La limosnera de Dios Así conocida para distinguirla de su abuela paterna, que llevaba el mismo nombre, perteneció a una familia patricia de las más antiguas y renombradas de Roma. Plinio María Solimeo Si es verdad que “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”, bien puede ser que Él haya querido sacar provecho de la calamidad que fue la toma de Roma por los visigodos, a comienzos del siglo V, para poner en contacto a dos almas de élite Ante la amenaza que pendía sobre Roma a partir del año 408, con los bárbaros en el horizonte, muchas familias ilustres comenzaron a abandonar la Ciudad Eterna y buscar refugio en las provincias. Patricios romanos se dirigieron en gran número al África, donde tenían propiedades. Entre estos estaban Melania, su esposo Piniano y su madre Albina, miembros de las más ilustres y afortunadas familias romanas, y también de las más fervorosamente cristianas. Melania, nacida en Roma el año 383, era hija de Publicola, acaudalado senador romano, y de su esposa Albina, ambos cristianos pertenecientes a renombradas estirpes. Sus parientes, tanto del lado paterno como materno, ocuparon con gran distinción los más elevados cargos del Estado, y la joven Melania se podía ufanar de llevar sangre imperial en las venas. En efecto, su padre pertenecía a la gens Valeria, una de las más antiguas y más celebradas de Roma. Su abuela paterna —llamada igualmente Melania y venerada también como santa— provenía de la importante gens Antonia. Esta abuela, al enviudar, se fue a vivir a Palestina. Conoció a san Agustín en Hipona, en 404, y murió en Jerusalén el año 410. A los catorce años de edad, Melania la Joven Ambos cónyuges eran increíblemente ricos: “Un dato verdaderamente indicativo de la fabulosa riqueza del matrimonio es […] que su palacio en Roma era tan valioso que ningún senador tenía dinero suficiente para comprarlo, ni siquiera la propia emperatriz, Serena”.1 En Sicilia (408-410) Después de la toma de Roma por Alarico, los invasores bárbaros marcharon hacia el sur de Italia, devastando el Lacio, la Campania y otras regiones por donde pasaron. Avanzando hasta la extrema punta de la península itálica, ocupando Reggio, la cual, junto con sus encantadores suburbios, devastaron a fuego y espada.
Melania dio gracias a Dios por haber cruzado a tiempo el estrecho que separa a Calabria de Sicilia, con su esposo y su madre, y haberse refugiado en aquella isla, donde tenían propiedades cerca de Mesina. Allí, durante dos años, llevaron una vida casi monástica, a la cual se asociaron algunos antiguos esclavos libertos. En ese período, Melania concedió la libertad a ocho mil esclavos, entre aquellos que quisieron ser liberados. Otros prefirieron continuar al servicio de la familia, siendo transferidos a su hermano. En los años subsiguientes, liberó aún a muchos otros. “La conducta de Melania con sus esclavos está acorde con el mensaje agustiniano (Civ. Dei 19.16) de que los cristianos trataban dignamente a sus esclavos”.2 Al mismo tiempo Melania vendió sus posesiones en España, Aquitania, Tarragona y Galia, reteniendo apenas las de Sicilia, Campania y África, cuyos rendimientos destinó a la manutención de conventos. El año 410 embarcaron al África, donde su familia poseía también extensas propiedades rurales, una de las cuales estaba precisamente en Tagaste, la tierra natal de Agustín. En el Norte de África (410-417) Después de muchas peripecias, llegaron finalmente a Cartago, donde fueron recibidos con grandes manifestaciones de júbilo. “La gran casa de los Valeria era muy conocida en aquellas partes, no solo por sus enormes posesiones, sino también por los muchos miembros de la familia que habían ocupado los más altos cargos en la administración. Pero, sobre todo, el nombre era conocido como el de la ilustre mujer, cuya fama por sus buenas acciones se había