Lirio de santidad carmelita en América Santa Teresa de los Andes representa la vida de un alma que desde sus albores se esmeró en buscar la más alta santidad, en la unión perfecta con Dios y en el anonadamiento completo de sí misma, alcanzándola mucho antes de su ingreso al Carmelo Renzo Alvarez Astengo
Juanita Fernández Solar nació en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900, en el seno de un hogar aristocrático y profundamente católico. Sus padres fueron don Miguel Fernández y doña Lucía Solar. Si bien que en aquella época los gérmenes de la crisis anticristiana —que desembocarían en el caos igualitario, vulgar e inmoral de nuestros días— ya se podían vislumbrar, la sociedad de entonces estaba aún impregnada de profundos valores cristianos animados principalmente por las gracias atraídas al mundo en virtud del pontificado de San Pío X. Existía, por tanto, un ambiente que favorecía la práctica de la virtud y que constituyó el marco propicio para que Juanita pudiera realizar su vocación. Infancia y Primera Comunión La familia acostumbraba pasar las vacaciones de verano en su hacienda de Chacabuco, una de las mayores de Chile, ubicada a los pies de Cordillera de los Andes. De naturaleza alegre y excelente jinete, Juanita disfrutaba enormemente de estas estadías que se repitieron durante diecisiete años, junto a sus hermanos y primos. Fue allí, en la contemplación de los grandes panoramas de la naturaleza que se desplegaban ante sus ojos, donde la joven comenzó a adquirir el gusto por la soledad, el silencio y la oración; y donde su alma empezó a elevarse con las consideraciones de las grandezas de Dios y de las verdades eternas. Desde muy pequeña acostumbraba pasar largos ratos en oración: en la capilla junto al sagrario, frente al crucifijo de su habitación o a los pies de alguna imagen de la Santísima Virgen. Con apenas siete años de edad hace la promesa de rezar todos los días el Santo Rosario, promesa que cumplirá fielmente hasta su muerte. A los diez años realiza su Primera Comunión. A fin de prepararse para tan solemne acto, en la víspera hace su confesión general y por la tarde, en presencia del célebre sacerdote arequipeño Mateo Crawley-Bovey SS.CC., la familia se consagra al Sagrado Corazón de Jesús. Al día siguiente, 11 de septiembre de 1910, en la capilla del colegio de la Alameda recibe por primera vez a Jesús Sacramentado: “No es para describir lo que pasó por mi alma con Jesús. Le pedí mil veces que me llevara. Sentía su voz querida por primera vez. ¡Jesús, yo te amo; yo te adoro!” — “Jesús desde ese primer abrazo no me soltó y me tomó para sí”. Desapego de las cosas transitorias que no llevan a Dios Los Fernández Solar disponían de una gran fortuna, sin embargo debido a un mal manejo de los negocios fueron perdiendo paulatinamente la mayor parte de su patrimonio, viéndose obligados a realizar sucesivas mudanzas en condiciones cada vez más modestas. Las cosas llegaron a su peor momento en 1917 con la pérdida de las tierras de Chacabuco, lo que significó un gran dolor para toda la familia. En medio de la consternación general sólo Juanita mantuvo la calma, viendo en todo esto la mano de Dios. De esos momentos recordará su hermano Luis: “Todos estábamos abrumados por perder la gran riqueza de los Solar. Sin embargo, Juanita era la única serena y nos consolaba a todos, especialmente a mi padre”. Ella a su vez escribirá en su diario: “¿Para qué apegarme a cosas transitorias que no me llevan a Dios que es mi fin?… No me importa la pobreza, los desprecios, pues esto me lleva a Ti… Todo lo que el mundo estima no vale nada”. Caridad: un trazo característico su alma
