Una aparición más de la Santísima Virgen aprobada por la Iglesia
Por decreto de Mons. David L. Ricken, obispo de Green Bay, EE. UU., son consideradas dignas de crédito las apariciones de la Santísima Virgen a la hermana Adele Brise en 1859 Valdis Grinsteins
Muchos identifican a los Estados Unidos con la tecnología más avanzada del planeta. Palabras como internet, fax, rayo láser, naves espaciales o aviones invisibles son normalmente relacionadas con aquel inmenso país. Todo cuanto indique velocidad, rapidez, automatización, transmisión instantánea, suele estar asociado a la nación norteamericana. Fue justamente en aquel país, donde la velocidad parecería no tener límites, que el 8 de diciembre de 2010 se reconoció como auténtica la primera aparición mariana en los Estados Unidos… ¡151 años después del acontecimiento! ¿No será contradictorio con el carácter de la Iglesia la demora de tal aprobación? ¿No es extraño que, precisamente en el país donde todo se hace rápidamente, la Iglesia se tome tanto tiempo para determinar si una aparición fue auténtica o no? ¿No sería mejor no pronunciarse, debido al riesgo de que adversarios de la Iglesia la califiquen de arcaica, institución de otros tiempos, incapaz de adaptarse a las velocidades contemporáneas? Para horror de los adoradores de la velocidad, podemos afirmar que la Iglesia no tiene prisa, porque ella posee la eternidad. Y si todas las otras instituciones mueren en esta tierra, la Santa Iglesia continúa en el cielo. A un gobierno que dura cinco años, o a un hombre que vive 80, es razonable que se le apresure en hacer lo que debe. Pero la Iglesia, con su sabiduría de dos mil años, entiende que cada obra tiene su tiempo ideal para ser realizada, o que llegó el momento de aprobar esta o aquella aparición, sacando a luz temas muy necesarios para los días de hoy. Vicisitudes de una vocación Adele Brise nació en 1831 en Bélgica, país en el cual transcurrió su infancia y adolescencia. Pertenecía a un grupo de fervorosas amigas, que habían hecho la promesa de hacerse religiosas. Pero a mediados del siglo XIX sus padres decidieron emigrar de Bélgica rumbo a los Estados Unidos, un país nuevo y aún bastante desconocido. Peor aún, no irían a una ciudad o región ya civilizada, sino que se establecerían en Wisconsin, entonces un lugar en la frontera entre la civilización y lo ignorado. Allí no habían ni indicios de conventos. Mientras que sus amigas cumplieron la promesa, ella obedeció a sus padres y a los 24 años partió con sus familiares hacia el otro lado del mundo. En esa región los inmigrantes tendían a establecerse en haciendas muy distantes entre sí; y debido a la falta de iglesias, capillas o escuelas, perdían ordinariamente la fe por la falta de práctica religiosa. En octubre de 1859, Adele caminaba hacia el molino llevando un saco de granos en la cabeza, cuando vio entre dos árboles a una Señora vestida de blanco. Asustada, no se movió. La Señora nada dijo, y lentamente desapareció, dejando en el lugar una nube blanca. Adele terminó su tarea y regresó a casa, donde comentó con sus padres lo sucedido. Ellos juzgaron que tal vez se trataba de una alma del purgatorio que necesitaba oraciones. Al domingo siguiente ella salió para oír misa, acompañada de su hermana y una vecina. La iglesia quedaba a 17 kilómetros de distancia, y para llegar era necesario pasar por el mismo sitio de la aparición. Nuevamente Adele vio a la Señora de blanco. Sus compañeras nada vieron, pero quedaron impresionadas con el temor que notaban en Adele. Después de algún tiempo ella dijo que la Señora había desaparecido. Conversando sobre el asunto, concluyeron nuevamente que sería una alma del purgatorio. Consejo del confesor Después de misa, Adele se confesó con el padre Verhoef y le narró los dos episodios. El sacerdote le dijo que no tuviera miedo y que le pregunte a la Señora de blanco qué deseaba. Que si se trataba de una mensajera de Dios, no le haría el menor daño. Camino de regreso, en el mismo lugar, Adele vio nuevamente a la Señora, y esta vez notó que tenía una cinta amarilla en la cintura. Siguiendo las indicaciones del confesor, le preguntó: “En nombre de Dios, ¿quién sois y qué deseáis?” Y la Señora le respondió: “Soy la Reina del Cielo, que reza por la conversión de los pecadores y deseo que hagas lo mismo. Hoy recibiste la Sagrada Comunión por la mañana, y eso es bueno. Pero tienes que hacer aún más. Haz una confesión general y ofrece la comunión por la conversión de los pecadores. Si ellos no se convierten y no hacen penitencia, mi Hijo se verá obligado a castigarlos”.
