Santoral
San Chárbel Makhlouf, ConfesorSegún Pío XII, ese monje libanés del rito maronita, modelo de contemplación, “ya gozaba en vida, sin quererlo, de la honra de ser llamado santo, pues su existencia era verdaderamente santificada por sacrificios, ayunos y abstinencias”. |
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Fecha Santoral Diciembre 24 | Nombre Chárbel |
Lugar Líbano |
Gran taumaturgo del siglo XIX
Dedicado desde pequeño a las cosas de Dios, tenía ya en vida fama de santidad. Por el número de milagros que obró, se transformó en uno de los mayores taumaturgos de la Iglesia. Plinio María Solimeo Cuando se oye hablar del Líbano, el recuerdo que viene a la mente es el de un país legendario, bíblico. Realmente, el Líbano es citado más de 70 veces en las Sagradas Escrituras, y casi siempre de modo poético. El propio Jesucristo, que restringió su vida pública a las tierras de Palestina, hizo una honrosa excepción al Líbano, yendo hasta Tiro y Sidón. Su pueblo, que otrora fuera mayoritariamente católico, es muy religioso. El territorio del país está cuajado de iglesias y santuarios, predominando el rito católico oriental maronita. El rito maronita tiene la honra de ser el único de las iglesias orientales que siempre permaneció fiel a la Iglesia Católica Apostólica y Romana, nunca cayó en cisma. “La devoción a la Madre de Dios es privilegio de los cristianos del Oriente; se puede también afirmar que todo corazón libanés, y en particular maronita, es un corazón mariano. Todo oficio maronita debe contener himnos a la Virgen María; y toda ceremonia religiosa debe incluir oraciones a Aquella que fue la corredentora de la humanidad”.1 En el seno de este rito de la Santa Iglesia Católica y de ese país nació en el siglo XIX uno de los mayores taumaturgos de los tiempos contemporáneos, San Chárbel Makhlouf. Desde pequeño se dedicó a las cosas de Dios Chárbel Makhlouf nació el día 8 de mayo de 1828 en la aldea de Bigah-Kafra, situada a 1600 metros de altitud, la más alta del Líbano. Era el quinto hijo de Antun Zarour Makhlouf y Brígida Al-Chidiac. Tenía dos hermanos y dos hermanas. En el bautismo recibió el nombre de Youssef (José). Su familia era modesta, de fe sólida y piedad sincera, y vivía de la agricultura. Youssef creció en un ambiente rural profundamente religioso. A los tres años perdió a su padre y pasó para la tutela de su tío paterno, Tanios. Youssef frecuentó la escuela parroquial de la aldea, y desde pequeño demostró un profundo sentimiento religioso y propensión para la contemplación. Así, de vez en cuando dejaba los juegos y se aislaba en una gruta para estar a solas con Dios. Los otros niños pasaron a llamarla, por ironía, de “la gruta del santo”. Como en todas las familias maronitas de aquel tiempo, de noche Youssef y sus hermanos se arrodillaban alrededor de su madre y repetían las oraciones que ella hacía, mientras quemaba incienso en un plato junto al altarcito suspendido en la pared, dedicado a la Santísima Virgen. En el invierno, con la nieve cubriendo los campos y parte de las casas —a veces alcanzaba cuatro metros— Youssef ayudaba a su madre en los quehaceres domésticos. En la primavera llevaba la vaca y los corderos de la familia para pastar y ayudaba al tío en el cultivo del campo, sobre todo de moreras para criar gusanos de seda, que en aquel tiempo era el principal medio de vida de la montaña libanesa. Con el pensamiento siempre en lo divino, mientras trabajaba Youssef rezaba a la Santísima Virgen para que lo ayudara a hacerse monje como sus dos tíos maternos. “Dios me quiere enteramente para Él” A los 23 años Youssef decidió, a pesar del afecto materno y de la oposición de su tío, que necesitaba brazos para el campo, huir de casa y presentarse en el monasterio de Nuestra Señora de Mayfouk, de la orden maronita, en la región de Byblos. Ahí comenzó el noviciado, escogiendo el nombre religioso de “Chárbel”, en honra al santo del mismo nombre martirizado en Edesa el año 107 de nuestra era.