Desde muy niña, junto con su hermana Rebeca, participó activamente en las misiones que año tras año se realizaban en Chacabuco, enseñando el catecismo, primero a los niños y después, ya adolescente, a los adultos a quienes iba a buscar llevándoles la palabra de Dios. En Santiago fue proverbial su desvelo por los pobres: Tenía una caridad suma con todos los desvalidos a muchos de los cuales ella misma atendía en la cocina. Y si alguien le reclamaba por esto, se limitaba a responder: “Todos los días tienen hambre y por eso hay que socorrerlos”. Y en el Carmelo su amor por el bien de las almas será tal que constantemente se ofrecerá como víctima por los sacerdotes y pecadores. Sus parientes fueron también especial objeto de su caridad. Don Miguel, su padre, sentía un fuerte complejo de culpa por la situación económica de la familia. Además, debía pasar largas temporadas lejos de casa, trabajando en tierras arrendadas; Juanita le escribía continuamente agradeciéndole todo el sacrificio que hacía y animándolo a ver en esa dura situación un designio de la Providencia: “Dios prueba a los que ama”. Con doña Lucía, su madre, que era en extremo exigente y autoritaria, se mostraba siempre dócil y obediente, aun cuando muchas veces fuese reprendida sin razón. Pero su mayor preocupación fue siempre su hermano Luis. Dos años mayor que ella, Lucho fue su gran compañero de infancia; por esa razón Juanita sufrió mucho cuando, influenciado por filosofías ateas, perdió la fe. Como religiosa lo tendría muy especialmente presente en sus oraciones y sacrificios a fin de lograr su conversión, gracia que Luis recibiría al final de su vida. Dios quería que fuese carmelita
A los catorce años de edad lee la “Historia de un alma”, autobiografía de Santa Teresita de Lisieux. La lectura de sus páginas resultan para ella toda una revelación, Juanita se siente fascinada por el ideal carmelita: “Rogar por los pecadores, pasar la vida entera sacrificándome, sin ver jamás los frutos de la oración y el sacrificio. Unirse a Dios para que así circule en ella la sangre redentora, y comunicarla a la Iglesia, a sus miembros, para que así se santifiquen”. Todo quedaba claro: Dios “quería que fuese carmelita”. Un año más tarde, ella y Rebeca ingresan en el internado del Colegio del Sagrado Corazón de la Maestranza. Este cambio la hizo sufrir pues quería mucho a su familia y nunca se había separado de ella. Juanita, sin embargo, ofrece este sufrimiento agradeciendo a Dios la gracia que “me preparaba el camino para estar más apartada de las cosas del mundo […] para que estuviera más acostumbrada a vivir separada de mi familia antes de entrar al Carmelo”. Cultivó también una tierna de devoción hacia la Santísima Virgen. Nuestra Señora fue su gran consuelo en los momentos de mayor soledad en el internado. A Ella recurría en sus estudios a fin de lograr buenas calificaciones y por su intermedio, hace un voto de castidad que después irá renovando durante su vida: “Hoy, 8 de diciembre de 1915, de edad de 15 años, hago el voto delante de la Santísima Trinidad y en presencia de la Virgen María y de todos los santos del cielo, de no admitir otro Esposo sino a mi Señor Jesucristo, a quien amo de todo corazón y a quien quiero servir hasta el último momento de mi vida”. En 1918 escribe la composición “Sombra y Luz en la Edad Media – Creadores y Demoledores”, en ella muestra un profundo conocimiento de todo el proceso de descristianización de Occidente y de la lucha que contra él todos los católicos estamos obligados: “en cada siglo, los hijos de la Iglesia tienen que llevar en sus labios el clarín guerrero. Esa lucha no terminará porque es eterno el antagonismo entre la sombra y la luz. Mientras los hijos de la sombra demuelen, los hijos de la luz regeneran”. El Monasterio del Espíritu Santo Una de sus mejores amigas, Graciela Montes Larraín, tenía una hermana religiosa carmelita en el Monasterio del Espíritu Santo de Los Andes. Como Graciela conociera el deseo de Juanita de ser religiosa, le hizo llegar una de las cartas que su hermana le escribía. Juanita recibió la misiva con muchísimo agrado, pues era la “primera vez que tenía algo de una carmelita”. Sería también por mediación de Graciela que Juanita tomará contacto con la Madre Angélica Teresa del Santísimo Sacramento, priora del convento, con quien iniciará un continuo intercambio epistolar que se prolongará por más de dos años hasta su ingreso en el Carmelo. Algunos días después, se encontraba el sacerdote claretiano José Blanch Ferrer, confesor de Juanita, cenando en casa de los Fernández Solar. En cierto momento de la conversación el padre Blanch comenta su preocupación por el Monasterio del Espíritu Santo pues a consecuencia de una epidemia de gripe acababan de fallecer tres de sus religiosas y hacían falta nuevas vocaciones. Juanita se estremeció con aquellas palabras, pues en menos de un mes había oído hablar ya dos veces sobre el Carmelo de Los Andes. Comprendió entonces que era allí donde Dios la llamaba. Visita e ingreso al Carmelo
