Santoral
San José Esposo de la Santísima Virgen, de la real estirpe de David, Patrono de la Iglesia Universal y de la Buena Muerte
La Iglesia aconseja no comparar a los santos. Pero San José, por haber sido el padre legal de Nuestro Señor y el casto esposo de María Santísima, alcanzó un grado de santidad y de gloria sin par en toda la Iglesia.
Fecha Santoral Marzo 19 Nombre José
Lugar Nazareth
Vidas de Santos El glorioso patriarca San José

Patrono de la Iglesia Universal


La Iglesia aconseja no comparar a los santos. Pero San José, por haber sido el padre legal de Nuestro Señor y el casto esposo de María Santísima, alcanzó un grado de santidad y de gloria sin par en toda la Iglesia


Plinio María Solimeo


Acerca de San José,1 encontramos pocos datos en los Evangelios, así como “los sagrados evangelistas nos dicen pocas cosas de la Virgen, pero compendiaron todas sus glorias en un sólo título al llamarla Madre de Dios — de quien nació Jesús. Del mismo modo, poco nos cuentan de la vida y virtudes de San José, pero dijeron mucho al llamarle Esposo de la Virgen. Como si dijesen: «¿Queréis que os diga en una palabra quién era José? Hela aquí: Era el esposo de María, la Madre de Dios». En esta afirmación se encierran alabanzas casi infinitas”.2

Para que evaluemos esa grandeza, consideremos que Dios, al escoger a alguien para una misión, le da las gracias proporcionales para realizarla. Además de que, cuanto alguien más se aproxima a la fuente de la gracia, tanto más de ella participa. Ahora bien, San José estuvo íntimamente ligado a la propia fuente, Jesucristo, y a la Medianera de todas las gracias, María Santísima. De ahí su grandeza.

Por otro lado, la misión y predestinación de San José, como la de la Virgen María, requerían una santidad singular desde sus primeros años: “Considerada la misión totalmente divina de José, el Dios providente le concedió todas las gracias, desde su infancia: piedad, virginidad, prudencia, perfecta fidelidad”.3

Según el común de los teólogos, son dos los principios en los cuales se apoya toda la teología sobre San José: primero, su unión con María por el matrimonio; segundo, su ministerio paternal junto a Jesucristo. Ahora bien, toda la mariología se apoya en un principio fundamental: María es la Madre de Dios-Redentor. Éste es el título, fuente y raíz, fin y medida de todas las gracias y privilegios de María Santísima. De modo semejante, la teología tiene a respecto de San José un fundamento primero y principal: el matrimonio que lo une a María, la Madre de Cristo.

Virginidad del glorioso Patriarca

Santo Tomás de Aquino dice que es teológicamente cierto que el matrimonio entre San José y la Virgen María fue verdadero y perfecto en cuanto a la esencia o primera perfección, pero no en cuanto al uso del mismo, pues no cohabitaron. Y que San José guardó perfecta virginidad durante toda su vida, pues tanto él cuanto la Virgen Inmaculada mantuvieron el voto de virginidad, condicionado antes del matrimonio y absoluto después.

El Doctor Angélico afirma así que San José hizo voto de virginidad. Añade que la bienaventurada Virgen, antes de unirse a José, debería haber sido informada por una revelación divina de que José tenía el mismo propósito. Y que, por lo tanto, no se exponía a peligros casándose. Por lo que no sólo María, sino también José, estaban dispuestos, en su interior, a guardar virginidad. Y deberían haber hecho incluso un voto. Eso porque las obras de perfección son más loables si se cumplen bajo voto.

San José, confirmado en gracia

Santo Tomás afirma también que la Madre de Dios era superior a los ángeles, en cuanto a la dignidad a que había sido elegida por obra de Dios, aunque, en cuanto al estado de la vida presente, fuese inferior. Lo que, guardadas las debidas proporciones, se puede decir también de San José.

Un ángel ordena a San José llevar a la Sagrada Familia a Egipto

Se puede ir más lejos: Como dice el Apóstol: “A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia a la medida de los dones de Cristo” (Ef. 4, 7). Sólo Cristo Nuestro Señor tuvo la plenitud absoluta de la gracia, cuanto a su esencia y cuanto a todos sus efectos, que son las virtudes y dones, por la unión estrechísima de su alma con la divinidad, y por recibirla también para comunicarla como cabeza de los demás. La Virgen María tuvo la plenitud relativa, que correspondía a su excelsa misión de Madre de Dios, plenitud ésta que es incomparablemente superior a la que pueden obtener todos los demás santos, y también más excelente que aquella a que puede llegar una mera criatura, porque tal es la excelencia de la maternidad divina.

La plenitud relativa de gracia, a que llegan los santos, equivale a la que los teólogos llaman de confirmación en gracia o confirmación en el bien. Es decir, cierta impecabilidad, que se da mediante un gran aumento de la caridad. A ésta se suma una protección especial de Dios, que aparta las ocasiones de pecado y fortalece el alma cuando es necesario, haciendo que sea preservada del pecado mortal y hasta del pecado venial deliberado.

