En creer y profesar el presente artículo, encuentra el género humano inmensas y admirables ventajas, según el testimonio de San Juan: “Cualquiera que confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios está en él, y él en Dios” (1 Jn. 4, 15). Lo prueba también la palabra de Cristo Nuestro Señor, cuando proclamaba la bienaventuranza del Príncipe de los Apóstoles: “Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te ha revelado eso la carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16, 17). Realmente, esta fe y esta profesión constituyen la base más sólida de nuestro rescate y salvación («Catecismo Romano», Ed. Vozes, Petrópolis, 1962, p. 90). El segundo artículo del Credo nos enseña que el Hijo de Dios es la segunda Persona de la Santísima Trinidad: que es Dios eterno, omnipotente, Creador y Señor como el Padre, que se hizo hombre para salvarnos, y que el Hijo de Dios hecho hombre se llama Jesucristo. La segunda Persona se llama Hijo porque es engendrada del Padre por vía de entendimiento desde toda la eternidad, y por esto se llama también Verbo eterno del Padre. Jesucristo se llama Hijo Único de Dios Padre porque sólo Él es Hijo suyo por naturaleza, y nosotros somos sus hijos por creación y por adopción. Jesucristo se llama Nuestro Señor porque, además de habernos creado junto con el Padre y el Espíritu Santo, al ser Dios, nos ha redimido también al ser Dios y hombre. El Hijo de Dios hecho hombre se llama Jesús, que quiere decir Salvador, porque nos ha salvado de la muerte eterna merecida por nuestros pecados. El nombre de Jesús lo dio al Hijo de Dios hecho hombre el mismo eterno Padre, por medio del Arcángel San Gabriel, cuando éste anunció a la Virgen el misterio de la Encarnación. El Hijo de Dios hecho hombre se llama también Cristo, que quiere decir ungido y consagrado, porque antiguamente se ungían los reyes, sacerdotes y profetas, y Jesucristo es Rey de reyes, Sumo Sacerdote y Sumo Profeta. La unción de Jesucristo no fue corporal, como la de los antiguos reyes, sacerdotes y profetas, sino toda espiritual y divina, porque la plenitud de la divinidad habita en Él sustancialmente. Los hombres tuvieron conocimiento de Jesucristo antes de su venida por la promesa del Mesías que hizo Dios a nuestros primeros padres, Adán y Eva, y renovó a los Santos Patriarcas, y por las profecías y muchas figuras que le señalaban. Sabemos que Jesucristo es verdaderamente el Mesías y Redentor prometido por haberse cumplido en Él: 1) todo lo que anunciaban las profecías; y, 2) todo lo que representaban las figuras del Antiguo Testamento. Las profecías predecían la tribu y familia de la cual había de nacer el Redentor; el lugar y tiempo de su nacimiento: sus milagros y las más pequeñas circunstancias de su pasión y muerte; su resurrección y ascensión a los cielos; su reino espiritual, universal y perpetuo, que es la Santa Iglesia Católica. Las principales figuras del Redentor en el Antiguo Testamento son el inocente Abel, el sumo sacerdote Melquisedec, el sacrificio de Isaac, José vendido por sus hermanos, el profeta Jonás, el cordero pascual y la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto. Sabemos que Jesucristo es verdaderamente Dios: 1) por el testimonio del Padre cuando dijo: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias, oídle; 2) por la atestación del mismo Jesucristo, confirmada con los milagros más estupendos; 3) por la doctrina de los Apóstoles; 4) por la tradición constante de la Iglesia Católica. Los principales milagros obrados por Jesucristo son, además de su resurrección, el haber dado salud a los enfermos, vista a los ciegos, oído a los sordos, vida a los muertos (Catecismo Mayor de San Pío X, Ed. Magisterio Español, Vitoria, 1973, pp. 13-15).
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Nuestra Señora del Sagrado Corazón |
Quinto artículo del Credo Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos Jesucristo bajó, no al infierno de los condenados, sino al llamado seno de Abraham, donde estaban detenidos los justos; que no sólo bajó en virtud o poder, sino su alma en realidad y presencia, y que lo hizo a sacarlas de aquella mansión donde estaban esperando que su divino libertador triunfase de la muerte y del pecado... | |
Tercer artículo del Credo Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen El tercer artículo del Credo nos enseña que el Hijo de Dios tomó cuerpo y alma, como tenemos nosotros, en las purísimas entrañas de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, y que nació de esta Virgen... | |
Noveno artículo del Credo - II Creo en la Santa Iglesia Católica, en la Comunión de los Santos Entre tantas sociedades o sectas fundadas por los hombres, que se dicen cristianas, se puede fácilmente distinguir la verdadera Iglesia de Jesucristo por cuatro notas, porque sólo ella es Una, Santa, Católica y Apostólica... | |
Octavo artículo del Credo Creo en el Espíritu Santo El Padre ama necesaria e infinitamente al Hijo, y el Hijo ama con esta misma intensidad al Padre, y el Padre y el Hijo amándose necesariamente sin poder dejar de amarse con este amor infinito, producen un término eterno de su amor, llamado Espíritu Santo, Espíritu Paráclito... | |
Noveno artículo del Credo - III Creo en la Santa Iglesia Católica, en la Comunión de los Santos La Iglesia docente y la Iglesia discente son dos partes distintas de una misma y única Iglesia, como en el cuerpo humano la cabeza es distinta de los otros miembros, y con todo forma con ellos un solo cuerpo. Componen la Iglesia docente todos los Obispos, con el Romano Pontífice a la cabeza, ya se hallen dispersos, ya congregados en Concilio. Componen la Iglesia discente o enseñada todos los fieles... |
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