Esculpida por ángeles artistas dicen unos, o donada por el Emperador Carlos V según otros, esta antiquísima imagen de la Virgen Dolorosa de Cajamarca es el objeto predilecto de la devoción local La devoción a la Santísima Virgen en el misterio de sus Dolores está profundamente arraigada en todo el Perú. El culto a María bajo este nombre conmovedor, como lo señala el historiador jesuita P. Vargas Ugarte: “es uno de los muchos rasgos que imprimió en nuestra tierra la emigración andaluza”. Así se explica, que bajo diversos títulos como el de las Angustias, de la Soledad, de las Lágrimas o el mismo de los Dolores, existan incontables imágenes de esta advocación a lo largo y ancho del país. Una de las más célebres es, por cierto, la que desde tiempo inmemorial el pueblo cajamarquino venera en su histórica Plaza de Armas, en una amplia y sólida capilla de piedra primorosamente labrada. Esta espléndida construcción plateresca y su privilegiada ubicación ejemplifican admirablemente uno de los tantos rasgos de la esencial catolicidad del Perú: así como en la Plaza de Armas o principal de nuestros pueblos no puede faltar una iglesia, en varias ciudades éstas plazas son ladeadas, no de una, sino de dos y hasta tres edificaciones de orden religioso. Tal es el caso de Arequipa, del Cusco o de Trujillo —a pesar de que en esta última a la Iglesia de la Compañía le haya sido dado en tiempos republicanos un uso profano—, y de la propia Cajamarca. Allí, frente a la imponente Catedral, se yergue la Iglesia de San Francisco, en cuyo extremo se levanta la Capilla de la Virgen de los Dolores. La imagen es una de aquellas esculturas que llaman de vestir, en madera policromada, que mide 1.60 metros aproximadamente. Su rostro, de una gran expresividad se nos presenta ligeramente pálido, con la cabeza inclinada y abundantes lágrimas sobre las mejillas. Las manos juntas en actitud de oración y súplica. Está recubierta por riquísimos mantos que le ofrecen sus devotos y adornada con las valiosas joyas de su ajuar: un corazón sobrepuesto, atravesado por siete espadas, la corona de la Inmaculada con las doce estrellas y la media luna bajo los pies. Su fiesta se celebra el Viernes de Dolores, es decir, el viernes que antecede a la Semana Santa. Como preparación para ello, durante los días previos, al caer la noche, se realiza la popular Setena —“novena” de siete días en honra de los Siete Dolores de María— que constituye “la más arraigada y entrañable tradición religiosa cajamarquina”. Durante el resto del año también tiene lugar una Misa muy concurrida, todos los días viernes.
“La Santísima Virgen reveló a Santa Brígida —reza la advertencia de una difundida setena— lo mucho que ella aprecia a las almas que se compadecen de sus dolores, y no hay devoto ni devota de la Virgen María, que no tenga particular afición a honrar a su afligida Madre en sus dolores. De la Santísima Virgen de los Dolores podemos decir, con toda confianza, lo que el Apóstol decía de Jesucristo: si nos compadecemos de Ella, recordando sus dolores, enternecidos de su aflicción y honrándola en sus penas, seremos con Ella glorificados”. Recordemos pues, rápidamente, los siete dolores de María que la tradición nos señala: 1) la presentación del Niño Jesús; 2) la huida a Egipto, a causa de la persecución de Herodes; 3) la pérdida del Niño Jesús en el Templo; 4) el encuentro con Jesús camino al Calvario; 5) la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo; 6) la Piedad, es decir, cuando la Virgen recibe al pie de la Cruz el cuerpo sin vida de su Divino Hijo; y, 7) la sepultura del Divino Redentor. * * * Muchos son los favores y gracias que Cajamarca ha recibido de su Patrona a lo largo de los siglos. Algunos de ellos, que alcanzaron mayor fama fueron artísticamente pintados en sendos cuadros que decoran las paredes de su