PREGUNTA Soy una curiosa de mi religión, siempre estoy buscando páginas católicas, y en uno de mis paseos por internet los encontré y estoy apasionada por los reportajes y aclaraciones sobre asuntos que hace mucho me quitaban el sosiego espiritual. Quisiera salir de una duda: Penitencia, un pedido de la Virgen en Fátima, ¿cómo hacerla, qué penitencia hacer? ¡Ayúdenme! RESPUESTA La consultante formula una pregunta que está en la médula de las apariciones de Fátima. En efecto, para resumir en dos palabras el Mensaje que Nuestra Señora transmitió a la humanidad en 1917, se puede decir simplemente: Oración y Penitencia. La noción de oración es más intuitiva, porque en los aprietos de la vida, el grito del alma sube hasta el cielo, pidiendo socorro a Dios, la mayoría de las veces por medio de la Santísima Virgen, justamente llamada Auxilio de los Cristianos o, como también es invocada, La que Desata los Nudos. Todos tenemos tantos y tales nudos que desatar en nuestras vidas, que no es necesario explicarle a nadie la importancia de encontrar a quien los desate por nosotros… La noción de penitencia, cómo practicarla y por qué —como lo pide la consultante— merece ser objeto de una explicación más detallada. Consiste en una privación que nos imponemos voluntariamente, o en un sufrimiento que se abate sobre nosotros, y que aceptamos por amor de Dios. En último análisis, consiste en una participación en los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, en su Pasión y Muerte en la Cruz. San Pablo decía: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1, 24). Es decir, Jesucristo quiso asociarnos a los méritos infinitos de su Pasión, invitándonos a cargar la Cruz junto con Él, así como el Cireneo lo hizo en la subida al Calvario. Con nuestros sufrimientos —aunque sean de pequeño valor— unidos a los de valor infinito de nuestro Redentor, nuestros pecados son perdonados (claro está, que esto no excluye la confesión sacramental hecha al sacerdote en el caso de los pecados mortales), así como ayudamos a pagar las culpas de los demás hombres.
Cuando la Santísima Virgen se apareció en Fátima, ya en la primera aparición, el día 13 de mayo de 1917, preguntó a los videntes: “¿Queréis ofreceros a Dios, para soportar todos los sufrimientos que os quiera enviar en reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” — “Sí, queremos” — respondió Lucía. Nuestra Señora continuó: “Vais, pues, a sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza”. Es importante observar cómo María Santísima considera el sufrimiento, aceptado por amor de Dios, como valioso para la conversión de los pecadores. Ella misma insistirá sobre esta idea en las siguientes apariciones. En la cuarta aparición llegó a decir: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por no haber quién se sacrifique y pida por ellas”. Los libros que describen las apariciones de Fátima traen pormenores edificantes de las penitencias realizadas por los videntes, principalmente de los dos niños beatificados — Francisco y Jacinta. Por ocasión de los respectivos centenarios de nacimiento de los dos pastores beatos, Tesoros de la Fe publicó dos sustanciosos artículos sobre sus vidas (cf. Francisco de Fátima, un contemplativo del orden sacral del universo, nº 79, julio de 2008; La santidad de Jacinta, la admirable vidente de Fátima, nº 99, marzo de 2010). Ellos le podrán servir de ejemplos de cómo practicar la penitencia, según la inspiración que el Espíritu Santo le sugiera, de acuerdo con las posibilidades concretas de su estado de vida. El estado del mundo en nuestros días La Santísima Virgen en Fátima tenía muy en vista el estado concreto del mundo en nuestros días. ¿Habrá algún sentido especial que dar a la penitencia que podamos hacer, frente a la actual situación de la sociedad moderna? —La respuesta es sí. En efecto, en el texto del Tercer Secreto de Fátima divulgado por la Santa Sede el año 2000, es digno de registrar el hecho que nos presenta de un ángel con una espada de fuego, dispuesto a lanzar sus llamas contra la humanidad reunida a la vista de Nuestra Señora. La Virgen María, con el fulgor que salía de sus manos extingue ese fuego, pero “el ángel, señalando la tierra con su mano derecha, con voz fuerte dijo: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!” La escena siguiente es la de una ciudad semidestruida. La interpretación parece obvia: la humanidad se está mereciendo un castigo de proporciones apocalípticas. Para evitarlo, el ángel muestra la solución: “¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!” Fue concedido, pues, a la humanidad, un tiempo para hacer penitencia, la cual, si no es hecha, acarreará un mundo semidestruido. Queda claro, por lo tanto, que la penitencia más importante que se nos sugiere para nuestros días, consiste en enfrentar los errores y pecados de la sociedad moderna. La causa dominante de la presente situación de pecado es el proceso revolucionario que tiene sus raíces hacia el final de la Edad Media con el advenimiento del Renacimiento. Y una de sus manifestaciones más protuberantes es la laicidad del Estado, que destronó a la Santa Iglesia de su lugar de Reina, a que tenía derecho como la única y verdadera Iglesia instituida por Nuestro Señor Jesucristo. En consecuencia, sus leyes no se imponen más sobre toda la sociedad, que pasa a impugnar los principios fundamentales de su moral, y hasta de la ley natural, de la cual la Iglesia es guardiana. La familia, célula básica de la sociedad, está hecha pedazos: el matrimonio religioso, cuando aún se realiza, es precedido por el “enamoramiento”, que ya es considerado como detentor de todos los derechos del matrimonio legítimo. Las “parejas” más conservadoras aún usan el anillo en la mano derecha, presentándose como antiguamente lo hacían los novios, a la espera del matrimonio religioso que está por realizarse. Pero viven en una unión de hecho… La anticoncepción se generalizó, no sólo dentro del matrimonio, sino ya en el período del “enamoramiento”, y hasta entre adolescentes que ni siquiera tienen la edad legal para casarse. Como esta situación da origen a embarazos precoces, presentan como solución el aborto, cuya legalización pasa a ser reivindicada de la forma más amplia posible. En ese contexto de liberación total, no debe sorprendernos que el homosexualismo pase a exigir derechos de ciudadanía, y comiencen a ser aceptados por la sociedad “parejas” de dos padres o de dos madres. Y hasta se pretende que quien se oponga a ello tenga su libertad de opinión coartada y sea condenado por “crimen de homofobia”. Para completar el cuadro de las abominaciones, las personas mayores que persistan en vivir mucho o los enfermos que den mucho trabajo, ¡corren el riesgo de ser eliminados por la eutanasia! Frente a este panorama, ser católico exige el sufrimiento de no tolerar los errores del mundo moderno; exige una actitud de heroísmo, la valentía de decir “¡estoy en contra!”, “¡no lo acepto!”: — ¡No acepto el enamoramiento como equivalente al matrimonio! — ¡No acepto el matrimonio civil como equivalente al matrimonio religioso! — ¡No acepto la anticoncepción dentro o fuera del matrimonio! — ¡No acepto el “matrimonio” entre personas del mismo sexo! — ¡No acepto el aborto en ningún caso! — ¡No acepto la eutanasia! Ésta es la penitencia más importante que el Mensaje de Fátima exige de nosotros, para evitar el cataclismo anunciado. En síntesis, esa penitencia se traduce en la valentía de enfrentar al mundo, en la valentía heroica de decir: — ¡Yo persevero en la fe en Dios! — ¡Yo persevero en la fe en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios y de la Virgen María! — ¡Yo persevero en la fidelidad a las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, fundada sobre la roca de Pedro y perpetuada por sus legítimos sucesores! ¡Que la Santísima Virgen me ayude!
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