En virtud del primer mandamiento debemos reconocer al verdadero Dios, es decir, abrir los ojos de la inteligencia, para reconocer al Dios vivo, personal, Creador y Señor del universo, verdadero Dios que toda la naturaleza proclama, que la luz de la razón lo mismo que la de la fe nos muestran con evidencia. Debemos creer en Dios y por nuestra fe prestar homenaje a su suprema verdad. Debemos esperar en Dios, para prestar homenaje a su voluntad para con nosotros. La esperanza es una virtud sobrenatural por la cual esperamos de Dios la salud eterna, y los medios para conseguirla; porque Él nos la ha prometido en consideración a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, que es infinitamente bueno, poderoso, y fiel a sus promesas. Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón para honrar su perfección, y su amabilidad infinita. Y debemos rendirle el culto supremo que le es debido (cf. F. X. Schouppe S.J., «Curso abreviado de religión», París-México, 1906, pp. 362-363). El primer mandamiento nos prohíbe la idolatría, la superstición, el sacrilegio, la herejía y cualquier otro pecado contra la religión. Se llama idolatría dar a una criatura cualquiera, por ejemplo a una estatua, a una imagen, a un hombre, el culto supremo de adoración debido sólo a Dios.
En la Sagrada Escritura se halla expresada esta prohibición con las palabras: No harás para ti escultura ni figura alguna de lo que está arriba en el cielo o abajo en la tierra. Y no adorarás tales cosas ni les darás culto. Estas palabras prohíben sólo las imágenes de las falsas divinidades hechas con el fin de ser adoradas, como hacían los idólatras. Es esto tan verdadero, que el mismo Dios mandó a Moisés que hiciera algunas, como las dos estatuas de querubines sobre el arca y la serpiente de metal en el desierto. Se llama superstición cualquier devoción contraria a la doctrina y uso de la Iglesia, como también atribuir a alguna acción u objeto cualquiera una virtud sobrenatural que no tiene. Sacrilegio es la profanación de un lugar, de una persona o de una cosa consagrada a Dios y destinada a su culto. Herejía es un error culpable del entendimiento por el que se niega con pertinacia alguna verdad de fe. Este mandamiento prohíbe, además, todo linaje de comercio con el demonio y el asociarse a las sectas anticristianas. Quien recurriese al demonio o lo invocase cometería un pecado enorme, pues el demonio es el más perverso enemigo de Dios y de los hombres. Todas las prácticas del espiritismo son ilícitas, porque son supersticiosas, y a menudo no inmunes de intervención diabólica, por lo cual han sido justamente prohibidas por la Iglesia. Pero no está prohibido honrar e invocar a los Ángeles y Santos, antes hemos de hacerlo, por ser cosa muy buena, provechosa y altamente recomendada por la Iglesia, ya que ellos son amigos de Dios y nuestros intercesores con Él. La mediación de María Santísima y de los Santos Jesucristo es nuestro Medianero para con Dios, en cuanto por ser verdadero Dios y verdadero hombre, Él solo, en virtud de sus propios merecimientos, nos ha reconciliado con Dios y nos alcanza todas las gracias. La Virgen, empero, y los Santos, en virtud de los merecimientos de Jesucristo y por la caridad que los une con Dios y con nosotros, nos ayudan con su intercesión a obtener las gracias que pedimos. Y éste es uno de los grandes bienes de la Comunión de los Santos. Podemos honrar también las imágenes de Jesucristo y de los Santos, porque la honra que se hace a las sagradas imágenes de Jesucristo y de los Santos se refiere a sus mismas personas. Así también las reliquias de los Santos deben ser veneradas, porque sus cuerpos fueron miembros vivos de Jesucristo y templos del Espíritu Santo, y han de resucitar gloriosos a la vida eterna. Entre el culto que damos a Dios y el que damos a los Santos hay esta diferencia: que a Dios le adoramos por su excelencia infinita, mientras a los Santos no los adoramos, sino que los honramos y veneramos como amigos de Dios e intercesores nuestros para con Él. El culto que se tributa a Dios se llama latría, esto es, de adoración, y el culto que se tributa a los Santos se llama dulía, o de veneración a los siervos de Dios, y el culto particular que damos a María Santísima se llama hiperdulía, que quiere decir especialísima veneración, como a Madre de Dios (Catecismo Mayor de San Pío X, Ed. Magisterio Español, Vitoria, 1973, pp. 51-53).
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La Devoción en el Perú al Sagrado Corazón de Jesús |
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