Destinados a las misiones en el Brasil, cuarenta heroicos jesuitas portugueses y españoles fueron martirizados por piratas calvinistas en las costas de Tazacorte, al oeste de la isla de La Palma (Canarias)
PLINIO MARÍA SOLIMEO
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Estrecha relación con la historia del Brasil tiene esta falange de hijos de san Ignacio de Loyola que fueron destinados a la evangelización de la llamada “tierra de Santa Cruz” . Martirizados por piratas calvinistas por venir a predicar la verdadera religión, recibieron por ello el apelativo de los 40 mártires del Brasil , a pesar de no haber llegado a sus puertos.
No pudiendo, en el espacio que disponemos, tratar de cada uno de estos bienaventurados, presentamos algunos datos biográficos del beato Ignacio de Azevedo, el superior de aquella misión.
D. Ignacio de Azevedo de Ataíde de Abreu Malafaia, también conocido como Ignacio de Azevedo, fue el primogénito de don Manuel de Azevedo, comendador de Alpendurada, y de doña Violante Pereira. Nació en la ciudad de Oporto el año 1527. Uno de sus hermanos, Jerónimo, será más tarde gobernador y virrey de la India Portuguesa entre 1612 y 1617.
Como era de noble estirpe, Ignacio fue criado en la corte portuguesa. Excepcionalmente maduro y responsable para su edad, su padre le confió a los 18 años la administración de los bienes familiares.
Cuatro años después, Ignacio resolvió hacer los “Ejercicios Espirituales” de san Ignacio de Loyola, predicados por el jesuita Francisco Estrada. Luego de 40 días de retiro, decidió entrar en la Compañía de Jesús. Renunció a todos sus bienes, particularmente al señorío de Barbosa, cabeza del mayorazgo de los Azevedo de Ataíde Malafaia, e ingresó al noviciado jesuita en Coimbra.
Como sus cualidades de líder se manifestaron tempranamente, antes de su ordenación —ocurrida en 1553— le fue confiada la dirección del Colegio San Antonio en Lisboa Cuando en 1565 llegaron a Portugal las cartas del padre Manuel da Nóbrega describiendo el apostolado con los indios y pidiendo misioneros para el Brasil, el padre Ignacio se ofreció como voluntario. Fue entonces a Roma para presentarse al nuevo Superior General de los jesuitas, san Francisco de Borja. En la ciudad eterna participó de la Congregación General de su Orden, habiendo sido nombrado visitador del Brasil. Pasó así a integrar la provincia brasileña de la Compañía de Jesús.
Con el padre Manuel da Nóbrega y san José de Anchieta
Ignacio de Azevedo desembarcó en Río de Janeiro el 18 de enero de 1567. Tuvo entonces oportunidad de asistir a los últimos combates de los portugueses contra los terribles indios tamoyos y los herejes franceses que habían invadido aquella región. El futuro beato visitó después la capitanía de San Vicente, subiendo hasta São Paulo de Piratininga. Volvió después a Río con el obispo de Bahía, Mons. Pedro Leitão, y los sacerdotes Manuel da Nóbrega y José de Anchieta. De ahí partieron a Bahía, visitando en el camino las casas de los jesuitas en Espíritu Santo, Porto Seguro e Ilhéus.
Después de tres años de fecundo trabajo en tierras americanas, Ignacio de Azevedo regresó a Europa. En Portugal se entrevistó con el rey Don Sebastián, a quien agradeció la protección dada a los emprendimientos de la Compañía en el Brasil. En mayo de 1569 fue a Roma, a fin de prestar cuentas de su misión a san Francisco de Borja y pedir nuevos refuerzos para el Brasil. Con el apoyo del Papa san Pío V y de san Francisco de Borja, el beato Ignacio volvió a la península ibérica para reclutar en España y en Portugal, voluntarios para las labores de evangelización en la tierra de Santa Cruz. Sus esfuerzos fueron coronados por el éxito, habiendo conseguido 72 voluntarios, sacerdotes y seminaristas, entre los cuales estaba un sobrino de santa Teresa de Ávila. Algunos hermanos legos completaban el número.
En cuanto aguardaban para partir en la flota del nuevo gobernador general de Brasil, don Luis de Vasconcelos, Ignacio concentró a sus religiosos en la Quinta de Val de Rosal, al sur del río Tajo, evitando Lisboa, donde reinaba la peste. Más de 12 mil personas ya habían muerto en esa capital, entre ellas 20 jesuitas.
En ese retiro que duró ocho meses, el beato preparó a sus discípulos para la tarea que deberían enfrentar. Sin saberlo, se preparaban para el martirio.
El odio feroz de los herejes protestantes
Las tres naves de la flota del gobernador del Brasil partieron para su destino el día 5 de junio de 1570. El beato Ignacio viajaba con 39 jesuitas en la embarcación Santiago , en cuanto los demás fueron divididos entre las dos otras naves. La Santiago debía pasar por las islas Canarias y seguir después al Brasil, separándose así de la flota.
El 15 de julio, cuando se aproximaba de La Palma, ella fue acometida por una flota de cinco navíos piratas.
Eran todos calvinistas franceses comandados por Jacques Sourie, uno de los más fanáticos enemigos de la religión católica.
Se trabó entonces una feroz batalla, durante la cual los jesuitas animaban a los minoritarios portugueses y socorrían a los heridos. Sourie se apoderó finalmente de la Santiago .
