésta es la triste situación en que nos encontramos. Sin embargo, ¿qué podría haber sucedido si los pedidos de Nuestra Señora hubieran sido atendidos? En la historia de la pequeña Austria, después de la Segunda Guerra Mundial, la Divina Providencia parece haber querido mostrar los beneficios que está dispuesta a conceder a la humanidad si se tomaran en cuenta los pedidos de la Santísima Virgen.
La lamentable situación de Austria en la postguerra Con la anexión de Austria a la Alemania nazi en marzo de 1938, los destinos de los dos países quedaron íntimamente unidos. Las devastaciones causadas por los ejércitos alemanes, a los cuales se incorporaron los contingentes austriacos, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron imputadas naturalmente a ambas naciones. Al fin de la guerra, los aliados decidieron mantener la existencia política de Austria, aunque sujetándola a un período no definido de ocupación. Su territorio fue dividido en cuatro partes, que fueron entregadas respectivamente a los aliados: Francia, Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética. La parte soviética cubría la llamada baja Austria, la más rica del país, por los pozos de petróleo, la agricultura y sus industrias; en ella estaba localizada la ciudad de Viena. Los rusos tenían como objetivo quedarse indefinidamente al punto que, en 1950, incentivaron un putsch comunista en Viena, con la intención de apoderarse del gobierno de toda Austria. El mismo consejo de la Virgen en dos ocasiones: Fátima -1917; Mariazell -1946 En esas sombrías perspectivas, el sacerdote capuchino Petrus Pavlicek se dirigió el 2 de febrero de 1946 al principal santuario mariano del país, Mariazell, a rezar intensamente ante la milagrosa imagen y pedirle luces para atender las necesidades de su pueblo. En cierto momento percibió, con toda claridad, que una voz interior le decía: “Haced lo que os digo y tendrán paz”. Sólo más tarde conocería que esas palabras habían sido las mismas pronunciadas por la Virgen María a los tres pastorcitos en Fátima. En febrero de 1947 fundó un movimiento de oraciones para reunir a personas que se comprometieran a rezar el rosario, de forma que durante las 24 horas del día alguien estuviese orando a Nuestra Señora y pidiendo la conversión de los pecadores, la paz y la liberación de Austria. Con la autorización de sus superiores, pero sin ningún apoyo financiero de éstos, pues la guerra había dejado a la Orden de los capuchinos en difícil situación, pasó a recorrer el país. Una copia de las imágenes peregrinas internacionales de la Virgen de Fátima lo acompañaba en todo momento. En cada ciudad o aldea, conseguía siempre mayor número de adhesiones a la Rosenkranzsühnekreuzzug (Cruzada Reparadora del Santo Rosario). Para no provocar una actitud represiva por parte de las autoridades soviéticas, pedía a los participantes de la cruzada que rezasen por la paz mundial y la conversión de los pecadores. A pesar de ello, todos entendían que tal paz comenzaba por la liberación de Austria del yugo comunista. En sus prédicas insistía en el pedido central de Nuestra Señora en las apariciones de 1917: la conversión de los pecadores; e instaba a sus fieles para acercarse al sacramento de la penitencia. La Cruzada del Santo Rosario domina las bases y, En setiembre de 1948 inició el padre Petrus, en la iglesia de los capuchinos de Viena, los Actos de Devoción Reparadora (Sühneandacht) con misas, predicaciones, confesiones, bendición de enfermos y recitación del rosario. Tales devociones duraban a veces cinco días consecutivos. Él los denominó Asaltos de Oración (Sturmgebete): “La paz es un don de Dios y no obra de políticos, y los dones de Dios se obtienen con oraciones”, decía el misionero. Era necesario conquistar de Dios esa gracia como los soldados conquistan una fortaleza mediante un ataque.
Organizó procesiones con la imagen de la Virgen de Fátima los días 13 de cada mes. Éstas tomaron tal vuelo que resolvió promover el día de la Fiesta del Nombre de María (12 de setiembre) de cada año, una gran procesión a la cual invitaba a participar a todas las parroquias de Viena. Esa fiesta había sido instituida en 1683 por el Papa Inocencio XI para que toda la Cristiandad conmemorase la intervención de la Santísima Virgen dando la victoria a los ejércitos católicos contra los turcos en Viena. En 1948 el padre Petrus escribió al Cardenal Innitzer, de Viena, invitándolo a participar de las procesiones. Durante algún tiempo, el Purpurado se negó a tomar parte en aquella manifestación de Fe. También se había opuesto a la ida de la imagen de Nuestra Señora de Fátima a la iglesia de los capuchinos alegando que en aquel templo ya había otra imagen, y que “la Virgen es una sola”. El padre Petrus fue entonces a la catedral de Viena y allí encontró 35 diferentes representaciones de la Madre de Dios. Así consiguió deshacer tal oposición. Más tarde, ante el éxito del movimiento, el Cardenal se sintió obligado a participar de la procesión. El primer ministro Leopold Figl también fue invitado a participar de las grandes procesiones. En todas las magnas ocasiones, tanto a él como a sus ministros se los veía de vela y rosario en la mano. En 1953, Julius Raab sucedió a Leopold Figl en el cargo de primer ministro y se unió a los esfuerzos del religioso capuchino. El movimiento irá creciendo siempre de manera sorprendente. Hasta 1955, más de 500 mil austriacos (el país tenía entonces cerca de cinco millones de habitantes) se habían comprometido a participar de aquel inmenso clamor de oraciones. El número de quienes participaba de las procesiones y de los Asaltos de Oraciones era mucho mayor. Mientras tanto, durante esos ocho años se desarrollaron en Londres 260 reuniones entre representantes de las naciones vencedoras y una delegación austriaca, sin que nada quedase resuelto sobre la ocupación de Austria. La Guerra Fría se intensificaba cada vez más y el comunismo agudizaba sus métodos de persecución religiosa en los países ocupados. Parecía que Dios quería probar la confianza de aquellos que tanto pedían la liberación de su país. Milagro de la Virgen de Fátima salva Austria El 24 de marzo de 1955 los gobernantes soviéticos invitaron a los austriacos a una conferencia en Moscú. Antes de partir, el primer ministro Julius Raab pidió al sacerdote: “Por favor rece, y haga que sus fieles recen más que nunca”, pues presentía que allí se decidiría el futuro de la nación.
Luego de rápidas conversaciones, sucede lo imposible: inesperadamente en el mes de abril, el régimen de Moscú anunció la determinación de que en noventa días retiraría todas sus tropas. El 15 de mayo los representantes de las cuatro potencias ocupantes firmaron en Viena el Tratado de Independencia definitiva del país. Finalmente Austria se liberaba de la ocupación aliada y, más importante que todo, de la ocupación soviética. Caso único en la historia del comunismo hasta entonces. El 26 de octubre de 1955, el último soldado de las tropas de ocupación dejó el suelo austriaco, lo que en Alemania recién sucedió cuarenta años después, en 1995. Antes, el 12 de setiembre, se organizó en Viena una gran procesión nocturna “aux flambeaux” (con candelas) en homenaje a la Santísima Virgen de Fátima, de la cual participó una enorme multitud e innumerables personalidades de la vida pública. El primer ministro pronunció un discurso, en el cual reconoció la importancia que el movimiento del padre Petrus había desempeñado en los acontecimientos. Y terminó con estas palabras: “Hoy, nosotros, que tenemos el corazón lleno de fe, aclamamos al Cielo con gozosa oración: ¡Somos libres, oh María, te lo agradecemos!” * Adaptación del artículo de Carlos Eduardo Schaffer publicado en Catolicismo, nº 569, abril de 1998.
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