Vidas de Santos Santa Juliana de Cornillon

Y la institución de la fiesta del Corpus Christi en la Iglesia

Religiosa belga que impulsó la devoción pública al Santísimo Sacramento, empeñando sus esfuerzos para que sea establecida en la Iglesia una fiesta en honor al Hombre-Dios

Plinio María Solimeo

Hacia el año 1050, cuando fue vencida la herejía de Berengario de Tours, que negaba la transubstanciación, se avivó la piedad popular con relación a la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar. Para atender al deseo de los fieles, fue introducida en la misa la elevación de la hostia inmediatamente después de la Consagración, para ser adorada. La piedad popular medieval denominaba a esta ceremonia “elevar a Dios”. Poco después, por el mismo motivo, fue también introducida la elevación del cáliz con la Preciosa Sangre.

A fines del siglo XII, en 1193, nació en Rettines, cerca de Lieja (Bélgica), santa Juliana de Cornillon, quien se convertiría en apóstol del Santísimo Sacramento del altar. Al quedar en la orfandad a los cinco años de edad, fue llevada junto con su hermana Inés al convento de Monte Cornillon para ser educada. Allí fueron confiadas a la dirección de sor Sapiencia, que les enseñó los rudimentos de la doctrina y las inició en la virtud, hasta que Juliana se hizo religiosa años después.

Este convento, que acogía a los enfermos afectados de lepra, seguía la Regla de San Agustín y se componía de dos edificios, uno para las hermanas y otro para los hermanos, obedeciendo a un prior general.

Gran progreso en la virtud y en las ciencias

En poco tiempo Juliana ya leía en lengua latina las obras de los Padres de la Iglesia, en particular a san Agustín y san Bernardo. Dotada de una inteligencia extraordinaria, hizo rápidos progresos en las ciencias y en la virtud, adquiriendo desde entonces una inclinación especial hacia la contemplación. Frecuentemente meditaba sobre las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20), cultivando así su vocación eucarística.

A la par, se entregaba al ayuno y a las austeridades, en una vida marcada por la penitencia. Además de su profundo amor al misterio de la Eucaristía, Juliana tenía también un ardiente amor a la Santísima Virgen y a la Sagrada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Misión de instituir la fiesta del Santísimo Sacramento

La santa tiene una visión de la fiesta de Corpus Christi (vitral de la iglesia de San Juan Bautista, Nueva York)

En 1206 ella recibió el velo y a partir de ahí se consagró al cuidado de los enfermos en el hospital del convento. Cuando tenía dieciséis años, según sus biógrafos, tuvo una visión en la cual veía la luna en todo su esplendor, pero con una franja oscura que la atravesaba de lado a lado. No comprendió en ese momento lo que eso significaba y pidió ardientemente a Nuestro Señor que le explicara el sentido de lo que había visto. El Salvador le dijo que la luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra, y la franja opaca significaba la ausencia de una fiesta litúrgica dedicada al Santísimo Sacramento, que debía aumentar la fe de los fieles al augusto Sacramento y hacerlos avanzar en la práctica de las virtudes. Sería también para reparar las ofensas cometidas contra este Sacramento de Amor. Que por tales motivos, Juliana debía empeñarse con todas sus fuerzas para obtener la institución de dicha fiesta.

Sin embargo, en su humildad, ella no se juzgaba apta para una responsabilidad tan grande, y así pasaron prácticamente veinte años sin que tomara ninguna iniciativa al respecto. Con el transcurso del tiempo llegó a ocupar el cargo de priora del monasterio, pero conservó en secreto la revelación.

Institución de la solemnidad del Corpus Christi en la diócesis

Finalmente Juliana confió su secreto a otras dos religiosas fervientes devotas de la Eucaristía: la futura santa Eva de Lieja e Isabel. Las tres almas elegidas se empeñaron entonces para que se cumpliera el deseo de Nuestro Señor.

Para eso Juliana confidenció su anhelo con Juan de Lausanne, canónigo de la iglesia de San Martín de Lieja, a quien pidió que buscara la opinión de hombres eminentes con los cuales tenía contacto. La iniciativa fue sometida y expuesta a Jacques Pantaleón de Troyes, después Papa Urbano IV; a Hugo de Saint-Cher, prior provincial de la Orden de los Predicadores y posteriormente cardenal; a Guy, obispo de Cambrai; al canciller de la Universidad de París; a los hermanos Egidio, Juan y Renaud, profesores de teología.

La opinión unánime fue la de que “nada en la ley divina se oponía al establecimiento de una fiesta especial al Santísimo Sacramento”.1 Es decir, que no habían obstáculos de parte de la teología o de la doctrina de la Iglesia.

Roberto de Thourotte, obispo de Lieja, fue también consultado. Quien después de algún titubeo inicial, acogió la propuesta e instituyó la solemnidad del Corpus Christi en su diócesis, siendo más tarde imitado por otros obispos.