Notando entonces al grupo de jesuitas, gritó a sus correligionarios:
“¡Matad, matad, masacrad a los papistas porque van a sembrar la doctrina falsa en el Brasil!” Obedeciendo ciegamente a dicha orden, uno de los herejes alcanzó con un hacha la cabeza del padre Ignacio, que sostenía un cuadro de la Santísima Virgen en las manos. Ensangrentado, el mártir exclamó:
“Yo pongo como testigo a los ángeles y a los hombres que muero en la fe de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana y que muero con alegría en la defensa de sus dogmas y de sus prácticas”.1
Como los calvinistas intentaban arrancar de sus manos el cuadro de la Virgen, el padre Diego de Andrade se abrazó a él. Ambos sacerdotes fueron muertos a puñaladas y lanzados al mar. Comentando lo ocurrido, el padre Pero Dias escribía un mes después:
“No podían manos sacrílegas de herejes […] quitar de las manos de tan fuerte capitán aquel tan fuerte escudo, con que andaba más unido que con su misma alma, pues le quitaron la vida, no le arrancaron la imagen”.2
Los demás jesuitas, con excepción de uno, fueron también asesinados o simplemente lanzados al mar. El único sobreviviente fue un hermano lego, que los calvinistas perdonaron para que sea su cocinero.
Ocurrió entonces un hecho sublime. Estaba también en el navío un adolescente, Juan, sobrino del capitán del barco, muchacho tan piadoso que en su tierra había merecido el epíteto de San Juanito . El beato Ignacio le había prometido recibirlo en la Compañía de Jesús al llegar a su destino. Viendo que los jesuitas recibían la gloriosa corona del martirio, se vistió a toda prisa con una sotana, pasando así por uno de ellos. Fue entonces lanzado vivo al mar por los herejes. De ese modo Juan “Adauto”, que en el Miño, su lugar de origen, significa “agregado”, pasó a ser venerado como “beato san Juanito”.3
Estos héroes de la fe fueron beatificados el 11 de mayo de 1854 por el inmortal Pontífice Pío IX.
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Fundación de la ciudad Río de Janeiro, Firmino Monteiro, c. 1885 – Óleo sobre lienzo, Câmara Municipal de Río de Janeiro |
Los otros doce “mártires del Brasil”
No obstante, el grupo de jesuitas que se encontraba repartido en las otras dos naves, también derramaría su sangre por la fe un año después. En efecto, bajo la dirección del padre Pero Dias, el grupo había llegado a avistar las tierras brasileñas. Pero las borrascas arrastraron sus embarcaciones hasta las Antillas. Reunidos otra vez en las Azores, los misioneros en un total de 15, partieron nuevamente hacia Brasil.
Mientras tanto, en las costas de las islas Canarias, sus navíos fueron atacados por otros cuatro, tres de herejes franceses y uno de ingleses bajo el comando del feroz Capdeville.
A pesar de la desproporción numérica, los bravos portugueses combatieron valientemente hasta ser exterminados por completo. Fue así que después de una heroica resistencia, el gobernador de Brasil don Luis de Vasconcelos, que viajaba en esa nave, pereció en las manos de los herejes.
De los quince jesuitas, doce fueron entonces masacrados y dos lanzados vivos al mar. Pero estos, como sabían nadar, permanecieron en el agua hasta ser recogidos por una embarcación que los dejó en la costa de España. Tomado de pánico, el último del grupo, el hermano Gaspar Gonçalves, para escapar a la muerte, se vistió de marinero y se colocó entre los heridos como si fuese uno de ellos.
Pero los franceses, no teniendo como cuidar de los heridos ni queriendo alimentarlos, los lanzaron a todos al mar, incluso al hermano Gaspar. Así, este jesuita fue privado de la corona del martirio, pero no de la muerte...
En total, suman así 52 los “mártires del Brasil”. Aunque hubo un proceso de beatificación de todos ellos, no se sabe por qué razón Pío IX beatificó solamente al primer grupo de 40. Los otros 12, que fueron igualmente martirizados por odio a la fe, aguardan aún el juicio de la iglesia, aunque ciertamente están en el cielo.
Verdaderamente “mártires del Brasil”
¡Cómo son imprevisibles los caminos de Dios! ¡Cómo habrían sido útiles estos 73 jesuitas reclutados con tanto esfuerzo! En efecto, esa empresa era la mayor expedición misionera que Portugal envió a sus colonias.
Con todo, ninguno de esos sacerdotes llegó a la tierra de la Santa Cruz. Pues, los que no fueron martirizados, por un motivo u otro, no alcanzaron su destino.
“Negar a esos santos su pertenencia a Brasil sería sin duda una aberración: aberración para los cristianos de hoy, que tengan un mínimo de sensibilidad histórica y eclesial. Quitarles ese título es algo que no nos cabe, pues él fue forjado por la fama de santidad que siguió inmediatamente al martirio, y perduró en los siglos siguientes”.4
Notas.
1 . LES PETITS BOLLANDISTES , Le Bienheureux Ignace d´Azevedo et ses compagnons martyrs , Vies des Saints , Bloud et Barral, París, 1882, t. VIII, p. 348.
2 . SERAFIM LEITE SJ, História da Companhia de Jesus no Brasil , t. II, p. 595.
3 . Cf. JOSÉ LEITE SJ, Beato Inácio de Azevedo e 39 companheiros mártires , Santos de cada día , Editorial A.O., Braga, 1987, t. II, p. 432.
4 . SERAFIM LEITE SJ, op. cit.
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