Dios, omnipotente y misericordioso, cuya providencia dispone todas las cosas admirablemente, por aquella piedad que jamás ha desamparado a un fiel de su ayuda celestial, se complació un día en mirar, socorrer y honrar al pueblo de Caravaggio con la aparición de la Virgen Madre de Dios. Pablo Luis Fandiño
La Edad Media, la dulce primavera de la fe, está llegando a su fin. Las herejías proliferan y las divisiones en el seno de la Iglesia se agudizan, los conflictos armados están a la orden del día y entre las almas reina la confusión y el desorden moral. Las circunstancias La devoción a Santa María del Fonte tiene su origen en el norte de Italia, en una tierra fronteriza y en momentos de gran aflicción. Caravaggio, en el siglo XV, se ubicaba en el límite de dos estados: Venecia y Milán. En 1431, es decir, un año antes de la aparición, la ciudad se encuentra convulsionada por la segunda guerra entre los aliados de las Repúblicas de Venecia y de Florencia y el señor de Milán, Filippo María Visconti. Los venecianos fueron los primeros en utilizar sus armas y avanzaron, en febrero, ocupando varias ciudades al oeste del río Oglio. En 1432, sin embargo, Caravaggio estaba aún sujeta al duque de Milán y gobernado, en su nombre, por Marco Secco. Entre los dos Estados, vecinos y enemigos, la guerra arde insensible y amenazante. La vidente En tales circunstancias, la Santísima Virgen se aparece a una joven señora llamada Giovannetta, natural de la villa de Caravaggio, de 32 años de edad, hija de un tal Pedro de Vacchi. Una mujer golpeada, abatida y humillada por la brutalidad irracional de un marido vulgar como lo era Francisco Varoli. Sobradamente conocida en el pueblo por sus virtuosísimas costumbres, su piedad cristiana y su vida sinceramente honesta. Destacaba también por ser la más resignada y digna de las mujeres. Giovannetta cumplirá a cabalidad con la importante y titánica misión que la Virgen le encomienda, pudiéndose establecer, como veremos, una franca similitud entre su vocación y la de la doncella de Orleans, santa Juana de Arco. Transcurridos los acontecimientos que desembocaron de la aparición y atendida la voluntad celestial expresada en el mensaje de unidad, de paz y de concordia, nada más se sabe de Giovannetta. Humilde instrumento de la misericordia divina, una vez cumplida su misión, desaparece del escenario.
La aparición El lunes 26 de mayo del año del Señor de 1432, a las cinco de la tarde, Giovannetta se encontraba en las afueras de Caravaggio —en el prado de Mazzolengo— no muy lejos del pueblo, absorta en sus problemas, pensando cómo podría llevar a casa los atados de hierba que había ido a segar para alimentar a sus animales. Cuando, de pronto, vio venir de lo alto y colocarse junto a ella a una hermosa y admirable Señora, de estatura majestuosa, de rostro agraciado, de aspecto venerable y de una belleza inimaginable, vestida con un traje violáceo y la cabeza cubierta por un velo blanco. Impresionada por el venerable aspecto de la noble Señora, Giovannetta exclamó estupefacta: “¡Virgen María!”.
Y la Señora inmediatamente le dijo: “No temas, hija mía, que soy Yo. Arrodíllate en oración”. Giannetta repuso: “Señora, ahora no tengo tiempo, porque mis animales están esperando esta hierba”. Entonces la Santísima Virgen la interpeló dulcemente: “Ahora haz lo que te pido…”. Y al decir esto, puso la mano sobre el hombro de Giovannetta y la obligó a ponerse de rodillas. La Señora prosiguió: “Escucha bien y recuerda mis palabras. Quiero que informes, dondequiera que tu voz pueda llegar y a aquellos a quienes no alcances directamente, les indiques a través de otros”. Con lágrimas en los ojos, que según el testimonio de Giovannetta le parecían de oro reluciente, la Madre de Dios añadió: “Mi altísimo y omnipotente Hijo pretendía destruir completamente esta tierra a causa de la iniquidad de los hombres, que cada día practican nuevas maldades y caen de pecado en pecado. No obstante, durante siete años he implorado misericordia a mi Hijo por sus culpas. Por eso quiero que digas a todos y cada uno que ayunen a pan y agua los viernes en honor de mi Hijo, y que, después de vísperas, festejen todos los sábados por devoción a mí. “Esa media jornada deben dedicármela en agradecimiento por los muchos y grandes favores obtenidos de mi Hijo gracias a mi intercesión”. La Santísima Virgen pronunció todas estas palabras con las manos abiertas y manifestando su aflicción. Giovannetta objetó: “La gente no me creerá”. La Virgen clementísima le respondió: “Levántate, no temas. Narra cuanto te he ordenado. Confirmaré tus palabras con signos tan grandes, que nadie dudará que has dicho la verdad”. Y dicho esto, habiendo hecho la señal de la cruz sobre Giovannetta, desapareció de su vista. La fuente milagrosa Antes del anochecer Giovannetta regresa a Caravaggio con la buena nueva. Una y otra vez tiene que repetir lo que ha visto y oído. Es una noche de vigilia llena de expectación. Al día siguiente un cortejo se dirige al lugar de la aparición. La vidente muestra las marcas dejadas por María. Las marcas de sus plantas están en la hierba, todavía suaves. Un estanque de agua fresca de manantial riega el suelo como para indicar que las gracias aquí serán infinitas. Allí acudirán entonces algunos enfermos, y después en número cada vez mayor, confiando en el poder de Dios. Pronto se difunde la noticia de que los enfermos volvían liberados de las dolencias que padecían, por la intercesión y los méritos de la gloriosísima Madre de Dios. La embajadora de María
