Dice San Agustín que el enemigo engaña de dos maneras a los hombres: «Con desesperación y con esperanza». Cuando el pecador ha pecado ya, le mueve a desesperarse por el temor de la divina justicia; pero antes de pecar le anima a que caiga en tentación por la esperanza de la divina misericordia. Por eso el santo nos amonesta diciendo: «Después del pecado ten esperanza en la misericordia; antes del pecado teme la divina justicia». Y así es, en efecto. Porque no merece la misericordia de Dios el que se sirve de ella para ofenderle. La misericordia se usa con quien teme a Dios, no con quien la utiliza para no temerle.
Difícilmente se hallará un pecador tan desesperado que quiera expresamente condenarse. Los pecadores quieren pecar, mas sin perder la esperanza de salvación. Pecan y dicen: Dios es la misma bondad; aunque ahora peque, yo me confesaré más adelante. Así piensan los pecadores, dice San Agustín. Pero, ¡oh Dios mío!, así pensaron muchos que ya están condenados. «No digas —exclama el Señor— la misericordia de Dios es grande: mis innumerables pecados, con un acto de contrición me serán perdonados» (Eclo. 5, 6). No habléis así —nos dice el Señor— ¿y por qué? «Porque su ira está tan pronta como su misericordia; y su ira mira a los pecadores» (Eclo. 5, 6). La misericordia de Dios es infinita; pero los actos de ella, o sea los de conmiseración, son finitos. Dios es clemente, pero también justo. Si Dios espera con paciencia, no espera siempre. Pues si el Señor siempre nos tolerase, nadie se condenaría. «Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por él» (Mt., 7, 13). Quien ofende a Dios, fiado en la esperanza de ser perdonado, «es un escarnecedor y no un penitente», dice San Agustín. Por otra parte, nos afirma San Pablo que «Dios no puede ser burlado» (Gál. 6, 7). Y sería burlarse de Dios el ofenderle siempre que quisiéramos y luego ir a la gloria. La red con que el demonio arrastra a casi todos los cristianos que se condenan es, sin duda, ese engaño con que los seducía diciéndoles: «Pecad libremente, que a pesar de todo ello os habéis de salvar». Mas el Señor maldice al que peca esperando perdón. La esperanza después del pecado, cuando el pecador de veras se arrepiente, es grata a Dios; pero la de los obstinados le es abominable (Jb. 11, 20).
San Alfonso María de Ligorio, Preparación para la Muerte (Consideración XVII - 1).
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