Pero —dirás— Dios es la misma misericordia. He aquí el tercer engaño, tan común en los pecadores, y que tantos conduce al infierno. Escribe un docto autor que la misericordia de Dios precipita más almas en el infierno que su justicia; porque los pecadores, fiados temerariamente de la misericordia, no dejan de pecar y se condenan. Que Dios sea todo misericordia ¿quién lo niega? Esto no obstante, ¡a cuántos arroja cada día en el infierno! Es misericordioso, pero también es justo, y su justicia le obliga a castigar al que le ofende. El Señor usa de su misericordia, pero ¿con quiénes? Con los que le temen. “Se levanta su bondad sobre los que lo temen”, dice David; y añade: “Siente el Señor ternura por los que lo temen” (Sal 103 [102], 11-13). Pero los que le menosprecian y abusan de su misericordia, para más ofenderle, estos tales que esperen el golpe de su justicia. Y con razón; Dios perdona el pecado, pero no puede perdonar la voluntad de pecar. El que comete el pecado con el pensamiento puesto en que se ha de arrepentir después de haber pecado, este —dice San Agustín— “no es penitente, sino escarnecedor de Dios”. Y de Dios nadie se burla impunemente. “No os engañéis —dice el Apóstol— de Dios nadie se burla” (Gál 6, 7). Y sería burlarse de Dios el ofenderle cuando y como se nos antoja y luego pretender ir al paraíso. ♦ San Alfonso María de Ligorio, Preparación para la Muerte, El Perpetuo Socorro, Madrid, 1920, p. 372-373.
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