PREGUNTA En una conversación sobre otros asuntos, un amigo mío que es pastor protestante manifestó que el Purgatorio no existe, como lo afirma la Iglesia Católica. Desearía saber en qué se basa el Magisterio de la Iglesia para tal afirmación, a fin de poder responder y esclarecer a mi amigo sobre este punto. RESPUESTA La pregunta es muy interesante, porque nos da pie para tratar de dos puntos de capital importancia: a) el uso que la Iglesia hace de la Sagrada Escritura en su elaboración teológica; y, b) la doctrina protestante de la justificación, en contraste con la doctrina católica de la Redención. La doctrina del Catecismo Cuando aprendemos las nociones básicas de Catecismo, al prepararnos para la Primera Comunión, la doctrina católica nos es presentada como un conjunto coherente de verdades ya establecidas por el Magisterio de la Iglesia y consagradas por la Tradición. No podría ser de otra manera, como dicho sea de paso sucede con cualquier otra materia, incluso no directamente religiosa. Así, si fuéramos a aprender el funcionamiento del sistema solar, por ejemplo, nos enseñarán los nombres de cada uno de los nueve planetas, de Mercurio a Plutón. Claro está que en un curso más avanzado de Astronomía, nos explicarán cuándo y cómo esos planetas fueron descubiertos y numerosos otros aspectos. Lo mismo sucede con la doctrina católica. Parte de ella fue revelada en el Antiguo Testamento. Después Jesucristo la explicó, completó y perfeccionó. Él nos dejó su doctrina, enseñándola a los Apóstoles oralmente y por sus actos y ejemplos. Éstos, a su vez, la transmitieron también oralmente, y ya algo por escrito, a los primeros fieles. Algunos de éstos —a saber, San Marcos y San Lucas— también pusieron por escrito las prédicas de los Apóstoles, resultando de todo este trabajo los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas y el libro del Apocalipsis, que constituyen el Nuevo Testamento. Sin embargo, no todo lo que Jesucristo enseñó quedó escrito. Muchas verdades continuaron siendo transmitidas apenas oralmente, y es esto lo que constituye la llamada Tradición. Más adelante, gran parte de esa Tradición oral fue escrita por los Padres de la Iglesia y otros autores sacros. Así como los astrónomos y astrofísicos continuaron estudiando el Universo que allí está, y cada vez descubren en él nuevas maravillas, los teólogos van siempre profundizando el conocimiento de la doctrina revelada por Nuestro Señor Jesucristo.
El libro de los Macabeos y el Purgatorio La existencia del Purgatorio no está directa ni explícitamente mencionada en la Biblia. Entonces, ¿cómo los católicos sabemos que existe? Porque su existencia se deduce claramente de ciertos pasajes de las Sagradas Escrituras y está confirmada por la Tradición. Así, por ejemplo, en el segundo libro de los Macabeos se lee: “Y habiendo recogido en una colecta que mandó hacer [Judas Macabeo], doce mil dracmas de plata, las envió a Jerusalén, a fin de que se ofreciese un sacrificio por los pecados de estos difuntos [...] Es, pues, un pensamiento santo y saludable el rogar por los difuntos, a fin de que sean libres de sus pecados” (II Mac. 12, 43-46). De donde se ve que esas almas aún no habían sido completamente purificadas de sus pecados, y por lo tanto no podían entrar en el Cielo, necesitando de oraciones y sacrificios de los que permanecen en la Tierra, para que pudiesen hacerlo. De las almas que partieron de este mundo y se encuentran en ese estado de purgación se dice que están en el Purgatorio. Es verdad de Fe que el Purgatorio es un estado en que el alma separada del cuerpo es purificada por fuego verdadero. Además, es doctrina común entre los teólogos que el Purgatorio es también un lugar determinado. Los protestantes rechazan partes de la Biblia La conceptuada Enciclopedia Catolica así define al Purgatorio: “Estado post-terreno, que durará hasta el Juicio Final, en el cual las almas de aquellos que murieron en la Gracia de Dios, pero con imperfecciones o pecados veniales o penas temporales que pagar por los pecados mortales perdonados, expían y se purifican antes de entrar al Cielo”. Cuando en la Iglesia se computaban las indulgencias