Su madre y otros parientes, al descubrir su destino, intentaron varias veces disuadirlo de su intento, pero él siempre respondía perentoriamente: “Dios me quiere enteramente para Él”. Más adelante no quiso ver a su madre, que fue a visitarlo, y se limitó a hablar con ella desde el interior de la capilla, sin que uno pudiese ver al otro. La Regla decía que el monje que mantiene contacto con sus parientes antes de profesar debería volver a comenzar el noviciado. Después del primer año de noviciado, el hermano Chárbel fue enviado al monasterio de San Marón, de Annaya, para hacer el segundo año, el de probación. Los monjes se dedicaban a cantar el Oficio Divino siete veces al día —en arameo, la lengua hablada por Nuestro Señor— estudiar liturgia y la vida monástica, y a esforzarse en el camino de la perfección. Además de eso se dedicaban a trabajos domésticos del monasterio, como hacer pan, cultivar la tierra, o incluso remendar zapatos y lavar ropa, como también hacer de carpintero. En 1853, a los 25 años de edad, Chárbel pronunció sus votos solemnes de obediencia, castidad y pobreza. Fue entonces enviado al monasterio de San Cipriano, en Batroun, donde funcionaba en la época el Seminario Teológico de la orden maronita libanesa. Ahí fue alumno del padre San Nimatullah Kassab Al-Hardini, tanto en teología cuanto en santidad. Siempre fue de los primeros alumnos y después de seis años de estudios teológicos fray Chárbel fue ordenado sacerdote el 23 de julio de 1859 en Bekerké, sede patriarcal maronita. Se propaga la fama de taumaturgo El padre Chárbel volvió entonces al monasterio de San Marón de Annaya, donde permanecería hasta el fin de su vida. El joven sacerdote ejercía con mucha edificación el oficio sacerdotal, encargándose también, por humildad, de los trabajos manuales de la comunidad. Pronto comenzaron los rumores de milagros obrados por él. Cierto día, por ejemplo, los monjes trabajaban en un campo cuando descubrieron una peligrosa serpiente. Quisieron espantarla, sin lograrlo. El padre Chárbel fue llamado, y mandó a la serpiente que se fuera aunque sin molestar a nadie; y ella obedeció. Otra vez, una plaga de langostas estaba devastando la región cuando recibieron la orden del padre Chárbel de alejarse; y lo hicieron inmediatamente. Por orden de sus superiores, curó a varios enfermos desahuciados por la medicina. Cierta vez llegó al convento un loco furioso, Jibrail Saba. Estaba encadenado, era agresivo y peligroso. El padre Chárbel le ordenó ponerse de rodillas, y él obedeció. Colocó la mano en la cabeza del infeliz y rezó. Después de eso lo entregó a sus parientes completamente curado. “Quiero vivir ignorando los placeres de este mundo” Sintiendo desde temprano el llamado a la soledad, el padre Chárbel pidió varias veces permiso para retirarse a una ermita. Pero como era de gran utilidad para la comunidad, el permiso le fue siendo postergado. Finalmente, en 1875, después 16 años de vida en común, un hecho milagroso le iría a obtener la autorización deseada. Después de una nueva insistencia del padre Chárbel, el superior le pidió que esperara un poco más y le dio a estudiar un proceso urgente, diciendo que le daba permiso para hacerlo hasta más tarde, en la noche. El padre Chárbel fue entonces a la cocina para que abastecieran de aceite a su lamparita. El sirviente, queriendo burlarse del sesudo monje, en vez de aceite, puso agua. San Chárbel, distraído en sus profundos pensamientos, nada percibió y se retiró. Fue a la celda y encendió naturalmente la lamparita sin sospechar de nada, y se puso a rezar. El sirviente, que estaba al acecho, vio perplejo la lamparita encendida... Corrió entonces para contar lo sucedido al padre superior, que fue inmediatamente a la celda y constató el hecho maravilloso. Al día siguiente el General de la Orden, avisado del milagro, inmediatamente autorizó al padre Chárbel a ocupar en la ermita de San Pedro y San Pablo, perteneciente al propio monasterio, la celda del padre Eliseo Kasab Al-Hardini, hermano del beato Al-Hardini, entonces fallecido.
La ermita estaba situada a 1400 metros de altitud. El eremita permanecía bajo la jurisdicción del superior del convento y haciendo parte de la comunidad, a pesar de su vida retirada. Su alimento —que comía una sola vez al día— era compuesto de legumbres verdes o cocidas, cereales y aceitunas. Por penitencia, nunca comió frutas. La comida le era proporcionada por el monasterio. Contrariamente a lo que algunos teólogos modernos pregonan hoy, él decía: “La pobreza favorece la salvación. La frugalidad fortalece el alma. Quiero vivir de las privaciones, ignorando los placeres y las dulzuras de este mundo. Quiero ser el servidor de Cristo y de mis hermanos”. Uno de sus peores tormentos, en la altitud en que vivía y con el riguroso invierno libanés, era el frío. “El padre Chárbel, mal vestido pero con ropas limpias, mal alimentado pero con buena salud, expuesto sin defensa al frío y al calor, privado de todo confort y toda ternura humana, era sin embargo el hombre más feliz del mundo, pues el Señor era su verdad, su fuerza, su riqueza, su alegría y la razón de su vida”.2 La vida postmortem de San Chárbel Después de 23 años de vida eremítica en que su obediencia fue casi legendaria, su castidad angélica trasparecía en todo su ser, su pobreza en la cual imitó a los mayores santos de la Iglesia, y oración continua, entregó su alma a Dios el día 24 de diciembre, vigilia de Navidad del año 1898. Al dar inicio a su proceso de beatificación, Pío XII dijo que “el padre Chárbel ya gozaba en vida, sin quererlo, de la honra de que lo llamasen santo, pues su existencia era verdaderamente santificada por sacrificios, ayunos y abstinencias. Fue una vida digna de ser llamada cristiana y, por lo tanto, santa. Ahora, después de su muerte, ocurre esta extraordinaria señal dejada por Dios: su cuerpo transpira sangre hace ya 79 años, siempre que se lo toca, y todos los que, enfermos, tocan con un pedazo de paño sus ropas constantemente húmedas de sangre, alcanzan alivio en sus enfermedades, y no pocos hasta se ven curados”.3 En 1952, cuando fue hecha la tercera exhumación del cuerpo de San Chárbel, “el cuerpo fue retirado del cajón y sentado en una silla, según un testigo ocular. Los brazos y las piernas dobladas, curvados. La cabeza inclinada se balanceaba de un lado a otro. Los atuendos sacerdotales y la ropa interior estaban encharcadas de sangre”.4 El número de milagros en aquella ocasión fue tan grande, que Annaya, donde queda el monasterio, fue llamada “la Lourdes libanesa”. Solamente entre el 22 de abril de 1950 y el 25 de junio de 1955, fueron registrados en los anales del convento de San Marón 237 curaciones, muchas de ellas constatadas y confirmadas por médicos.5 Notas.- 1. Mons. Joseph Mahfouz O.L.M., Los Santos Maronitas, Obispado Maronita del Brasil, São Paulo, p. 5.
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