Igualmente me obliga a predicar sin parar el ver la multitud de almas que caen en los infiernos, pues es de fe que todos los que mueren en pecado mortal se condenan… Y como veo la manera con que viven las gentes, muchísimas asentadas y habitualmente en pecado mortal, no pasa día que no aumenten el número de sus delitos. Cometen la iniquidad con la facilidad con que beben un vaso de agua, como por juguete y por risa obran la iniquidad. Estos desgraciados, por sus propios pies, marchan a los infiernos como ciegos,según el Profeta Sofonías: Ambulaverunt ut caeci quia Domino peccaverunt (Sof 1, 17: “Andarán como ciegos, porque pecaron contra el Señor”).
Si vosotros vierais a un ciego que va a caer en un pozo, en un precipicio, ¿no le advertiríais? He aquí lo que yo hago y que en conciencia debo hacer: advertir a los pecadores y hacerles ver el precipicio del infierno al que van a caer. ¡Ay de mí si no lo hiciera, que (me) tendría por reo de su condenación![…] ¡Ay, hermanos míos! Cuando yo veo a uno que está en pecado mortal, veo a uno que por cada paso que va dando, al suplicio del infierno se va acercando; y yo que veo al reo en tan infeliz estado, conozco el medio de librarle, que es el que se convierta a Dios, que le pida perdón y que haga una buena confesión. ¡Ay de mí si no lo hiciera! Quizá me diréis que el pecador no piensa en infierno, ni siquiera cree en infiernos. Tanto peor. Y que ¿por ventura pensáis que por esto dejará de condenarse? No por cierto; antes bien es una señal más clara de su fatal condenación, como dice el Evangelio: Qui non crediderit, condemnabitur (Mc 16, 16: “El que no creyere será condenado”). Y, como dice Bossuet, esta verdad es independiente de su creencia; aunque no crea en el infierno, no dejará por esto de ir, si tiene la desgracia de morir en pecado mortal, aunque no crea ni piense en el infierno. […] La caridad me urge, me impele, me hace correr de una población a otra, me obliga a gritar: ¡Hijo mío, pecador, mira que te vas a caer en los infiernos! ¡Alto, no pases más adelante! Ay, cuántas veces pido a Dios lo que pedía Santa Catalina de Siena: Dadme, Señor, el ponerme por puertas del infierno y poder detener a cuantos van a entrar allá y decir a cada uno: ¿Adónde vas, infeliz? ¡Atrás, anda, haz una buena confesión y salva tu alma y no vengas aquí a perderte por toda la eternidad!. SAN ANTONIO MARÍA CLARET, Autobiografía, Parte 2ª, c. XI, in Escritos autobiográficos, BAC, Madrid, 1981, p. 184-186
|
![]() ¡Oh, Madre Dolorosa! |
![]() |
La era futura o Reino de María, llegará a través de la Divina Misericordia El Corazón Misericordioso de Jesús y el Corazón Inmaculado de María forman como que un solo corazón a la hora de interceder por la salvación de los hombres... |
![]() |
La Madonna de Monte Bérico Vicenza es una de las más antiguas ciudades del noreste de la península itálica, ubicada a orillas del río Bacchiglione... |
![]() |
La Santa Casa de Loreto, hogar de todos los hijos de la Santísima Virgen A raíz del reciente Jubileo de Loreto y de la celebración del centenario de la Virgen de Loreto como patrona de los aviadores, entrevistamos a Federico Catani... |
![]() |
Espontaneidad epicureísta y gravedad cristiana Una escena contemporánea de la vida familiar: dos parejas de esposos, en un rincón pintoresco, salen de picnic con sus hijos. ¿Algo de malo? ¡Pero cómo!... |
![]() |
San Esteban de Hungría Geza, cuarto duque de los húngaros, todavía bárbaro y pagano, tuvo la dicha de casarse con la virtuosa Sarolta, hija del duque de Gyula, que unía a los encantos femeninos los de la virtud... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino