Una relevante devoción mariana del Ecuador que evoca la protección de la Santísima Virgen hacia sus hijos, particularmente en sus tribulaciones. Paulo Henrique Américo
En medio de la selva amazónica, en el oriente ecuatoriano, a poco menos de 30 km del imponente y aún activo volcán Sangay, se encuentra la ciudad de Macas. En ella se levanta un santuario dedicado a la Santísima Virgen, con el simpático título de “La Purísima”. La devoción y la ciudad han atravesado los siglos en medio de acontecimientos milagrosos y trágicos. Su increíble historia demuestra la insistencia de la Madre de Dios en remover todos los obstáculos para establecerse en la región y atraer a las tribus indígenas encadenadas al paganismo.
Desde el siglo XVI, cuando los españoles llegaron a esta parte de América del Sur, se han realizado intentos de colonización al interior de la selva. En 1549, una expedición partió de la ciudad de Cuenca, obteniendo por primera vez contacto con la tribu de los shuar o jíbaros, el pueblo indígena más numeroso de las selvas de Ecuador y Perú. La conversión de esta etnia era fundamental para la expansión del cristianismo en las selvas. A pesar del éxito inicial de los misioneros, este primer proyecto terminó fracasando. En 1563, con la colaboración de algunos caciques indígenas ya convertidos, se efectuó otra expedición que se estableció en la aldea de Nuestra Señora del Rosario. Algún tiempo después, sin que se tenga constancia de lo sucedido, este asentamiento desapareció, probablemente a consecuencia de un ataque de jíbaros enemigos. Se emprendió un tercer intento en 1575 y se fundó una nueva aldea, Sevilla de Oro, a orillas del río Upano. A partir de entonces, la Santísima Virgen intervendría directamente para conquistar aquella selva salvaje. ¿De qué manera?
Desengañado con el mundo, el español Juan Gavilanes (más tarde Juan de la Cruz, el ermitaño), oriundo de Asturias, decidió refugiarse en las selvas del oriente ecuatoriano para hacer penitencia por sus pecados. Construyó una pequeña ermita a la Virgen cerca de Sevilla de Oro, y allí se instaló. Una piadosa habitante de la aldea, Inés Toscano, ofreció al penitente un desgastada estampa con una pintura de la Inmaculada Concepción, para que sea venerada en aquella primitiva gruta. El 20 de noviembre de 1592, reunidos frente a la ermita, algunos habitantes —entre ellos los hijos de la familia Toscano— presenciaron el llamado “milagro de la transformación”. Durante las oraciones, la pintura de la Inmaculada pareció brillar. Los signos de desgaste desaparecieron y, ante el asombro de los presentes, sus colores se volvieron tan vivos como en un cuadro recién pintado. Así nació, en aquellas remotas selvas, especialmente entre los indígenas, la devoción a la Santísima Virgen. Sin embargo, nuevos contratiempos se abatieron sobre la región. En 1599, los violentos jíbaros atacaron nuevamente, destruyendo por completo el pueblo de Sevilla de Oro. Algunos de los sobrevivientes cruzaron el río y se asentaron en las tierras de los macas, en la margen opuesta, donde se ubica la actual ciudad. Habían llevado consigo la estampa milagrosa de la Santísima Virgen, a la que bautizaron, a partir de entonces, con el título de La Purísima de Macas. En los años siguientes el nuevo pueblo de Macas prosperó. Se construyó una capilla en la parte más alta para albergar la estampa milagrosa. Luego construyeron una pequeña iglesia. Todos los habitantes, incluidos los nativos recién convertidos de las tribus macas y jíbaros, se reunían allí con frecuencia para venerar a la Inmaculada y pedir su protección maternal, que no les faltaría… A lo largo del siglo XVII, la región, hoy llamada Provincia de Morona Santiago, cuya capital es Macas, permaneció envuelta en conflictos entre los propios indígenas y en rebeliones contra los españoles. Las dificultades para comunicarse con Quito y el resto del virreinato hicieron casi imposible el despliegue de fuerzas del orden para defender ese territorio. Gran parte de los jíbaros aún permanecía sumergida en el paganismo salvaje.
