Con la presente entrega concluimos este estudio sobre la revolución sexual en curso, cuyas dos primeras partes fueron transcritas en esta misma sección, en los números de marzo y abril respectivamente. Veremos a continuación qué es lo que se esconde por detrás de la ideología de género, así como la concepción evolucionista de los llamados derechos humanos.
Alfredo Mac Hale Por detrás de la ideología de género, las aberraciones de Marx Como se sabe, “abolir a familia” fue una de las principales metas de Marx y Engels, que el comunismo durante tres cuartos de siglo trató de imponer a los países que subyugó. Hoy se convirtió en el objetivo principal de la izquierda internacional, en unión con el feminismo radical y con poderosas organizaciones que pretenden controlar la población (tanto o más que el nazismo o el comunismo), bajo el disfraz de los derechos humanos y de la promoción de la mujer.
La ideología de género es una reinterpretación de las ideas de Marx, según las cuales la historia es una continua lucha de clases entre “opresores” y “oprimidos”, caracterizada, durante el siglo XX, por la oposición entre obrero y el patrón y el pobre frente al rico. Hoy esa aberración fue transpuesta, dado su fracaso mundial, a la familia, donde el hombre sería el “opresor”, y la mujer o los hijos los “oprimidos”. Se busca así, imponer cambios, leyes y medidas coercitivas: aborto para las mujeres, niños libres de la tutela paterna, “matrimonios” homosexuales, cuotas idénticas para hombres y mujeres en las empresas, gobiernos, colegios y universidades. Todo conforme a lo deseado expresamente por Marx, con vistas a la extinción de las clases y el triunfo de la utopía igualitaria. La semejanza entre el marxismo y esta forma de pensar ya era palpable en el libro El origen de la familia, la propiedad y el Estado, de Engels: “El primer antagonismo de clases coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monogámico, y la primera opresión de una clase a la otra, con la del sexo femenino por el masculino” (Cf. Frederick Engels, The Origin of the Family, Property and the State, International Publishers, New York, 1972, pp. 65-66). Karl Marx exigía que los medios de “producción y reproducción” fuesen arrebatados a los opresores y entregados a los oprimidos. Y afirmaba que las clases desaparecerían cuando se eliminasen la propiedad privada y la familia encabezada por un padre; se estableciese el libertinaje sexual; se facilitase el divorcio unilateral; se aceptase la filiación ilegítima; se concediese a las mujeres derechos reproductivos que incluyan el aborto; se forzase su entrada en el mercado del trabajo; fuesen colectivizadas las tareas domésticas; se colocasen a los niños en instituciones estatales, libres de la autoridad de los padres; y se eliminase la religión. Todo eso trataron de realizarlo las tiranías comunistas. Éstas se vieron no obstante obligadas a retroceder en los ataques a la familia a causa del repudio de la población, ciñéndose primordialmente a la colectivización económica. Y cuando el régimen soviético se deshizo, tomó fuerza la ideología de género como un marxismo metamorfoseado, que recogió y lanzó sus más notorias aberraciones, ya no en Oriente, sino en todo Occidente. A ese respecto, numerosas “feministas de género” acusan hoy a los líderes de la secta roja en el sentido de que el colapso de la revolución comunista en Rusia se debió a su fracaso en destruir la familia, que es la verdadera causa de la opresión psicológica, económica y política (Cf. Dale O’Leary, artículos en www.catholic-pages.com/dir/feminisn .asp; ver también Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex, Bantam Books, Nueva York, 1970). Según ellas, el sexo implica clase, y ésta presupone desigualdad. Para eliminarla, se elaboró la teoría de que el género no es definido por la naturaleza, sino que es “una construcción” —es decir, un invento— social o cultural. O sea, que es inculcado y aprendido; y que por tanto es posible que sea cambiado, pudiendo una persona del sexo masculino adoptar un género femenino, y viceversa.