extendido por todas partes, despertando en los corazones una profunda admiración por su heroísmo”.3 Quisieron de inmediato encontrarse con “Agustín, el mayor hombre de toda África; no, más bien, el mayor hombre de su época”,4 una persona “a la que casi nadie o muy pocas de cuantas han florecido desde el principio del género humano hasta hoy se le pueden comparar”.5 Tan pronto supo de la llegada de los ilustres fugitivos, el obispo de Hipona les escribió una afectuosa carta de bienvenida, y se disculpó alegando que los deberes de su ministerio y el rigor del invierno no le permitían ir a recibirlos en persona. Melania no quiso establecerse en Cartago, la tercera ciudad del Imperio, porque “era conciente de que el libertinaje introducido por aquellas familias patricias, que la invasión bárbara había llevado allí, hizo de la ciudad un centro de corrupción”.6 La santa se sentía atraída por Hipona a causa del obispo Agustín, ya en la época una gran luminaria de la Iglesia. No obstante, las mismas objeciones levantadas con relación a la capital, aunque en menor grado, se aplicaban también a esa otra ciudad por demás bulliciosa y agitada, densamente poblada por refugiados romanos. Prefirió retirarse a una región más remota de Numidia, y se estableció en Tagaste. Además de la tranquilidad del lugar, podían gozar de la amistad del obispo local, que no era otro sino Alipio, el fiel amigo de san Agustín.
Allí los santos esposos continuaron sus obras de beneficencia. Fundaron un monasterio para 80 monjes, al cual el marido ingresó; un convento para 130 monjas, a donde Melania se retiró; y enriquecieron con muchas donaciones a la iglesia de Tagaste. Los ilustres personajes romanos dejaban admirados a los fieles de Tagaste, por su fervor y profunda humildad. Una vez establecidos, Piniano y Melania, impacientes por ver al hombre cuyo nombre colmaba el mundo cristiano, fueron a Hipona en compañía de Alipio. Allí ocurrió un incidente que muestra las costumbres de la época. Tan pronto como se conoció su llegada a la ciudad, un extraordinario entusiasmo se apoderó de sus habitantes. Todos fueron a la iglesia para asistir a los “divinos misterios”, como entonces se referían a la misa. Al llegar al ofertorio, un murmullo surgió del pueblo y creció gradualmente hasta convertirse en un estallido. En voz alta, la asamblea de fieles clamó a Agustín para que imponga las manos sobre Piniano, ordenándolo sacerdote de esa iglesia. Tanto el obispo como el noble romano se resistieron, pero no pudieron calmar al excitado gentío. La agitación creció, y de las peticiones pasaron a los insultos y a las amenazas, dirigidas especialmente al pobre Alipio, a quien acusaron de estar empujando a Piniano a la resistencia, porque quería quedarse con él en Tagaste. Para calmar los ánimos, fue necesario que el patricio romano hiciera un juramento de permanecer en Hipona; y que si alguna vez resolviera ser sacerdote, no sería ordenado en otra diócesis que esa.7 Al llegar al África, vendieron sus posesiones de Numidia, Mauritania y África Proconsular. Estaban dispuestos a vender todas sus propiedades, destinando el dinero recaudado al socorro de los pobres y al rescate de los prisioneros. Sin embargo, tres obispos —Agustín, Alipio de Tagaste y Aurelio de Cartago— les dieron el siguiente consejo, que Melania acató: en lugar de entregar dinero, que pronto se agotaría, le asignaría a cada monasterio un lugar y una renta. Los esposos fueron particularmente generosos con Alipio, porque su ciudad era pequeña y pobre. “Las medidas tomadas por Melania la Joven y por su esposo Piniano liquidaron una de las mayores fortunas de su tiempo, y con el producto de las ventas socorrieron a pobres y a la Iglesia”.8 El caso de Melania y Piniano sirve para ilustrar de qué manera el cristianismo había conquistado a la alta sociedad del