PREGUNTA Oí decir a unos amigos católicos que el infierno existe, pero que está vacío. Que Dios lo habría creado apenas para asustar a los hombres, a fin de que marchen por el buen camino, pero que Él no sería tan cruel como para mandar a alguien allá. Así, al fin de la vida, hasta a los peores hombres, les daría la gracia del arrepentimiento final. ¿Qué piensa Ud. de esta teoría? RESPUESTA Hace mucho tiempo circulan teorías que, de una forma u otra, intentan “vaciar” el infierno. A inicios del siglo XX, algunos sostenían la tesis, condenada por la Iglesia, de que el infierno existía, estaba lleno de gente, pero que transcurrido cierto tiempo Dios tendría pena de los condenados y los sacaría de allí. Después comenzó a tomar cuerpo esta teoría del “infierno vacío”, que coincidió con las perturbaciones post-conciliares. Esto acarreó la burla de los enemigos de la Iglesia, que le atribuían haber cambiado su fe en el infierno, que antes lo mostraba como “lleno”, y ahora como “vacío”. El padre Giandomenico Mucci S.J., trató sobre esta temática en un artículo publicado en la revista “La Civiltà Cattolica” (nº 3788, del 19 de abril del 2008), titulado precisamente L’inferno vuoto (El infierno vacío), del cual extraeremos algunos datos para responder la pregunta que nos fue formulada. Antes de hacerlo, no obstante, desmontemos algunas equivocaciones preliminares. ¿Un infierno sólo para asustar? El alegato de que Dios creó el infierno sólo para asustar a los hombres no resiste el menor análisis. Es gravemente ofensivo a Dios, por acusarlo de una blasfema deslealtad. La experiencia más común de la vida muestra que una penalidad establecida “apenas para atemorizar”, de la que se sabe que no será aplicada, no tiene la menor efectividad. Un padre, un director de colegio, una autoridad pública que usasen de ese recurso quedarían al punto desmoralizados. No es siquiera posible imaginar que Dios proceda de esa manera con los hombres. De donde es forzoso concluir que las penas del infierno serán efectivamente aplicadas. En el Evangelio: la escena del Juicio Final Ese hecho innegable está descrito, con aquella belleza insuperable de los autores sagrados, en el Evangelio de San Mateo, en la escena del Juicio Final: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a la izquierda. “Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo» [...]. “Luego dirá a los de la izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron». “Éstos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?» “Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo». “Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (25, 31-46). Ante esta categórica descripción, ¿cómo se pudo retorcer tanto su interpretación, hasta concluir que “el infierno está vacío”? Tengamos presente, por otro lado, que el Juicio Final se dará después de la resurrección de los cuerpos, cuando venga el fin del mundo, pero cada hombre ya habrá pasado por un Juicio Particular, inmediatamente después de su muerte, y su destino individual habrá sido trazado desde entonces: las almas de los destinados al Cielo pasarán antes por el Purgatorio —a menos que ya estén enteramente purificados de cualquier mancha— para purificarse de las culpas que no hayan purgado durante la vida; y las almas de los réprobos (condenados) serán precipitadas inmediatamente en el infierno, donde esperarán la resurrección de sus cuerpos para unirse a ellos, y así se presentarán delante del Supremo Juez a fin de recibir la sentencia confirmativa y ser lanzados en cuerpo y alma al infierno. La tesis de Hans Urs von Balthasar El padre Giandomenico Mucci recuerda que la expresión inferno vuoto (infierno vacío) fue atribuida al teólogo suizo Urs von Balthasar, al inicio de la década de 1980. Von Balthasar parte de la idea de que “esperar la salvación eterna de todos los hombres no es contrario a la fe”, buscando respaldarse en la autoridad de algunos Padres de la Iglesia, entre los cuales Orígenes y San Gregorio Nacianceno, “compartida por no pocos teólogos contemporáneos, entre los cuales Guardini y Daniélou, de Lubac, Ratzinger y Kasper, así como escritores católicos como Claudel, Marcel y Bloy” (G. Mucci, art. cit.). El enunciado de esta tesis suscitó ásperas críticas, sobre todo en la área teológica germánica, obligando a Von Balthasar a defenderse: “Mis palabras fueron repetidamente tergiversadas en el sentido de que, quien espera la salvación para todos sus hermanos y hermanas «espera el infierno vacío» [...]