Al concluir la celebración de la Misa de Jueves Santo, «In Coena Domini», en que la liturgia es dominada por el pensamiento de la Sagrada Eucaristía —cuya institución, así como la del sacerdocio, se conmemoran especialmente en ese día— el tabernáculo queda vacío en memoria de la muerte de Jesús y se hace entonces la reserva del Santísimo Sacramento en un lugar especial, tradicionalmente denominado «Monumento».
La ceremonia del traslado del Santísimo Sacramento al Monumento tuvo su origen cuando, en tiempos pasados, se comenzó a guardar o reservar en un lugar aparte las sagradas formas que fueran necesarias para administrar la Eucaristía a los fieles que, por motivos de salud o de piedad, deseaban comulgar en Viernes Santo. Con los años la traslación adquirió un carácter solemne, realizándose de modo procesional. En su recorrido se acostumbra cantar el Tantum Ergo, célebre himno compuesto por Santo Tomás de Aquino, así como por otros cánticos eucarísticos. Llegados al pie del Monumento —un altar o capilla previamente acondicionado para acoger al Pan del Cielo— en medio de las plegarias y del incienso, los fieles se van turnando unos a otros en un acto de adoración continua a Jesús Sacramentado. Una devoción virreinal que ha llegado a nosotros En las más diversas ciudades del Perú virreinal y en gran parte del postvirreinal, los venerables cabildos en sus catedrales, los presbíteros en sus parroquias, los religiosos y especialmente las monjas de clausura en sus iglesias, se disputaban cada cual la mejor manera de glorificar la Presencia Real en el Monumento. Para ello decoraban los tabernáculos con la mayor riqueza y esplendor de que eran capaces, obras que conjugaban el arte, la devoción y el ingenio, algunas verdaderamente monumentales, para cobijar al Rey de Reyes. Sea por verdadera piedad sacramental, o a veces por fervor tiznado de mundanidad, era entonces cuando los templos y las calles se llenaban de feligreses en un trajín que transformaba la noche en día. Tal costumbre ha llegado hasta nosotros, menguada por el laicismo en algunos sitios, combatida desde muy diversos frentes y sacudida por la decadencia religiosa. Sin embargo, ella es una manifestación viva en nuestros días de aquella “mecha que aún humea” de la que nos habla el Evangelio (cf. Mt. 12, 20) y que debemos rescatar y reencender a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo.
Contemplamos una inmensa orfandad espiritual Cuántas veces en Arequipa, en el Cusco y en la propia Lima, hemos tenido ante nuestros ojos durante la Semana Santa este panorama a la vez triste y esperanzador. Triste, porque al ver a tal gentío daba la impresión de un inmenso rebaño de ovejas descarriadas y sin pastor, deambulando de una iglesia a otra, sin saber bien por qué..., guiadas apenas por una vaga noción de que están haciendo una obra buena, de que siguen una antigua tradición piadosa que recibieron de sus abuelos. Esperanzador, porque es la expresión de un resto que por alguna resistencia no se dejó seducir por las vacaciones, los campamentos en la playa y las jaranas con que modernamente se afrenta a Cristo, precisamente en los días en que la Iglesia revive su Pasión. Pero en ese resto que se obstina en no ceder al trastorno revolucionario —que no quiere dejar huella de cristianismo—, en esa perseverancia, aunque frágil, en la adhesión a aquel glorioso pasado cristiano que se resiste a morir... está germinando una semilla, un residuum revertetur, un “resto que volverá” (cf. Is. 10, 20-22). Modo común de practicar esta devoción La piadosa devoción de la Visita a los Monumentos se practica desde los más antiguos tiempos en la tarde del Jueves Santo y en la mañana del día siguiente. Se acostumbra recorrer siete iglesias en memoria de los siete recorridos que hizo Nuestro Señor Jesucristo, desde el Cenáculo hasta el Monte Calvario. Delante de cada Monumento se rezan cinco Padrenuestros, Avemarías y Glorias, en acción de gracias por la institución de la Sagrada Eucaristía, más un sexto Padrenuestro, Avemaría y Gloria por las intenciones del Romano Pontífice. No pudiendo hacerlo en iglesias diferentes, se puede cumplir con la devoción entrando y saliendo de un mismo templo. El orden de las visitas corresponde a las siguientes estaciones por las que pasó Nuestro Señor Jesucristo durante su cautiverio: 1) Desde el Cenáculo hasta el huerto de Getsemaní; 2) Del huerto hasta el palacio de Anás; 3) Al tribunal de Caifás; 4) Del tribunal de Caifás al palacio de Pilatos; 5) De Pilatos al palacio del rey Herodes; 6) De vuelta al palacio de Pilatos; y, 7) Del palacio de Pilatos al monte Calvario.
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