primorosa capilla. Tal es el caso de Fray Martín de Iuzauraga, Guardián del Convento Franciscano, que postrado en el lecho de su dolor y previendo su próxima muerte, ya sin mayores esperanzas de vida, imploró a sus religiosos le trajesen la imagen de su Madre de los Dolores. El día 24 de noviembre de 1705, apenas penetró la venerada imagen en la celda del moribundo, éste quedó instantáneamente sano y libre de toda dolencia. Unos años después, el 16 de agosto de 1749, viajaba montado en una mula don Nicolás de Piédrola en compañía de su padre —el escribano D. Manuel de Piédrola— a la hacienda de Salagual, en los términos del pueblo de la Asunción. Al bajar por un despeñadero, la mula se asustó, comenzó a respingar furiosamente y ambos se precipitaron al abismo. Su padre y cuantos le acompañaban imploraron a una sola voz a la Virgen Dolorosa. Y al instante vieron como el mozo se levantó sin lesión alguna, mientras la mula siguió rodando y la silla se hizo pedazos. Las crónicas también registran lo acontecido con don Álvaro Gaspar Enríquez, Corregidor de Cajamarca, quien se hallaba gravemente enfermo y desahuciado por los médicos. Movido por su ardiente fe, imploró que trasladasen a su casa a la venerada Imagen de Dolores para pedirle personalmente su curación. El 7 de agosto de 1752, por fin los religiosos accedieron a las reiteradas instancias de tan gran personaje y... ¡oh prodigio! No bien la Soberana franqueó los umbrales de su habitación, el ilustre moribundo se incorpora y, cera en mano, acompaña por las calles a la milagrosa imagen de regreso a su capilla.
Más tarde, a mediados del siglo XIX, una persistente sequía amenazaba dejar sin pan a los pobladores de Cajamarca. Viendo que pasaban los días y los meses, sin siquiera notarse el más leve cambio atmosférico, recurren pues a su Reina y Madre, elevándole plegarias y sacándola en procesión. Ya de regreso, cuando la imagen estaba por ingresar a su templo, ligeras nubecillas primero y grandes nubarrones después cubren el cielo, y la ansiada lluvia se precipita en abundancia. Una placa conmemorativa que permanece en un muro de la Capilla de los Dolores evoca la singular honra de su coronación canónica: “El día 14 de junio de 1942, Cajamarca entera, poniendo su corazón y su alma, con una fe y un entusiasmo que no puso jamás en ningún otro acontecimiento de su gloriosa historia, coronó a su dulcísima y amadísima Dolorosa”. El solemne acto se realizó por ocasión del Primer Congreso Eucarístico Diocesano, siendo la imagen coronada por el entonces Nuncio Apostólico en el Perú y más tarde Cardenal, Mons. Fernando Cento, Legado Pontificio de Pío XII. * * * Aunque las circunstancias cambien, la necesidad de recurrir a la Madre de Dios es constante en todo tiempo y lugar, pues las necesidades de esta vida se renuevan y las angustias también. En las sequías como en épocas de abundancia, cuando fluye el oro como cuando escasea el metal, cuando se goza de paz como cuando las convulsiones nos amenazan, las probaciones del hombre parecen alternarse y los peligros para el alma también. Hoy, cuando la vida fácil nos conduce como un tobogán a la perdición, cuando la unidad familiar está constantemente amenazada por el permisivismo y la decadencia de las costumbres, cuando el egoísmo nos encierra en nosotros mismos y olvidamos los grandes dramas de la Iglesia en el presente... hoy más que nunca, Cajamarca y el Perú entero necesitan volver sus ojos a la Virgen Dolorosa, para que a los pies de la Cruz pidamos perdón al Señor por nuestras culpas y enmendemos nuestras vidas. Así lo pidió la Señora de Fátima, que desde el cerro de Santa Apolonia, tan soberanamente vela por la ciudad. Obras consultadas.- 1. Setena de Nuestra Señora de los Dolores, Imprenta Diocesana, Cajamarca, 1959.
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