Uno de los filósofos apologetas griegos más importantes de la Iglesia primitiva, sus escritos representan uno de los primeros encuentros de carácter práctico entre la revelación cristiana y la filosofía griega, y sentaron las bases para Plinio María Solimeo
Entre los Padres de la Iglesia del siglo II, san Justino es el más conocido debido a los documentos auténticos que tenemos de él. Además de las Actas de su martirio, dignas de todo crédito, en sus dos Apologías y su Diálogo con el rabino Trifón aporta, como veremos, numerosos detalles personales llenos de poesía. Hijo de Prisco, Justino nació hacia el año 100 en Flavia Neopolis (hoy Nablus), en Samaria. Situada a unos dos kilómetros de la ciudad bíblica de Siquem, fue fundada por los romanos el año 72. Esto sugiere que su familia fue una de las primeras en establecerse allí. Al parecer, su familia también era pagana, como la mayoría de sus contemporáneos. Y Justino habría sido un samaritano criado en la cultura griega, aunque haya vivido en el ambiente judío de Palestina. En la búsqueda de Dios Al comienzo de su Diálogo con el judío Trifón —en el que relata sus disputas en Éfeso con un rabino, mostrando cómo Jesús cumplió en su vida y en su muerte la ley y los anuncios de los profetas— afirma que recibió una buena educación en filosofía, lo que le llevó de joven, a pesar de ser pagano, a preguntarse por la existencia de un Ser superior que lo había creado y gobernaba todo. Para satisfacer este impulso interior que le movía hacia lo alto, dice que cuando estudió con los estoicos, se dio cuenta que de ellos nada podía aprender sobre Dios. Entonces buscó a un seguidor de Aristóteles, pero este le exigió un precio muy alto, por lo que Justino se apartó de él. Un seguidor de Pitágoras se negó a instruirle hasta que conociera de música, astronomía y geometría. Finalmente, un filósofo platónico satisfizo en cierto modo sus anhelos. Sin embargo, en una de sus Apologías afirma: “Yo mismo, cuando seguía las doctrinas de Platón, oía las calumnias que corrían contra los cristianos; pero al ver su impavidez ante la muerte y ante todo lo que comúnmente se tiene por espantoso, me di cuenta ser imposible que fueran hombres malvados y entregados al placer. Porque ¿qué amador del placer, qué intemperante, quién que tenga por cosa buena devorar carnes humanas pudiera recibir alegremente la muerte?”.1 A pesar de todo, esto aún no le llevó a convertirse al cristianismo. Un milagro le conduce a la Iglesia
En su Diálogo, el santo cuenta que, fascinado aún por la filosofía platónica, paseaba un día junto al mar cuando se encontró con un misterioso anciano con el que mantuvo una larga discusión sobre religión. Entonces comprendió que un alma no puede llegar a la idea de Dios por el mero conocimiento humano, sino que para ello necesita ser instruida por los profetas. Pues estos, inspirados por el Espíritu Santo, conocían a Dios y podían darlo a conocer. Entonces, ¿qué hacer? El anciano vino en su auxilio: “Ante todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas”.2 Conmovido entonces por la belleza de esta religión que hacía a los hombres tan insensibles a los sufrimientos y a los placeres, se convirtió al cristianismo y fue bautizado hacia el año 130. Filósofo cristiano Justino se consagró, ahora como filósofo cristiano, a escribir y a enseñar. Nunca llegó a ser ordenado sacerdote, aunque se cree que fue diácono, pues era soltero, predicaba las verdades de la fe y enseñaba en su casa. Históricamente, se convirtió en el primero de los Padres de la Iglesia que sucedieron a los Padres Apostólicos de los primeros tiempos. Dejó a la Iglesia obras preciosísimas, que constituyen un tesoro inigualable de los tiempos apostólicos y son monumentos indestructibles de la doctrina inmutable de la Iglesia. San Justino vivió durante un cierto tiempo en Éfeso. También estuvo en Roma, donde abrió una escuela filosófica “cerca de los baños de Timoteo con un hombre llamado Martín”,3 y se convirtió en un incansable anunciador de Cristo ante los estudiosos paganos. Escribió y habló sobre el Dios que finalmente había llegado a conocer, utilizando las categorías y el lenguaje de los filósofos, así como su inteligencia y sus recursos dialécticos para predicar la verdadera fe. Apologías y su martirio
El martirio de san Justino y sus seis compañeros está refrendado por el Acta Sancti Iustini et sociorum, cuyo valor histórico es unánimemente reconocido, basado, como hemos dicho, en el relato de un testigo ocular superviviente, que demuestra cómo el filósofo Justino llegó a ser conocido como “san Justino mártir”. Este santo encontró la manera de utilizar su aguda inteligencia y su destreza dialéctica en defensa de los cristianos perseguidos por medio de las dos Apologías que escribió. La primera, la más conocida, fue dirigida al emperador Antonino Pío hacia el año 150, y le convenció para que considerara a la Iglesia con tolerancia. Además de argumentar contra la persecución de una persona por el mero hecho de ser cristiana, Justino proporcionó al emperador una defensa de la filosofía del cristianismo y una explicación detallada de las prácticas y rituales cristianos de la época. De modo que Antonino dejó en paz a los cristianos. Años después, en 