Filippo María Visconti, duque de Milán, deseoso de conocer personalmente a Giovannetta y escuchar de sus propios labios la maravillosa historia, pidió al gobernador de Caravaggio, que se la envíe sin demora. La corte milanesa escuchó atónita su mensaje de penitencia y de paz. Así, la desconfianza inicial se convirtió en asombro, luego en fe y finalmente en entusiasmo. El duque recibió el don del agua milagrosa, correspondió con preciosos donativos para la construcción del santuario, y se puso a sí mismo, a su familia y a sus súbditos bajo la protección maternal de la Virgen. Poco después Giovannetta acude a la República Veneciana, donde el dux Francisco Foscari, célebre comandante y valeroso artífice del poder de la Serenísima, resuelve enfundar su espada y la ofrece humildemente a la Virgen, para poner fin de una vez a las sangrientas hostilidades con Milán y labrar la paz exigida por la Madre de Dios. Más tarde, en galeras venecianas, Giovannetta navega acompañada de un gran séquito hasta Constantinopla, donde se presenta ante Juan VIII Paleólogo, último de los emperadores griegos cristianos que dominaron Oriente, cuya intervención sería decisiva para el retorno de la Iglesia griega a la unidad de la Iglesia romana, atendiendo a las instancias que la Santísima Virgen hizo a través de la vidente. La espléndida basílica El 31 de julio de 1432, en apenas dos meses después de la aparición, la autoridad eclesiástica de Cremona autorizaba la colocación de la primera piedra de la capilla reclamada por la Virgen. Menos de ciento cincuenta años después, la abrumadora cantidad de ofrendas recibidas permitió la construcción del suntuoso templo que hoy es la admiración de propios y ajenos. De Caravaggio la devoción se extendió primero a toda Italia y después al mundo entero. Surgiendo santuarios a la Virgen de la Fuente en Pumenengo, en Orzinuovi, en Codogno, en Nápoles, en Cremona, en Piacenza, en Módena, en Vigevano, en Liguria, en Trentino, en el valle de Seriana, en Stabio en Suiza, en Nueva York, en Todos os Santos y en Farroupilha en Brasil, en Adi Caièh en Eritrea, en Tisno en Croacia, etc. El Papa Clemente XI concedió a la sagrada imagen el privilegio de la coronación canónica, que tuvo lugar el 30 de setiembre de 1710. Y san Pío X elevó el santuario a la categoría de Basílica Menor en 1906. * * * Muchas y serias analogías se podrían establecer entre las circunstancias que motivaron la aparición de la Santísima Virgen en Caravaggio en 1432 y las condiciones en que se encuentra la humanidad en 2024. La crisis actual de la familia no tiene comparación con la de entonces. Ahora se suman la normalización del divorcio, la despenalización del crimen del aborto, la liberalización completa de las costumbres y los desórdenes morales del mayor calibre. Los conflictos armados en la actualidad no los traban Venecia y Milán con las armas del siglo XV. Un analista serio como John Horvat lo resume así:
“Un choque de proporciones monumentales parece probable a medida que se desmorona el orden liberal de la posguerra. Esto podría ocurrir si los actuales focos de tensión en Ucrania, Israel, Corea del Norte y Taiwán se amplían hasta implicar a las grandes potencias con sus respectivas esferas de influencia. […] En efecto, los riesgos son elevados, ya que cualquier estallido amenaza no solo a naciones individuales, sino al estado actual del mundo”. Más grave aún, la crisis en la Santa Iglesia parece haber llegado a su clímax. La confusión doctrinaria, el desconcierto de los fieles, la amenaza de un cisma, son apenas algunos de los padecimientos que atormentan al cuerpo místico de Cristo en nuestros días. Todo lo cual, hace palidecer los problemas que agobiaban al siglo XV. Si en Caravaggio la Virgen habló especialmente para entonces, hoy María Santísima nos interpela en Fátima. Al concluir, consideremos estas francas y elocuentes reflexiones de Plinio Corrêa de Oliveira: “Si la Virgen afirmó en 1917 que los pecados del mundo habían llegado a un tal grado que clamaban por el castigo de Dios, no parece lógico creer en el presente que ese castigo no venga, después que esos pecados han continuado creciendo desde 1917 hasta nuestros días y el mundo se ha rehusado, obstinadamente y hasta el fin, a hacer caso a lo que fue dicho en Fátima. Sería lo mismo que si Nínive no hubiese hecho penitencia y a pesar de eso las amenazas del profeta no se hubiesen realizado. “Más allá de la tristeza y de los castigos sumamente probables hacia los cuales caminamos, nos esperan los resplandores sacrales de la aurora del Reino de María: ¡Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará! “Es la perspectiva grandiosa de la victoria universal del corazón regio y materno de la Santísima Virgen. Es una promesa tranquilizante, atrayente y, sobre todo, majestuosa y entusiasmante”.
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