A comienzos de 1919, acompañada de su madre, visita por primera vez el Monasterio del Espíritu Santo. Al llegar se encuentra con una casa “pobre y fea”, entre tanto esa pobreza le atrae enormemente pues era eso lo que estaba buscando. Ya en el Monasterio, Juanita y su madre son recibidas en el locutorio por la propia Madre Angélica. Ella le explica a Juanita todo sobre la vida carmelita y juntas acuerdan una fecha para su ingreso: 7 de mayo, día de San José. En la víspera de aquel día los Fernández Solar renuevan la consagración de la familia al Sagrado Corazón realizada por ocasión de su primera comunión. La tarde, Juanita la dedica a despedirse de sus parientes y de la servidumbre. Por la mañana del día siguiente, después de la misa, junto con su madre, sus hermanos Luis y Rebeca, y su tía Juana Solar Domínguez, toma el tren rumbo a Los Andes. El 7 de mayo de 1920, a la misma hora en que Nuestro Señor moría en la Cruz, al son del canto O Gloriosa Virginum, Juanita traspone el umbral del pórtico del Monasterio. Orando, trabajando y riéndonos En el Monasterio del Espíritu Santo la jornada se dividía entre el trabajo, la oración y el Oficio Divino; en las horas de recreo la comunidad se reunía en un ambiente de fraternal alegría. “Así pasamos la vida, hermanita querida, orando, trabajando y riéndonos”, escribió Juanita a Rebeca. Además de priora, la Madre Angélica era también maestra de novicias. Las 21 cartas que intercambió con Juanita antes de su ingreso al convento, le habían dado un pleno conocimiento de las insignes gracias con que Dios había favorecido a su joven postulante y de la heroica correspondencia de ésta. Por ello, no dudó en aceptar el pedido que Juanita le hizo para realizar anticipadamente los votos religiosos; además obtuvo del Nuncio Apostólico autorización para adelantar la fecha de inicio del noviciado. Así, el 14 de octubre Juanita recibe el hábito carmelita adoptando el nombre de la santa fundadora: Teresa de Jesús. De su avanzada virtud dio testimonio una de sus compañeras de noviciado: “En su oración recogida permanecía la hora entera hincada […] Nos ayudaba en las labores más pesadas y esto lo hacía con suma delicadeza […] buscaba lo más despreciado y lo más pobre […] Nos daba la impresión que vivía en continua presencia del Señor. Nosotras, sus compañeras de noviciado, nos hallábamos muy distantes de la alta perfección que alcanzó en los sublimes ideales de santidad”. Todo en ella reflejaba una luz suavísima y celestial
Teresa enfermó a comienzos de marzo de 1920; entre tanto, sin decir nada, continuó con su vida normal. Recién el 2 de abril, Viernes Santo, la priora percibe la enfermedad de Teresa y le manda acostarse; son llamados médicos para atenderla que dan el diagnóstico: tifus y septicemia. Dada la gravedad de la enfermedad realiza la profesión religiosa in articulo mortis el día 6 abril, convirtiéndose así en carmelita descalza; al día siguiente comulga por última vez. Finalmente, en la tarde del 12 de abril de 1920, con menos de 20 años y apenas once meses en el Carmelo, Teresa de Jesús entrega su alma al Todopoderoso. En el mismo momento de su muerte, en el Monasterio de San José en Santiago, la hermana Mercedes del Corazón de María tuvo una visión: “Súbitamente […] me encontré en la celda de una carmelita moribunda; vi que era muy joven y, a pesar de la palidez del rostro, todo en ella reflejaba una luz suavísima y celestial. Al lado izquierdo de su cama había un ángel con un dardo que le traspasaba el corazón, y después oí: muere de amor”. Fue beatificada el 3 de abril de 1987 y canonizada el 21 de marzo de 1993. Obras consultadas.- 1. Orden del Carmen Descalzo – Chile, Santa Teresa de los Andes, Cochrane, Santiago de Chile, 1992.
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