Apóstol y Mártir Considerado por san Pablo “una de las columnas de la Iglesia”, estuvo de acuerdo con el Apóstol de los gentiles en que el yugo de la ley judía no debía imponerse a los prosélitos paganos. Los judíos lo martirizaron por su intenso apostolado, arrojándolo desde el pináculo del Templo. Plinio María Solimeo
La identidad de Santiago el Menor, “hermano de Jesús” y obispo de la Iglesia de Jerusalén (Hch 15,21), aunque discutida por muchos críticos protestantes, es considerada indudable por nosotros, los católicos. No puede haber ninguna duda razonable al respecto, puesto que el propio san Pablo, contemporáneo suyo, afirma en Gálatas 1, 19: “De los otros apóstoles [fuera de Cefas] no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor”. Es decir, Santiago el Menor. “Hermano de Jesús” Santiago —llamado comúnmente “el menor” para distinguirlo de Santiago “el mayor”, hermano de san Juan Evangelista— nació en Caná de Galilea, donde Nuestro Señor Jesucristo obró su primer milagro a petición de su Madre Santísima. Su nombre procede del hebreo “ya’aqob”, que significa “a quien Dios favorece”. Era hijo de Alfeo de Cleofás. Su madre, María —o María Cleofás, como figura en el Evangelio—, era hermana o pariente cercana de la Santísima Virgen, lo que le convertía en pariente de Nuestro Señor. Santiago tenía tres hermanos (Mt 13, 55): José, Simón y Judas. Esta enumeración obedece ciertamente a su orden de antigüedad, por lo cual Santiago era el hermano mayor. Son llamados “hermanos” de Jesús. Con respecto a esta expresión, Mons. Duarte Leopoldo e Silva (arzobispo de São Paulo de 1906 a 1938), explica en su autorizado libro Concordancia de los Santos Evangelios: “Los judíos daban el nombre de hermanos a sus parientes más cercanos, como puede verificarse en diversos pasajes de la Escritura. Lot es llamado hermano de Abraham, Jacob hermano de Labán, aunque solo fueran sus sobrinos. Mishael y Elsafam, primos de Oziel, Tobías, primo de Sara, son llamados hermanos entre sí. Del mismo modo, Santiago, José, Judas y Simón son llamados hermanos de Jesús, siendo tan solo sus primos”. En realidad, este uso predominaba todavía en algunos países como la India, donde llaman o llamaban a los primos hermanos simplemente hermanos. El ilustre Prelado añade, citando al padre Fouard: “El término hebreo […] traducido habitualmente como hermano, tiene un significado más lato, y designa o bien un parentesco remoto (Gén 12, 5; 13, 12, Núm 8, 26), o una comunidad de raza o patria (Gén 9, 25; Núm 20, 14; etc.) o simples relaciones de amistad (2 Re 1, 26; 3 Re 9, 13; etc.)”.1 Algunos herejes antiguos, como Helvidio, sostenían que los “hermanos de Jesús” eran hijos de san José y de la Virgen María. Esta opinión ha sido reavivada por herejes modernos, en su mayoría exégetas protestantes, que se basan en evangelios apócrifos. En cambio, los católicos afirmamos que eran primos de Nuestro Señor por varias razones, entre ellas la antigüedad de la creencia en la virginidad de María Santísima. Según La Leyenda Dorada compilada por Jacobo de la Vorágine en el siglo XIII: “También se le llamaba hermano de nuestro Señor, porque se parecía mucho a nuestro Señor en el cuerpo, en el rostro y en las maneras. Fue llamado Santiago el Justo por su gran santidad. […] Cantó en Jerusalén la primera misa que jamás se cantó allí, y fue el primer obispo de Jerusalén”.2
Obispo de Jerusalén Como ya se ha señalado, Santiago el Menor fue el primer obispo de Jerusalén, que gobernó durante 30 años. Según la tradición, adquirió gran autoridad gracias a su austeridad de vida, su asidua oración y su escrupulosa observancia de la Ley. El propio san Pedro reconoció esta autoridad, pues después de ser liberado de la cárcel por un ángel, fue a casa de María, la madre de Juan Marcos, y les dijo: “Informad de esto a Santiago y a los hermanos” (Hch 12, 7). Según la página web The Catholic Spirit,“Santiago presidió el Concilio de Jerusalén el año 51, y con gran sabiduría y compasión, defendió que los gentiles conversos no estuvieran obligados a seguir las leyes dietéticas judías (Hch 15, 13-21); por su imparcialidad, también se le conoce como Santiago el Justo. Pablo se reunió con Santiago en Jerusalén al menos dos veces, una en el año 37 después de haber pasado quince días con Pedro (Gal 1, 18-19), y otra en el año 56 cuando se entrevistó con Santiago y los demás presbíteros (Hch 21, 18). Pablo llamó a Santiago ‘columna’ de la comunidad, junto con Pedro y Juan (Gal 2, 9)”.3 San Pablo debió de conocerlo poco después y reconoció su autoridad, mencionándolo en su visita a Jerusalén antes que a los demás: Se encontró con “Santiago, Cefas y Juan, considerados como columnas” de la Iglesia naciente (Gal 2, 9). Santiago escribió una carta a los hebreos conversos de la diáspora, dispersos por varios países. Se la conoce como la primera “epístola católica”, de la que nos ocuparemos más adelante.