Imperio, revelando “el desprendimiento que muchas familias aristocráticas hacen de sus riquezas en razón de un valor cristiano en alza: la práctica de la caridad a través de las limosnas”.9 Melania permaneció en África siete años, viviendo entre las vírgenes consagradas que habían sido otrora sus esclavas, y que de ahora en adelante serían tratadas como hermanas. Durante ese tiempo el santo matrimonio mantuvo constante relación con san Agustín a través del contacto personal, pero sobre todo por medio de una intensa correspondencia, que continuó durante muchos años, incluso después que ellos se retiraron a Tierra Santa. A pedido de Melania, el santo Doctor escribió el año 418 el tratado De gratia Christi et de peccato originali (“La gracia de Cristo y el pecado original”), el más metódico tratado anti-pelagiano. En Jerusalén (417-439) En 417, Melania, su madre Albina y Piniano emprendieron una peregrinación a Tierra Santa, deteniéndose en Alejandría, donde visitaron los principales lugares de vida monástica y eremítica. En Jerusalén, vivieron un año en un albergue de peregrinos donde conocieron a san Jerónimo, cuya discípula y colaboradora, santa Paula, era prima de Melania. Después de un viaje a Egipto, decidieron quedarse en Palestina, donde Melania vivió unos doce años, primero en una ermita próxima al Monte de los Olivos y luego en un monasterio que allí erigió. En la Ciudad Santa hizo también generosas donaciones, con el dinero de la venta de sus propiedades en España. Los dos esposos fundaron varios monasterios en Tierra Santa, tanto para mujeres como para hombres. En ellos murieron Albina el año 431 y Piniano el 432. Melania raramente salía de Tierra Santa. Una de las excepciones fue una visita a Constantinopla, donde se encontraba su tío Volusiano, embajador en la corte de Teodosio II. Este le escribió para que lo visitara, y ella lo hizo con la esperanza de obtener su conversión al cristianismo, pues aún era pagano. Melania lo asistió hasta su muerte, acaecida el 6 de enero de 437, consiguiendo que aceptara el bautismo in extremis. En 438, Eudocia, esposa del emperador Teodosio, visitó a la santa en Jerusalén. Melania pasó la Navidad de 439 en Belén y murió en Jerusalén una semana después, el 31 de diciembre, fecha en que se celebra su fiesta.
Veneración La Iglesia griega empezó a venerarla poco después de su muerte, pero Melania fue casi desconocida en la Iglesia Occidental por muchos años. Recibió mayor atención después de la publicación de su vida por el cardenal Rampolla (Roma, 1905), basada en el hallazgo de dos manuscritos: el primero, en latín, encontrado por él mismo en el Escorial, en Madrid, en 1884; el segundo, una biografía griega, que está en la biblioteca Barberini. El cardenal Rampolla publicó estos importantes descubrimientos a través de la imprenta del Vaticano. En 1908 san Pío X concedió a la Congregación del Clero el oficio de santa Melania, en Somasca, cerca de Milán. Este fue considerado el comienzo de un culto eclesiástico fervoroso, al que tenían derecho la vida y las obras de la santa.10
Notas.- 1. José María Blázquez Martínez, Aspectos del ascetismo de Melania la Joven: las limosnas, in http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/09259517522450484410046/028099.pdf, p. 3. 2. Blázquez Martínez, op. cit., p. 15. 3. Cardenal Mariano Rampolla, The Life of St. Melania, p. 97, in http://www.archive.org/stream/MN5140ucmf_10/MN5140ucmf_10_djvu.txt. 4. Id. Ib. 5. Pío XI, citado por Trapè en Patrología III, La edad de oro de la patrística latina, BAC, Madrid, 1981, p. 415. 6. Card. Rampolla, p. 98. 7. Card. Rampolla, p. 103. 8. Blázquez Martínez, op. cit., p. 14. 9. Id. Ib., p. 15. 10. Cf. Charles Schlitz, Saint Melania (The Younger), The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.
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