En ese momento las dos compañeras preguntaron a Adele con quién estaba hablando, pues no veían nada. Ella simplemente les dijo: “Arrodíllense, pues Ella dice que es la Reina del Cielo”. Y las dos compañeras así lo hicieron obedientemente, lo que alegró a la Santísima Virgen, pues dijo: “Bienaventurados los que crean sin ver”. Y volviéndose hacia Adele, añadió: “¿Qué haces aquí parada, mientras tus compañeras trabajan en la viña de mi Hijo?” Era una alusión directa al hecho de que sus compañeras belgas habían cumplido la promesa de hacerse religiosas, pero ella aún permanecía siendo laica. Al oír la reprobación de Nuestra Señora, ella se conmovió y preguntó: — ¿Qué más puedo hacer, querida Señora? — Reúne a las niñas de este país y muéstrales lo que deben saber para salvarse. — ¿Pero cómo les enseñaré, si yo misma sé tan poco? — Enséñales el catecismo, cómo hacer la señal de la cruz y cómo acercarse a los sacramentos; eso es lo que deseo que hagas. Anda y no tengas miedo, Yo te ayudaré. Después de este breve diálogo la Señora levantó las manos, como implorando una bendición sobre aquellas que estaban a sus pies, y desapareció lentamente. Estimulada por la aparición, Adele comenzó a reunir a las niñas y a enseñarles los rudimentos de la fe católica. En medio de numerosas pruebas, consiguió construir una escuela con esa finalidad, así mismo congregó a otras jóvenes para ayudarla. Realizó también muchas peregrinaciones apostólicas para convocar a los pecadores a la conversión. En esa misión, ella llegaba a caminar más de 80 kilómetros a través de bosques, pasando por todo tipo de peligros. Finalmente en 1896, a la edad de 66 años, Adele falleció en el cumplimiento de su vocación y fue enterrada en la capilla construida en el lugar de las apariciones. Recordar las verdades eternas Volvemos aquí a la cuestión de si estamos en el momento adecuado para la aprobación de estas apariciones y llamar la atención general sobre las verdades elementales de la fe, que el progresismo y la actual decadencia moral desearían ver silenciadas.
En el fondo, ¿qué recomendó la Santísima Virgen? Lo mismo que la Iglesia siempre enseñó: Que Dios desea la conversión de los pecadores; que debemos trabajar por ello; que debemos rezar y ofrecer comuniones y sacrificios por estas intenciones; que si ellos no se convierten, serán castigados; y que, si nos esforzamos y perdemos el miedo de actuar, conseguiremos muchísimo en favor de nuestros hermanos, con la confianza de que la Virgen María nos ayudará siempre. En una época en que las personas se olvidan de la salvación de la propia alma y viven en función del dinero y de los placeres, tenemos el deber de recordar a todos que lo verdaderamente importante es la vida eterna, y que los sacramentos son indispensables para poseerla. ¿Puede haber un mejor momento para alertar a las almas sobre ello? Al recordar —a propósito del reconocimiento de esta aparición— lo que hoy en día es tan olvidado, pero que la Iglesia Católica siempre enseñó, ella continúa ejerciendo majestuosamente su obra providencial.
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