Santo Tomás afirma que la Santísima Virgen fue confirmada en el bien en todo el curso de su vida, sin haber incurrido en contaminación alguna. Y ello le competía por ser Madre de la Sabiduría divina. Por lo que se puede afirmar que era también del todo conveniente que San José, por su íntima relación con la misma Sabiduría divina y con la Madre del Verbo Encarnado, fuese confirmado en gracia, por lo menos a partir del momento de sus bodas con la Virgen Santísima.

Lo cual lleva a un teólogo a añadir que “la Virgen María, como «llena de gracia», estuvo adornada de todas las virtudes, poseyéndolas en el grado más perfecto de que sea capaz una criatura. Como dicen muchos autores, hasta las virtudes naturales, que se adquieren por el ejercicio, debía tenerlas infundidas por Dios, como perfecciones apropiadas a su naturaleza inmaculada [...]. San José no se puede comparar exactamente con la Virgen, pero siempre es él quien está más íntimamente unido a ella, y por ella a Jesús. Por eso también está acorde con las exigencias de su santidad, y de su divina preparación para tan alto ministerio, la infusión de las mismas virtudes naturales, que sin duda obtuvo en muy alto grado”.4

Por eso, se puede afirmar que el ministerio de San José sobrepuja incluso al de San Juan Bautista, porque toca en el orden hipostático, mientras que el del Precursor sólo toca en el orden de la gracia, como dice Cornelio a Lápide: “Es más ser padre y rector de Cristo que su pregonero y precursor”.5 Por lo que se puede también afirmar que el ministerio de San José excede también al de los Apóstoles por el mismo motivo.

De ese modo, no sería osado afirmar que, siendo así la santidad de San José, la mayor después de la Virgen, lo mismo se puede decir de su gloria en el Cielo.6

Un varón adornado de todas las virtudes

San Mateo afirma en su Evangelio que San José “era un varón justo”. Esto, en el lenguaje bíblico, significa un varón adornado de todas las virtudes. Por otro lado, tanto San Mateo cuanto San Lucas afirman que San José es descendiente del rey David, lo que revela su dignidad incluso del punto de vista natural.

San José ejerció el oficio de padre en la Sagrada Familia. A él le cupo darle nombre a su hijo legal, como le fue dicho por el ángel. A él le cupo también velar por la seguridad del Niño Jesús y de su Madre. Y, en todo momento, Jesús obedece a San José como a su verdadero padre (Lc. 2, 51).

En el Evangelio consta que San José era carpintero: “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mt. 13, 55). Pero la expresión es más genérica, pues dice filius fabri, es decir, hijo de artesano. La tradición tradujo artesano por carpintero, pero sin excluir el hecho, sin duda cierto, de que San José, en muchas ocasiones, prestó otros servicios comunes a un trabajador manual, para ganar el sustento diario de su familia.

Diversos teólogos, entre ellos San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio afirman que San José murió de amor de Dios

Patrono de la Iglesia, modelo de las familias cristianas

En la Encíclica Quamquam pluries, León XIII expone de manera densa y profunda la doctrina sobre San José, desde los fundamentos de su excelsa dignidad y gloria hasta la razón propia y singular de ser proclamado patrono de toda la Iglesia, así como modelo y abogado de todas las familias y hogares cristianos.

Benedicto XV, al cumplirse medio siglo de la proclamación de San José como patrono de la Iglesia universal, en su motu proprio Bonum sane, recordando la necesidad y eficacia de la devoción al santo Patriarca, propone sus virtudes de modo especial a las familias pobres y a los trabajadores humildes, tan descristianizados en nuestra época neopagana.

San José, Patrono de la buena muerte

Por fin, es creencia común que el santo Patriarca durmió en el Señor antes que Cristo comenzara su ministerio público, con toda seguridad antes de las bodas de Caná, y, por consiguiente, antes de la Pasión del Señor. Y diversos teólogos, entre ellos San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio, afirman que murió de amor de Dios.

Siendo imposible en los límites de un artículo abarcar toda la rica teología de San José, terminemos con San Bernardino de Siena: “Piadosamente se ha de creer que, en su muerte, tuvo presentes a Jesús y a María Santísima. Cuántas exhortaciones, consuelos, promesas, iluminaciones, inflamaciones y revelaciones de los bienes eternos recibiría en su tránsito de parte de su santísima Esposa y del dulcísimo Hijo de Dios, Jesús”.7     


Notas.-

1. Para este artículo nos basamos en el excelente libro de Fray Bonifacio Llamera  O.P., Teología de San José, B. A. C., Madrid, 1953.
2. Juan de Cartagena, Homiliae cath. De sacris arcanis Deiparae et S. Ioseph, 1. 4. homil. 7 (Neap. 1859), apud P. Llamera, op.cit., p.37.
3. P. Garrigou-Lagrange, in Angelicum, abril-junio 1928, p.197, apud P. Llamera, op. cit., p. 198.
4. P. Llamera, op. cit., p. 217.
5. Cornelio a Lápide, Comm. in Mt., apud P. Llamera, op. cit., p. 187.
6. Cf. P. Muñiz  O.P., San José en la Teología, “La Vida Sobrenatural”, abril 1935, p. 265, Salamanca, apud P. Llamera, op.cit., p. 299.
7. Sermo de S. Ioseph, a. 2, apud P. Llamera, op. cit., p. 295.



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Tesoros de la Fe N°75 marzo 2008


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