parciales en base a días —por ejemplo, una indulgencia de 40 días— eso comúnmente no significaba que quien ganase esa indulgencia quedaría 40 días menos en el Purgatorio. Significaba, más bien, que le era remitida una pena equivalente a un pecado al cual en la Iglesia primitiva le sería impuesta una penitencia de 40 días. La Iglesia, por lo tanto, elabora su doctrina sobre el Purgatorio basándose en el referido texto del segundo libro de los Macabeos, corroborándola aún con otros pasajes de la Escritura —tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento— que por brevedad omitimos. Lamentablemente debemos alertar a nuestro lector que, probablemente, con esto no va a convencer a su amigo protestante, por la simple razón de que ¡los protestantes erróneamente niegan la canonicidad de los libros de los Macabeos! Es decir, ellos rechazan esos dos libros alegando que no pertenecen a la Sagrada Escritura. Entonces la discusión se disloca para otro tema, que es la discrepancia entre la Biblia católica y la protestante, asunto por demás vasto y complejo para ser tratado aquí. Sin embargo, hay otro aspecto que tal vez dé margen a la elucidación de la cuestión. La doctrina protestante de la justificación Los protestantes también niegan la existencia del Purgatorio porque, por la falsa concepción que formaron de la justificación del pecador, esta purificación de las almas después de la muerte no es necesaria. Según ellos, al morir Jesucristo en la Cruz ya pagó por todos nuestros pecados, y no es necesario que cada uno de nosotros sufra por sí mismo ni por los otros. Llegan al absurdo de decir que hasta podemos pecar cuanto queramos, porque todos los pecados ya fueron pagados de antemano por Jesucristo. Y, para ello, bastaría tener fe. Es así que Lutero busca interpretar el célebre pasaje del Evangelio de San Marcos: “El que creyere y se bautizare se salvará; pero el que no creyere será condenado” (Mc. 16, 16).
Según la doctrina verdadera que nos es enseñada por la Iglesia católica, el pecado conlleva dos aspectos: la culpa y la pena. Es decir, por el pecado ofendemos a Dios y nos volvemos culpables delante de Él, mereciendo consecuentemente un castigo (una punición o pena). Cuando recibimos la absolución de nuestros pecados en el Sacramento de la Confesión, por el poder de Jesucristo nuestra culpa es perdonada, pero resta cumplir una pena por el pecado cometido, la cual es satisfecha sólo en parte por la penitencia que el sacerdote nos impone. Lo que falta es completado por nuestros sacrificios voluntarios unidos a los méritos de Cristo, por la aceptación amorosa de los infortunios que Dios permite que caigan sobre nosotros y por las indulgencias que lucramos. Si la suma de todo esto aún resulta un saldo negativo en relación al monto de nuestros pecados, pagaremos lo restante en el Purgatorio. La doctrina protestante es absurda. Según ella, los méritos de Cristo no nos limpian verdaderamente de los pecados. Son tan sólo un velo que se aplica sobre nuestros pecados, camuflándolos delante de Dios. Bajo ese velo, continuamos siendo los mismos pecadores inmundos. Por eso, decía Lutero, el hombre es siempre, al mismo tiempo, justo y pecador —simul justus et peccator. Sin embargo, como estamos cubiertos por el manto redentor de Cristo, podemos comparecer ante Dios en el Cielo sin necesidad de una penitencia personal que, para Lutero, es completamente vana y superflua. De donde no habría ninguna necesidad de que pasemos antes por el Purgatorio para purificarnos de nuestros pecados. En otras palabras, entraremos sucios al mismo Cielo, apenas recubiertos por el manto purísimo de Cristo. Esto está claramente formulado por Lutero en sus obras. La doctrina es tan descabellada, y de tal modo induce a las personas a la práctica del pecado, que quién sabe, ¡hasta su amigo verá el absurdo de ella! * * * Conviene añadir que en el Purgatorio el pecador arrepentido siente al mismo tiempo dolor por las ofensas hechas a Dios en esta Tierra y alegría, tanto por el perdón obtenido cuanto por conocer que finalmente está reparando los ultrajes hechos contra Dios.
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