El 5 de agosto de 1685, cientos de estos indígenas lanzaron un devastador ataque contra Macas. A lo lejos, la población pudo notar que los enemigos se acercaban. No había forma de defender la ciudad. Todo se perdería una vez más, a no ser por una intervención divina. Todos huyeron y se refugiaron en la Iglesia de la Purísima, pidiendo a la Buena Madre que los protegiera: “La Virgen Reina y defensora de los Macas, salió ella misma en ayuda de los habitantes de la ciudad [frente a] uno de los asaltos alevosos de los jíbaros”.1
Una anciana ciega llamada María Dolores tuvo una revelación. Cuando los atacantes se acercaron a la iglesia, la Virgen se apareció en persona al mando de un ejército de innumerables soldados angelicales. El prodigio sembró el terror entre los invasores, que huyeron despavoridos. Los habitantes de Macas encontraron posteriormente lanzas, arcos y flechas de los jíbaros, abandonados en el suelo, a poca distancia de la ciudad. Aparentemente fueron acosados por los soldados celestiales de la Reina de los Ángeles, por lo que abandonaron sus armas y desistieron de cualquier otro ataque. Los “macabeos” (con esta reminiscencia bíblica se conoce a los habitantes de Macas) juraron entonces celebrar, con la debida solemnidad, el 5 de agosto, la fiesta de la Santísima Virgen, La Purísima. En otra ocasión, Macas fue azotada por una tormenta torrencial, acompañada de rayos, terremotos y el desbordamiento del río Upano. La gente corrió rápidamente a la iglesia para rogar por la protección de la Virgen Purísima. Pronto se disipó todo peligro. Pasaron más de dos siglos de relativa tranquilidad, antes de que la peor tragedia sobreviniera a Macas. En la Nochebuena de 1891, un terrible incendio se produjo en toda la ciudad, alcanzando incluso a la iglesia de la Purísima. Para desconsuelo de todos, la estampa milagrosa desapareció entre las llamas. Quizás el castigo sobre Macas fue un presagio de una época convulsionada en la historia del Ecuador. En las décadas posteriores al incendio, una serie de gobiernos laicos tomaron el poder, embistiendo contra las instituciones católicas, y estableciendo la separación entre la Iglesia y el Estado. Llegando al fin del primer cuarto del siglo XX, con la caída del gobierno anticatólico, la situación del país volvió a una cierta normalidad. Un nuevo rayo de esperanza apareció en Macas con la llegada de los misioneros salesianos, que reanudaron su apostolado allí en 1924. Entre ellos estaba la salesiana sor María Troncatti, hoy beata de la Santa Iglesia. Esta monja incansable condujo misiones en la región durante 40 años, ¡y con ella la Purísima regresó a Macas!
Los sacerdotes salesianos se dieron cuenta de que la antigua devoción a Nuestra Señora seguía viva en el corazón de la gente, incluso décadas después de ocurrida la destrucción de la estampa milagrosa de la Purísima en el incendio. Por ello, el obispo de la región de Macas, Monseñor Domingo Comín, encargó a un artista que pintara una copia exacta de la imagen que se veneraba en el Monasterio de la Inmaculada Concepción de Riobamba.
En 1925, acompañada de dos novicias y otros salesianos, sor María Troncatti llevó el nuevo cuadro a Macas, cuya gente la recibió con entusiasmo, con gran solemnidad y devoción. Pero, como hemos visto, los reveses han sido una constante en la historia de Macas. En 1938, otro incendio azotó el pueblo y la capilla de la Santísima Virgen. Pese a la destrucción de la pequeña iglesia, el nuevo cuadro fue salvado por un devoto valiente. Afortunadamente el ánimo de la población no se abatió y una vez más la ciudad fue vuelta a erguir. Hoy, el cuadro de la Purísima está expuesto a la veneración de los fieles en la catedral de Macas, construida entre los años 1980 y 1992. A los costados de la iglesia, un conjunto de hermosos vitrales narra los principales hechos de esta larga y convulsionada historia de casi 500 años. Podemos decir que la devoción a la Puríssima de Macas representa la constancia maternal de Nuestra Señora, que nunca abandona a sus hijos, a pesar de todos los obstáculos y aparentes derrotas. ¡Una excelente lección para nosotros, en las innumerables dificultades que enfrentamos en nuestras vidas!, y especialmente para todos quienes, heroicamente luchan con denodado esfuerzo contra la revolución anticristiana que amenaza incendiar y destruir la Santa Iglesia y la civilización católica.
Notas.- 1. “Catolicismo”, nº 836, agosto de 2020, p. 44-47. 2. Cf. Telmo Carrera Ampudia, Historia de la Tierra de los Macas, Edunica, Macas, 1987 apud Káterin Gissela Velín Reinoso, Análisis del pueblo macabeo en el imaginario colectivo de la población del cantón Morona, Universidad Nacional de Chimborazo, Riobamba, 2017.
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