Persecuciones incentivadas por el odio diabólico

Sin embargo, faltaba aún una de las características de los santos, es decir, las oposiciones, y ellas no se hicieron esperar. Una persecución tan violenta como injusta fue urdida contra Juliana. Un hagiógrafo explica cómo sucedió: “Su convento estaba bajo la supervisión de un superior general, Roger, un hombre depravado y de hábitos escandalosos. Que afianzara su posición en 1233, por medio de intrigas y soborno. Disgustado por la virtud y piedad de Juliana, y más aún por sus ruegos y censuras, incitó al pueblo contra ella. La santa se refugió en la celda de santa Eva, y de allí pasó a una casa ofrecida por Juan, el canónigo de Lausanne”.2

Pero la persecución continuó, de manera que durante diez años Juliana tuvo que deambular de convento en convento con algunas compañeras; edificando en todas partes por su humildad y paciencia, en medio de las mayores aflicciones.

Al final llegaron a Namur, donde encontraron un asilo y una capilla. De acuerdo con otro de sus biógrafos, allí Juliana recibió la inesperada visita de su perseguidor Roger, que fue a manifestarle su arrepentimiento y su admiración por ella.

Santo Tomás de Aquino presenta su liturgia de Corpus Christi al Papa Urbano IV, Taddeo di Bartolo, s. XV – Museo de Arte de Filadelfia, Estados Unidos

El establecimiento oficial de la fiesta del Corpus Christi

Sin embargo, al lado de los sufrimientos y de las persecuciones, santa Juliana tuvo la alegría de saber que en 1251 la fiesta tan anhelada fue instituida por el legado del Papa en Alemania, Dacia, Bohemia, Moravia y Polonia.

Después de su sexto destierro, el 5 de abril de 1258, santa Juliana entregó su alma Dios en Foses-la-Ville, Bélgica.

El archidiácono de Tréveris, Jacques Pantaleón, gran amigo de la santa, es elegido sucesivamente obispo de Verdún en 1253, Patriarca de Jerusalén en 1255 y Papa en 1261 con el nombre de Urbano IV. Una de sus iniciativas fue instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves posterior a Pentecostés. Lo cual decretó por medio de la bula Transiturus de hoc mundo, del 11 de agosto de 1264.

En dicho documento, el Sumo Pontífice hace una referencia a nuestra santa, aunque sin mencionarla, en los siguientes términos:

“En cierta ocasión también oímos decir, cuando desempeñábamos un oficio más modesto, que Dios había revelado a algunos católicos que era preciso celebrar esta fiesta en toda la Iglesia; Nos, pues, hemos creído oportuno establecerla para que, de forma digna y razonable, sea vitalizada y exaltada la fe católica”.3

La misa de Bolsena, Rafael Sanzio, 1512 – Fresco de la Sala de Heliodoro, Palacio Apostólico, Ciudad del Vaticano

El milagro eucarístico de Bolsena

Fue el mismo Urbano IV que, estando en Orvieto, quiso celebrar la fiesta del Cuerpo de Dios (Corpus Domini) en esa ciudad. Él ya había ordenado que se conservara en su iglesia matriz —como sucede hasta hoy— el célebre corporal con los trazos del milagro eucarístico sucedido en Bolsena el año 1263. Este milagro tuvo lugar cuando un sacerdote, estando por consagrar el pan y el vino, dudó de la presencia real de Nuestro Señor en la sagrada Eucaristía. Entonces, de la hostia que tenía en sus manos comenzaron a discurrir gotas de sangre sobre el corporal, confirmando así la Presencia Real, que todos profesamos como verdad de fe.

Este mismo Papa pidió al Doctor Angélico, santo Tomás de Aquino, que se encontraba también en Orvieto, que compusiera los textos del oficio litúrgico y de la misa de la fiesta de Corpus Christi, lo que el santo hizo alrededor de 1264, con gran amor y felicidad.

“La reverencia de los primeros fieles a la Eucaristía se transformó en devoción a la Persona adorable de Jesús, oculto bajo las sagradas especies. […] Así se originó toda la piedad eucarística vinculada a la fiesta del Cuerpo de Dios, y después fructificada en la exposición del Santísimo Sacramento, en las Cuarenta Horas, en las apoteósicas procesiones de los Congresos Eucarísticos, en las visitas al Santísimo, en las Horas Santas, en los actos de reparación, etc.”.4

 

Notas.-

1. Mons. Paul Guérin, Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. IV, p. 213.

2. Id., Ib.

3. Cf. http://www.vatican.va/content/urbanus-iv/es/documents/bulla-transiturus-de-mundo-11-aug-1264.html.

4. José Leite SJ, Santos de cada día, Editorial A.O., Braga, 1993, t. I, p. 429.

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