. O en el sentido de que quien manifiesta tal esperanza enseña la «redención de todos» (apokatastasis), condenada por la Iglesia, cosa que expresamente rechacé”. Después de observar que la esperanza de la salvación general y la certeza de que eso de hecho ocurrirá son cosas diferentes, concluye lamentando que sus palabras hayan sufrido una “muy grosera deformación en los periódicos” (apud G. Mucci, art. cit.). Intentando defender a von Balthasar, el P. Mucci observa que “los escritores laicos y los periodistas no están habituados a esas distinciones, que tal vez juzguen como ridículas cavilaciones eclesiásticas”. En verdad, como rememoró el propio padre Mucci, la tesis de Von Balthasar provocó también fuertes extrañezas en los ambientes teológicos... El rechazo de Dios y la condenación
Profundizando la cuestión, el P. Mucci continúa: “Para comprender de algún modo el infierno, sería necesario penetrar en el sentido y la gravedad del pecado mortal. El pecado es un misterio, como lo es su castigo. Es el misterio de la criatura que rechaza la fuente y el fin de su ser. La agonía espiritual del infierno es el final horrible de las tendencias pecaminosas maduradas por el alma a lo largo de la vida terrena, voluntariamente desarrolladas, y que no acabaron en una sincera conversión. Esto significa que el pecador se prefirió egoístamente a Dios, y Dios ratificó la libre voluntad del condenado. Bajo cierto aspecto, el infierno es el pecador que tuvo éxito, el pecador que consiguió hacer perfectamente lo que quiso, y comenzó a hacerlo en esta tierra. Por eso, el infierno es obra del hombre, cuya voluntad Dios respeta. El hombre obtiene en el infierno lo que quería obtener” (art. cit.). Dios sin duda “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”, como dice San Pablo (1 Tim. 2, 4), pero una vez que algunos hicieron libre y locamente su opción por el infierno, Dios en su infinita y perfectísima justicia la respeta. Habiendo el hombre rechazado a Dios, él a su vez sufre el rechazo de Dios, que lo precipita en las profundidades del abismo, de la “gehena” (Mt. 5, 22), “horno ardiente” donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt. 13,42). La palabra de un teólogo especial En apoyo de lo que acabó de explicar, el padre Mucci cita a “un teólogo especial”, es decir, al entonces cardenal Joseph Ratzinger, que en el libro Escatología, Muerte y vida eterna (1977), afirma que Dios “no trata a los hombres como menores de edad, los cuales, en el fondo, no puedan ser considerados responsables de su propio destino”, sino que “deja incluso al perdido el derecho de querer la propia perdición” (op. cit., p. 225 de la ed. italiana). Comenta el padre Mucci: “Treinta años después, el autor de estas páginas, que se convirtió en Benedicto XVI, retomó el grave problema con afligida sensibilidad pastoral en la encíclica Spe Salvi. Sensibilidad pastoral y desencantado realismo”. Y cita el nº 45 de la encíclica: “Puede haber personas [pero en latín está: sunt quidam (es decir, “hay algunos”)] que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero algunas figuras de nuestra propia historia dejan entrever, de manera pavorosa, perfiles de ese tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable [en latín está: nihil sanabile invenias (es decir, “nada de remediable encuentres”)] y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno”. Los corchetes son del P.Mucci; las explicaciones entre paréntesis son nuestras. Según el Pontífice, por lo tanto, hay personas —sunt quidam— que se condenan. Y, por lo tanto, el infierno no está vacío... No obstante, el padre Mucci quiere de todos los modos salvar la tesis de Von Balthasar, e invoca lo que S.S. Benedicto XVI dice enseguida (nº 46), al observar que la cerrazón absoluta a Dios no es “el caso normal de la existencia humana. En gran parte de los hombres —eso podemos suponer— queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios”. El hecho de que, en la mayoría de los hombres, perdure durante toda la vida la apertura interior hacia Dios no permite concluir, como lo hace el padre Mucci, que podemos alimentar la esperanza de que “todos puedan un día acceder” a la bienaventuranza eterna. Quedemos en el “desencantado realismo” que él mismo notó en Benedicto XVI.
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