Martirio de Santiago el Menor El historiador judío Flavio Josefo (c. 37 – c. 100), en su obra Antigüedades judías, escrita a finales del siglo I, describe el martirio de Santiago. También san Hegesipo (siglo II) —del cual el Martirologio Romano dice que “cercano a los tiempos de los apóstoles […] escribió la historia eclesiástica desde la Pasión del Señor hasta su tiempo”— trae un largo relato de este martirio, que muchos creen que está basado en algunas leyendas. El historiador Eusebio de Cesarea —llamado el “padre de la Historia de la Iglesia”— transcribe íntegramente este relato en su Historia Eclesiástica. Según estos autores, como Albino, sucesor de Festo como procurador de Judea, aún no había llegado a Palestina, en el año 62 el sumo sacerdote Ananías el Joven, viendo que los éxitos de Santiago despertaban una feroz oposición entre los judíos, convocó al Sanedrín, que lo condenó a prisión, exigiéndole que renegara de Jesucristo. Como el Apóstol se negó categóricamente, lo llevaron al pináculo del Templo, desde donde lo arrojaron a una turba enfurecida que se encontraba abajo. Como el santo no murió en la caída, lo empezaron a apedrear. De rodillas, Santiago rezaba por los que lo apedreaban. Entonces “uno de ellos, que era de complexión más corpulenta, tomó un garrote de los que se usan para aporrear paños, y golpeó violentamente la cabeza del justo”, matándolo en el acto. Santiago fue enterrado cerca del Templo, donde ya en tiempos de san Hegesipo y de Eusebio estaba su monumento. Y, según san Jerónimo, su lápida permaneció hasta la época del emperador Adriano (177-138), cuando se perdió. Sus restos mortales fueron trasladados en el año 351 a una iglesia de Jerusalén, y luego nuevamente transferidos a otra iglesia de la misma ciudad, construida bajo el emperador Justino II (565-578) y dedicada a él. Sin embargo, esto choca con la noticia de que en tiempos del Papa Pelagio (556-561) se construyó una basílica dedicada a los apóstoles Santiago y Felipe para albergar sus despojos. Esta basílica fue terminada por el Papa Juan III y actualmente está dedicada a los Doce Apóstoles. Desde entonces, la fiesta litúrgica de los dos santos se celebra en Occidente el 1 de mayo. En 1955, se trasladó al día 11 para acomodarla a la fiesta de san José Obrero, que se celebra el día 1. Una revisión posterior del calendario trasladó la fiesta al 3 de mayo.
La epístola de Santiago y Lutero Se denominan “epístolas católicas” o “epístolas canónicas” las siete epístolas —una de Santiago, dos de san Pedro, tres de san Juan y una de san Judas— que constituyen un grupo aparte en el canon del Nuevo Testamento. Afirmamos con la tradición de la Iglesia y contrariamente a lo que sostienen los protestantes, que la primera “epístola católica” fue escrita por Santiago el Menor, “el hermano del Señor”. Durante la pseudorreforma protestante, Lutero y algunos teólogos herejes dijeron que esta epístola no debía formar parte del Nuevo Testamento canónico porque contradecía la justificación por la fe predicada en las cartas de san Pablo. Por eso Lutero eliminó la epístola de Santiago de su edición reformada de la Biblia, tachándola de apócrifa. En efecto, en Romanos (3, 28), el Apóstol dice: “Pues sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin obras de la ley”. * * * El eminente sacerdote portugués Manuel de Matos Soares argumenta con propiedad en su edición de la Biblia (Paulinas) que: “San Pablo habla de la confianza depositada en las obras de la Ley mosaica, como si ellas por sí mismas pudieran merecer la salvación, la cual, por el contrario, nos ha sido merecida y es aplicada solamente por Cristo, a quien estamos unidos por la fe. El mismo san Pablo dice a menudo que la fe sin obras está muerta, que para salvarnos es necesario que la fe sea vivificada por la caridad. Por otra parte, todas las recomendaciones sobre la vida y las virtudes difundidas a lo largo de sus cartas nos explican lo que él tiene en mente en la práctica”.4 Por ejemplo, en 1 Cor 13, 2 el apóstol de los gentiles afirma: “Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo caridad, no sería nada”. Por otra parte: “La tradición siempre lo ha reconocido [a Santiago] como el autor de la Epístola que lleva su nombre. Las pruebas internas basadas en el lenguaje, el estilo y las enseñanzas de la Epístola revelan que su autor era un judío familiarizado con el Antiguo Testamento y un cristiano profundamente arraigado en las enseñanzas del Evangelio. Las pruebas externas de los primeros Padres y Concilios de la Iglesia confirman su autenticidad y canonicidad”.5 * * * Veamos aún lo que Santiago dice en el capítulo 2, 14-26, de su epístola: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: ‘Id en paz, abrigaos y saciaos’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. […] ¿Quieres enterarte, insensato, de que la fe sin obras es inútil? Abrahán, nuestro padre, ¿no fue justificado por sus obras al ofrecer a Isaac, su hijo, sobre el altar? Ya ves que la fe concurría con sus obras y que esa fe, por las obras, logró la perfección. Así se cumplió la Escritura que dice: Abrahán creyó a Dios y eso le fue contado como justicia y fue llamado ‘amigo de Dios’. Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe. […] Pues lo mismo que el cuerpo sin alimento está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. Los nombres de san Felipe y Santiago figuran en el canon de la misa. Junto con san José, Santiago es el patrono de los moribundos, de los que limpian, encogen y engruesan tejidos, de los sombrereros y de los farmacéuticos.
Notas.- 1. Mons. Duarte Leopoldo e Silva, op. cit., p. 110, nota 5; y, p. 124, nota 1. 2. Cf. https://academia-lab.com/enciclopedia/santiago-el-menor/. 3. https://thecatholicspirit.com/commentary/hotdish/st-james-the-lesser-apostle-and-martyr/. 4. Bíblia Sagrada, Edições Paulinas, São Paulo, 1980, Epístola de São Tiago, p. 1324, nota al pie de página. 5. https://www.catholic.org/saints/saint.php?saint_id=356.
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