Una devoción olvidada, ¡pero cuán necesaria! VALDIS GRINSTEINS
En la mayoría de los casos, las personas que recurren a la Santísima Virgen lo hacen implorando su auxilio por ocasión de una enfermedad, pérdida del empleo, deseo de conversión, etc. Muchos, no obstante, se olvidan de pedir por aquellos que más necesitan de la ayuda de María Santísima: los que no le piden nada. En Italia, cuya población es teológica por excelencia, surgió una devoción a la Madre de Dios con esa intención. Imaginemos a una persona enferma, por ejemplo, un pariente nuestro. Llegamos un día a su casa y percibimos que sufre de un dolor agudo en la pierna que lo obliga a caminar con dificultad. Nuestra primera (y obvia) pregunta será: ¿consultaste a un médico? Se comprende la indagación, pues solamente quienes se dedicaron a estudiar determinada dolencia sabrán combatirla mejor, diagnosticar la enfermedad e indicar el remedio más adecuado para su curación. De tal modo esto es evidente que, al hacer la pregunta, nadie le va a explicar al enfermo el porqué de ella. Salta a la vista. Nos preocupamos con la salud del cuerpo y nos olvidamos de la salud del alma Ahora bien, con las enfermedades del alma ocurre exactamente lo mismo. Apenas ciertas personas tienen más condiciones de ayudarnos, y, en algunos casos, solamente alguien con muchísima capacidad. Y por eso mismo sería absurdo no pedir su auxilio. Si ellas están dispuestas a eso, si nos quieren ayudar, si para nosotros es un alivio ser auxiliados por ellas, entonces, ¿por qué no recurrir a estos especialistas? Pero (y aquí está lo contradictorio de la situación) esto que todos admiten con relación a los males corporales, ¡muchos tienen la dificultad de aceptar cuando se trata de los males del alma! Cuando surge una grave enfermedad corporal o una epidemia, se movilizan el gobierno, los medios de comunicación, las entidades de caridad, etc. Aparecen propagandas: “¡Cuidado! Tal enfermedad tiene curación! ¡Use el remedio indicado!” O también: “¡Tal enfermedad puede ser preventivamente detectada y así combatida!”; “Atención gratuita en los puestos de salud del gobierno”, etc. Se tomará conocimiento del peligro y muchos atenderán la advertencia. ¿Cómo explicar esta asombrosa contradicción? ¿Por qué, entonces, esa diferencia: preocupación por la salud del cuerpo y negligencia por la del alma? Porque no se ha difundido suficientemente la devoción a la Santísima Virgen, que está velando cada segundo por todos y cada uno de nosotros. Ella puede curar enfermedades corporales y especialmente las del alma. Su poder de curación es mayor que el de la suma de todos los gobiernos del mundo. Seamos honestos, estimado lector. A tal punto esto es así, que incluso buenos católicos tal vez se sorprenderían si encontraran en una calle un cartel con estas frases: “¡No se drogue! Rece confiadamente y la Santísima Virgen lo librará del vicio”. O si no: “¡Jamás pienses en el suicidio! ¡Aquello que consideras imposible de resolver, la Santísima Virgen lo solucionará, para Ella nada es imposible!”. Ahora bien, en un país mayoritariamente católico como el nuestro, eso no debería sorprendernos; aunque causaría extrañeza. Algunos católicos hasta juzgarían equivocado emprender una campaña pública de devoción a la Madre de Dios como un medio para solucionar los problemas. Consideran que la vida privada no se debe mezclar con la vida pública. De tal manera el laicismo contemporáneo penetró en nuestras vidas, que tendemos a separar por completo las convicciones religiosas de la esfera pública. Somos católicos interiormente, pero en la vida práctica actuamos como ateos. Por lo tanto, no quedemos sólo en la teoría. Muchos se podrán preguntar: ¿pero qué puedo hacer yo? Respuesta: rezar a la Virgen de los Necesitados, o sea, a la Señora de aquellos que más necesitan de ayuda, tan miserables que ni siquiera hacen el pedido. Si una campaña de salud pública resalta la necesidad de llevar al médico a aquel que por ignorancia no lo busca, hagamos ahora una campaña en pro