161, Marco Aurelio Antonino asumió la jefatura del Imperio. Durante su reinado, si bien los cristianos eran considerados al margen de la ley, se les dejaba en paz. Sin embargo, esporádicamente, algunos de sus subordinados más celosos aplicaban la ley para condenar a los cristianos con el fin de complacer a los paganos que los acusaban en tiempos de crisis. Así ocurrió en 165. Justino escribió entonces su segunda Apología, dirigida al emperador Marco Aurelio —que también era filósofo y autor de unas Meditaciones—, en un intento por demostrar la injusticia de las persecuciones y la superioridad de la fe católica sobre la filosofía griega. El santo argumentó con la fuerza de sus convicciones, afirmando que temía ser condenado a muerte por expresarlas.4 Por cierto, muchos eruditos consideran que esta segunda Apología es apenas una segunda parte de la primera, y que el santo la dirigió al Senado romano, y no al emperador, protestando contra las injusticias cometidas contra los cristianos en el imperio. En ella, Justino afirma que la conducta de los cristianos, contrariamente a lo que se afirmaba, era eximia y ejemplar, de modo que como ciudadanos eran personas honradas y virtuosas. El santo se levanta especialmente contra uno de los acusadores de los cristianos, el filósofo cínico Crescente, un fanático pagano cuya depravación de vida y costumbres había reprobado: “Hago saber a los senadores que se trata de un calumniador, ya ampliamente avergonzado como tal”, declara categóricamente. San Justino sabe que se expone del mismo modo a ser condenado. Por eso afirma: “Yo también espero ser perseguido y crucificado por alguno de aquellos que he mencionado, o por Crescente, ese amigo del ruido y de la ostentación”.5
En efecto, por su intrepidez en la predicación de la verdadera religión, Justino fue finalmente arrestado con algunos compañeros y llevado ante el prefecto de Roma, Junio Rústico. Tratando de mostrarse conciliador, el prefecto dejó en claro que Justino podría salvar su vida: “En primer lugar, cree en los dioses y obedece a los emperadores”. Justino respondió: “Nadie que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a la impiedad”. Y argumentó: “Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador”.6 Sin embargo, fue insidiosamente acusado por el energúmeno Crescente de estar en contra de los dioses del imperio y de ser partidario de la superstición. Justino fue condenado entonces como “ateo” (en otras palabras, subversivo, enemigo del Estado y de sus cultos) junto con otros cristianos. Por lo tanto, debían ser decapitados. En el momento de su martirio, san Justino aún proclamó en tono desafiante: “Somos muertos a espada, pero crecemos y nos multiplicamos; cuanto más somos perseguidos y destruidos, más sordos se vuelven a nuestros números. Como una vid, al ser podada y cortada al ras, brotan nuevos retoños y da una mayor abundancia de frutos; así ocurre con nosotros”.7 Aunque el año exacto de su muerte es incierto, puede situarse razonablemente al final del gobierno de Rústico (entre 162 y 168). El relato del martirio de Justino se conserva en las actas del tribunal. Su legado
La mayor parte de los escritos del santo se han perdido. Sin embargo, su voz sigue resonando. Durante el Concilio Vaticano I, los obispos quisieron que fuera recordado cada año por la Iglesia universal [es decir, canonizado]. En efecto: “La contribución distintiva de Justino a la teología cristiana es su concepción de un plan divino en la historia, un proceso de salvación estructurado por Dios, en el que las diversas épocas históricas se integran en una unidad orgánica dirigida hacia un fin sobrenatural; el Antiguo Testamento y la filosofía griega se encuentran para formar la corriente única del cristianismo. La descripción concreta que hace Justino de las celebraciones sacramentales del bautismo y la eucaristía continúa siendo una fuente principal para la historia de la Iglesia primitiva. Justino sirve, además, como testigo crucial del estado del corpus del Nuevo Testamento en el siglo II, al mencionar los tres primeros Evangelios y citar y parafrasear las cartas de Pablo y la primera de Pedro; fue el primer escritor conocido que citó los Hechos de los Apóstoles”.8 San Justino describe la liturgia dominical como un sacrificio y habla de la Eucaristía como el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. Además, afirma que únicamente pueden recibirla los bautizados que creen en las enseñanzas de la Iglesia y están libres de pecados graves. Su fiesta, que antes se celebraba el 13 de abril, al día siguiente de la fecha probable de su martirio, por coincidir a menudo con el tiempo pascual, se trasladó en 1968 al 1 de junio. La iglesia jesuita de La Valeta (Malta), fundada por decreto papal en 1592, custodia reliquias de este santo. Asimismo, la iglesia de Santa María de Annapolis (Estados Unidos) conserva parte de sus reliquias con la aprobación del Vaticano en 1989. En Höchst am Main, cerca de Frankfurt (Alemania), hay una iglesia carolingia dedicada a San Justino, donde desde hace casi 1200 años se celebra el culto católico. Notas.- 1. Daniel Ruiz Bueno (ed.), Actas de los Mártires, BAC, Madrid, 2003, p. 303.
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