Según esta ideología, no se nace como hombre o como mujer, sino que se aprende a ser una cosa u otra, como afirma la existencialista bisexual Simone de Beauvoir. Ella dice también que la atracción heterosexual es aprendida, y que el instinto materno no existe. Mientras tales aberraciones recorren el mundo, organismos internacionales de izquierda imponen a diversos países subdesarrollados su “agenda de género”, promoviendo el aborto y la homosexualidad. La ayuda financiera internacional es condicionada al alineamiento de los gobiernos a esas posiciones. A Uganda la ONU le cortó los subsidios, porque aquel país africano resolvió incentivar oficialmente, en lugar de los preservativos, la castidad y la fidelidad conyugal como antídotos contra el Sida. Si se demuele de esa forma a la familia y se inunda la sociedad con la promiscuidad más abyecta, si los peores vicios tienen ciudadanía y la moral es perseguida, ¿cómo podrán formarse los niños y los jóvenes dentro de cierta rectitud, para que lleguen a ser adultos útiles a la sociedad y respetuosos de la moral y de la Ley? Con muy pocas excepciones, será casi imposible. Será la realización completa de los designios de Marx. Por más monstruosa que sea tal ideología, ella cuenta con numerosos adeptos, muchos de ellos bien colocados, que van pasando de contrabando sus propósitos. En la mayoría de los casos, sin que haya una oposición clara y organizada. Algunos obispos —uno en el Perú, otro en España, aún otro en México, además de uno en América Central— la censuraron fuertemente. Pero la inmensa mayoría de los prelados, como es tan frecuente en relación a temas graves de moral católica, no se pronunció. En consecuencia, la mayor parte de los católicos ignora que esa aberración se está volviendo dominante. Los “derechos humanos”, al sabor del relativismo Se suma a lo anteriormente dicho otra cadena de aberraciones doctrinarias, lanzadas con supuesta base en los llamados “derechos humanos”. En la mayoría de los ambientes, se habla de ellos sin que siquiera se sepa cuáles son esos derechos, lo que incluye, cómo deben ser entendidos y jerarquizados, cuáles de ellos prevalecen cuando entran en conflicto, y qué limitaciones tienen, en virtud del bien común. Por ejemplo, ¿por qué no presentan el derecho de propiedad como un derecho humano? ¿Y el derecho a la vida del bebé por nacer? Claro está que, bajo el rótulo de “derechos humanos”, la izquierda incluye todo aquello que sirve a los propósitos y métodos de la Revolución anti-cristiana, y nada de lo que la contraría, aún cuando se trate del derecho más básico, universal e indiscutible. O sea, está vigente un concepto relativista, que proclama hoy como “derechos humanos” actos que ayer no eran considerados tales, y que mañana tampoco lo serán. Simplemente porque habrá pasado la hora en que a la Revolución universal le convenía servirse de ellos, y llegado el momento de substituirlos por otras fórmulas sofísticas, que serán la bandera de los nuevos revolucionarios que entren en escena. Los ideólogos de los “derechos humanos” afirman sin pudor que el concepto de éstos es evolutivo, dependiendo de la ideología cuyo predominio ellos mismos desean. Por ejemplo, cuando querían ver explícitamente implantado el comunismo stalinista, consideraban que los supuestos derechos del proletariado —o sea, las facultades que los marxistas atribuían a éste— eran fundamentales, y las víctimas no tenían derecho alguno. Como ahora desean la explosión de las “diversidades” para la instauración del caos moral, doctrinario, cultural y legal, lo que califican de indispensable es el “derecho a la diferencia”. Hace pocas décadas, a nadie en sana conciencia se le ocurriría pensar que la homosexualidad y la práctica del aborto podrían algún día ser considerados “derechos humanos”. Hoy, sin embargo, son relativamente pocos los que se atreven a negarlo. De modo inverso, durante siglos los derechos de propiedad privada, de herencia y de libre iniciativa fueron considerados, de acuerdo con el orden natural y la moral católica, como absolutamente esenciales a la naturaleza humana. Hoy ellos son negados de modo ufano y desafiante por demagogos baratos, por politólogos pedantes, ; por clérigos de avanzada y por feministas frenéticas. ¿Quién enfrenta tal proceso de descristianización del mundo?
El mundo contemporáneo se sometió al más craso relativismo. ¿Por qué? Sin duda porque gran parte de aquellos que tienen por obligación proclamar los principios verdaderos —con validez absoluta y permanente basada en la voluntad de Dios— raras veces lo hacen. Y cuando lo hacen, es con tales vacilaciones, timidez y cautelas, que dan la impresión de que creen muy poco en ellos, y por lo tanto que no los consideran esenciales. Proceden así porque temen el riesgo de ser calificados como intransigentes, intolerantes y reaccionarios. Diversos documentos emanados de la Santa Sede, en los últimos años, impugnaron el relativismo imperante en el mundo de hoy, muchos de los cuales firmados por el actual Papa Benedicto XVI cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, o ya en la Cátedra de Pedro. Señálese un sólo pronunciamiento de alguna Conferencia Episcopal en el mundo que les haya hecho eco de modo categórico hasta el momento… ¿Habrá algún obispo o sacerdote que lo haya hecho para el bien de sus propios fieles, en especial de aquellos que no tienen acceso fácil a los documentos pontificios? Es posible, pero después de una cuidadosa investigación, no encontramos la menor noticia que hable en ese sentido. O sea, documentos de gran importancia —sea por el contenido, sea por la eminencia de la autoridad que los emitió— caen simplemente en el vacío, poniéndose en realce ideologías absurdas y siniestras como las arriba señaladas. Después de describir sumariamente el panorama de la destrucción de la familia, cabe preguntar: ¿dónde están los defensores de la familia verdadera, que Dios dotó de todos los atributos y derechos, consignado como está en incontables documentos pontificios a lo largo de 20 siglos? Son muy escasos, pues la gran mayoría se redujo al silencio, con temor de enfrentar el virulento proceso de descristianización en curso. He aquí el principal campo de batalla de los católicos de hoy: rescatar del silencio esos principios y orientar a los hermanos en la Fe, para que sean preservados de la saña revolucionaria, recordándoles que tal saña no se vence con silencios o contemporizaciones, y menos aún con concesiones, sino con la valiente y completa afirmación de la verdad católica. Para animarlos y orientarlos, debe prevalecer la máxima invencible “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5, 29). Siguiendo esta sentencia, Nuestro Señor Jesucristo reinará no sólo en nosotros, sino también a nuestro alrededor.
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Nuestra Señora de Akita |
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