de la salud espiritual de aquellos que no piden por sí mismos la ayuda infalible de la Santísima Virgen. Las orígenes de una devoción mariana olvidada Tales reflexiones vienen a la mente cuando se visita el santuario de la Madonna dei Bisognosi (Nuestra Señora de los Necesitados) en Italia. En una aislada localidad de la provincia de L’Aquila, una antigua capilla dentro de un convento acoge al peregrino. Al entrar nos deparamos con frescos en todas sus paredes, con episodios de la vida de Nuestro Señor, de la Virgen y de los santos. En el altar, una imagencita de madera muy tosca, representando a la Virgen María con el Niño Jesús al cuello, probablemente del siglo XII. La capilla y esta devoción datan del siglo VI, pero la imagen hoy venerada es posterior. El Papa san Bonifacio IV fue favorecido por un milagro operado por la intercesión de la Santísima Virgen representada en la referida imagen. Para agradecer su curación, visitó el santuario el día 11 de junio de 610, dejando una cruz, que hasta ahora se conserva. Al ingresar al recinto, llama especialmente la atención una parte de la capilla. En ella vemos, aún en buen estado de conservación, un fresco pintado alrededor del año 1440, representando una escena terrible: el Juicio Universal, en el cual figura, en la parte inferior, el infierno. Se ven a demonios torturando a los pecadores que allí tuvieron la desgracia de caer. Pero con un detalle: el pintor decidió colocar los nombres de algunos pecados que llevan a hombres y mujeres al infierno. Así, el vicio de la envidia, representado por Judas, que se encuentra sujeto del propio brazo de Satanás; el vicio de la gula, representado por un pecador que está siendo comido por un demonio; el vicio de la impureza, representado por un pecador a quien el demonio tortura el cuerpo entero por toda la eternidad. ¡Terrible cuadro, espantosa situación! Pero ocasión para una excelente meditación, con vistas a se evitar la caída. Aumenta el contraste comparar el sufrimiento de los condenados con la paz que gozan los bienaventurados en el cielo, representados arriba de los condenados. Allí todo es orden y armonía. Cantan o rezan todos juntos, no tienen la menor necesidad, es la felicidad eterna. El deber de rezar por quien no reza Me pareció particularmente feliz que se haya pintado ese fresco en la capilla de la Virgen de los Necesitados. Realmente, ¡cuán necesitados de nuestras oraciones, sacrificios y buenas obras están todos los pecadores, para que no tengan la desgracia eterna de caer en el infierno! Poco se piensa en ellos. No obstante, ellos costaron la sangre infinitamente preciosa de Nuestro Señor Jesucristo. Tan poco se piensa en esto que, en la tercera aparición de la Santísima Virgen en Fátima, Ella pide a los hombres rezar por ellos. Así, al final de cada decena del rosario, se reza la jaculatoria: “¡Oh Jesús mío!, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”. Noten que la oración está en plural. No se dice “líbrame”, sino líbranos, porque tenemos el deber, recordado de modo tan claro por la Santísima Virgen, de pedir los unos por los otros. Imaginemos a cierta madre de dos hijos. Uno de ellos atiende los pedidos maternos, el otro mal se acuerda de que ella existe. Ciertamente la madre está contenta con el primero y triste con el segundo. Pero imaginemos que el primero hace todo lo que puede para que el segundo obedezca a su madre. Ayuda al hermano, intenta aproximarlo a ella, etc. ¿No estará esta madre especialmente agradecida al hijo, que no sólo le obedece, sino que ayuda a su hermano para que este le obedezca también? Por así decir, el amor y la gratitud de la madre se multiplican. Eso sucederá con nosotros si procuramos ayudar a nuestros hermanos enfermos espiritualmente. Como premio por esa caridad, la Santísima Virgen atenderá con mayor presteza nuestros pedidos. Recemos, por lo tanto, a la Virgen de los Necesitados, por los enfermos del alma: verdadera legión en este borrascoso siglo XXI.
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