PREGUNTA Soy hijo de familia católica y, lamentablemente, durante muchos años me perdí por los descarríos del mundo. Hace algunos años, comencé a relacionarme con una joven, más por sensualidad que por sentimientos de afecto por su persona. Esta relación "sin compromisos" sufrió un revés cuando ella quedó embarazada. Pensando en un aborto, llegamos a intentarlo con tés naturales, pero pronto ella desistió de la idea y siguió con su embarazo. A medida que los días fueron pasando, mi desesperación inicial se fue transformando en alegría, pues la idea de tener un hijo estaba escondida dentro de mí. Los años pasaron y el amor por mi hija me llevó a un cambio radical en la forma de vida que llevaba. Y entonces me fui aproximando nuevamente de Dios y conociendo la doctrina católica. Eso fue fundamental en la caminata en la que aún estoy hacia una verdadera conversión. Hoy mi drama continúa, es más, aumentó, pues la consciencia de mi error es cada día mayor. Las dos soluciones más obvias para mi situación me parecen difíciles. La primera, la de casarme con la mujer con quien vivo y constituir una familia, sería la más obvia, hasta porque ella tiene un cierto deseo. Pero lo que ella llama matrimonio o familia es muy diferente de aquello en lo que creo. Para ella, hasta hoy, un hijo es un fardo, no una bendición. Ella tiene un temperamento difícil y no tenemos mayor afinidad. Cuando pienso en casarme con ella, la primera cosa que me pregunto es si sería legítimo establecer un lazo sacramental con una persona que no amo. Mentiría si yo dijera que quiero vivir el resto de mi vida al lado de ella. ¿Sería legítimo hacer esto por amor a mi hija? La segunda solución sería marcharme y separarme de ella. Pero no quiero abandonar a mi hija, a quien amo demasiado. Cuando pienso cómo ella sola educaría a nuestra hija, tengo menos deseos aún, pues pienso que lo haría basada en otros valores, principalmente no católicos. Además de eso, mi consciencia de que no le estoy dando un buen ejemplo a mi hija, viviendo sin casarme hasta hoy, me angustia cada vez más. Las dos soluciones que veo son, por lo tanto, insuficientes. Rezo todos los días para que Dios me ilumine y me muestre una solución. Quisiera que usted me diera un esclarecimiento, una orientación. RESPUESTA Nuestro consultante relata cómo llegó a relacionarse con una joven, y cómo de esa relación nació una niña. Cuando se hizo patente un embarazo indeseado, ambos pensaron en intentar el aborto. Pero pronto la joven desistió de la idea y, así, poco a poco su desesperación inicial se transformó en la alegría de tener un hijo. Lo que lo movió a cohabitar con la joven. Con el tiempo, el amor por la hija lo llevó a un cambio radical de vida. Comenzó a aproximarse nuevamente a Dios, ir a misa, leer la Sagrada Escritura, estudiar la doctrina católica. En fin, se obró en él una verdadera conversión. Y, de ese modo, la consciencia del error que cometió se hizo cada día mayor. Como bien observa el joven que me escribe, las dos soluciones más obvias serían: 1) casarse con ella en un matrimonio legítimo; o, 2) separarse de ella. Pero después añade que ambas soluciones le parecen difíciles e indica las dificultades de cada una. No habiendo mencionado qué clase de ayudas podría él obtener de parte de miembros de su familia (padre, madre, hermanos), o de la familia de ella, no tengo condiciones de levantar otras salidas posibles, como sería dejar a la hija con algún pariente de confianza. Así, me limito a analizar las dificultades que él ve en las dos soluciones mencionadas. El consultante señala que para regularizar el matrimonio "ella tiene cierto deseo", pero además de la disparidad de temperamentos, la joven considera a los hijos como un fardo y no una bendición. Lo que choca con la noción de familia que él tiene —y que es realmente la verdadera— pues el matrimonio es la unión de un hombre y de una mujer con vistas a la propagación de la especie, según los designios de Dios. Después de añadir que no siente afinidad con la joven madre de su hija, él se pregunta si sería legítimo establecer un lazo matrimonial con una persona por la cual no siente amor. Y afirma que estaría mintiendo si dijera que quisiera vivir el resto de la vida a su lado. Concluye preguntándose: "¿Sería legítimo hacer esto por amor a mi hija?". El romanticismo introdujo el "matrimonio por amor"
Aquí caben dos aclaraciones importantes. Con la expansión del romanticismo, a partir del siglo XIX, la sociedad moderna pasó a tener una concepción del matrimonio diferente de la que existía en la sociedad tradicional. Hoy, de modo general, el llamado "amor" entre los prometidos prevalece sobre las consideraciones de conveniencia social o patrimonial, e incluso política, como todavía en nuestros días sucede en las casas reales y familias nobles (estas, por lo demás, también contaminadas lamentablemente, en muchos casos, por el romanticismo imperante). Y es interesante notar cómo el sistema antiguo, que a los ojos del hombre moderno parece un disparate, valía inclusive para familias de la más humilde condición social, y resultaba en matrimonios que duraban "hasta que la muerte los separe". Sobre todo se tenía en vista vivir un matrimonio cristiano, en que el amor de Dios y los deberes de la religión pesaban por encima de todo y ayudaban a aceptar con resignación las dificultades propias de la unión matrimonial. Con el triunfo del romanticismo y de la elección del cónyuge hecha primordialmente "por amor", los matrimonios se disuelven cuando el tal "amor" se acaba… Y de ese modo frecuentemente duran muy poco, casi nada… Con esto respondo a la primera pregunta del joven que me escribe: es perfectamente legítimo casarse con una persona por la cual no se tiene un amor previo, conforme el dicho otrora en vigor: El hombre necio se casa con la mujer que le gusta; el hombre sensato gusta de la mujer con quien se casa… En consecuencia, respondo también afirmativamente a la segunda pregunta: Es perfectamente legítimo que él se case con la mujer por la cual nutre poco o ningún amor, por el gran amor que tiene a la hija de ambos. Tanto más cuanto esto resolvería su temor de dejar a la hija a los cuidados de una madre que la educaría "basada en otros valores, principalmente no católicos". Dicho esto, a no ser que exista una incompatibilidad de genios verdaderamente insuperable, más vale la pena casarse con la joven con la cual ya convive hace una decena de años. Aunque no exista una obligación estricta de casarse con ella (y, en esta hipótesis, deberían separarse), permanece el deber de cuidar a la hija desde el punto de vista moral y material, y eventualmente dar alguna asistencia a la persona con la cual se convivió. Todo se hará, pues, más adecuadamente contrayendo matrimonio con la misma joven. Al hacerlo, el consultante debe tener muy presente que asume una vida de holocausto, en beneficio principalmente de su hija, por cuya crianza, educación y formación religiosa, y —sobre todo— por la salvación de su alma, él es el mayor responsable. Y añado: de ese modo él será un hombre verdaderamente feliz en esta tierra, porque ¡el holocausto no trae amargura, y sí felicidad! Por más que los románticos piensen lo contrario…
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