Habiendo considerado anteriormente el primero de los novísimos —la Muerte—, abordaremos hoy el segundo: el Juicio. Para lo cual reproducimos el siguiente texto, extraído de la admirable obra “Preparación para la muerte”.* San Alfonso María de Ligorio
Dicen comúnmente los teólogos que el juicio particular se verifica en el mismo instante en que el hombre expira, y que en el propio lugar donde el alma se separa del cuerpo es juzgada por nuestro Señor Jesucristo, el cual no delegará su poder, sino que por Sí mismo vendrá a juzgar esta causa. “Vendrá con amor para los buenos y con terror para los malos”, dice san Agustín. ¡Oh, qué espantoso temor sentirá el que, al ver por vez primera al Redentor, vea también la indignación divina! Meditando en esto, el padre Luis de la Puente temblaba de tal modo que la celda en que estaba se estremecía. El V. P. Juvenal Ancina se convirtió oyendo cantar el Dies irae, porque al considerar el terror que tendrá el alma cuando vaya al juicio, resolvió apartarse del mundo; y así, en efecto, lo abandonó. El enojo del Juez, será anuncio de eterna desventura; y hará padecer más a las almas que las mismas penas del infierno, dice san Bernardo. Causa a veces el miedo sudor glacial en los criminales presentados ante los jueces de la tierra. Pisón, con traje de reo, comparece ante el Senado, y es tal su confusión y vergüenza, que allí mismo se da muerte. ¡Qué aflicción profunda siente un hijo o un buen vasallo cuando ve al padre o a su señor gravemente enojado!… ¡Pues mucha mayor pena sentirá el alma cuando vea indignado a Jesucristo, a quien despreció! Airado e implacable, se le presentará entonces este Cordero divino, que fue en el mundo tan paciente y amoroso, y el alma, sin esperanza, clamará a los montes que caigan sobre ella y la oculten al enojo de Dios. Considera la acusación y examen. Dos serán estos libros: el Evangelio y la conciencia. En aquel se leerá lo que el reo debió hacer; en esta, lo que hizo. En el peso de la Divina Justicia no entrarán las riquezas, dignidades y nobleza de los hombres, sino apenas sus obras. “Has sido pesado en la balanza —dice Daniel (5, 27) al rey Baltasar—, y has sido hallado falto [de peso]”. Es decir, según comentario del padre Álvarez, que “no fueron puestos en el peso el oro y las riquezas, sino solo el rey”. Llegarán luego los acusadores, y el demonio en primer lugar, dice san Agustín. Presentará todas las promesas que hicimos, olvidadas y no cumplidas después, y aducirá nuestras culpas, designando los días y horas en que las hayamos cometido. Cornelio a Lápide dice que Dios presentará ante el reo los ejemplos de los santos, todas las luces e inspiraciones que le dio, todos los años de vida que le concedió para que practicase el bien. Hasta de las miradas tendrás que dar cuenta, exclama san Anselmo. Y así como se purifica y aquilata el oro separándole de la escoria, así se aquilatarán y examinarán las confesiones, comuniones y otras buenas obras.
* Consideración 24.
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