PREGUNTA ¿Qué quiere decir, en la oración de la Salve, la invocación «A ti clamamos los desterrados hijos de Eva»? RESPUESTA Para comprender mejor la expresión “desterrados hijos de Eva”, es conveniente releer lo que está en los capítulos 2 y 3 del Génesis, que narran la creación del hombre y su caída, cediendo a la tentación de la serpiente y comiendo del fruto prohibido. Resumiremos los datos principales, transcribiendo algunos pasajes de este primer libro de las Sagradas Escrituras: “El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal. [...] El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte” (Gén. 2, 7-17). La caída, el castigo y la expulsión del Paraíso
Prosigue la descripción de la creación de Eva a partir de una costilla de Adán. En seguida viene la tentación de la serpiente y la caída del hombre: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: ¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín? La mujer le respondió: Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte. La serpiente dijo a la mujer: No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. “Cuando la mujer vio que [el fruto] del árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos cinturones, entretejiendo hojas de higuera. Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín” (Gén. 3, 1-8). ¡Como si fuese posible esconderse de la faz de Dios! Dios interpela a Adán, que culpa a Eva; y Eva culpa a la serpiente. Después de maldecir a la serpiente, Dios le dijo a Eva: “Y el Señor Dios dijo a la mujer: Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará. Y dijo al hombre: Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!” (Gen. 3, 16-19). Por desobediencia, el destierro de Adán y Eva “El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió. Después el Señor Dios dijo: El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que ahora extienda su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre. Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que había sido sacado. Y después de expulsar al hombre, puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada zigzagueante, para custodiar el acceso al árbol de la vida” (Gen. 3, 21-24). Por lo tanto Dios había creado al hombre para dejarlo en un paraíso de delicias. Ese lugar sería su patria en esta tierra. Habiendo pecado, Dios lo expulsó de ese paraíso, condenándolo a comer el pan con el sudor de su frente, sujetándolo a toda clase de males, y por fin a la muerte. Como hijos de Adán y Eva, ésta es nuestra actual situación: fuimos desterrados de la patria que Dios había creado para nosotros y vivimos en una tierra de exilio. Este paso de la patria auténtica, llena de delicias, a una tierra extraña y adversa, se llama destierro o exilio. Somos, pues, los “desterrados hijos de Eva”. La Salve es una oración compuesta originalmente en latín, donde se usa en el trecho en cuestión la palabra exsules, que se traduciría perfectamente por exiliados. En la época en que la oración fue traducida al castellano, era más común que hoy el uso de la palabra destierro, y por lo tanto todos la comprendían fácilmente. De cualquier manera, el significado es el mismo: exilio o destierro, es decir, la expulsión de la patria como castigo de un crimen grave, como grave fue la desobediencia de Adán y Eva a la orden dada por Dios. Naturalmente puede darse también el exilio voluntario, cuando alguien huye del país por temor a ser perseguido por razones políticas o de otra naturaleza. Fue lo que ocurrió con la Sagrada Familia, que se exilió en Egipto para huir de la persecución de Herodes. En el caso de Adán y Eva, no obstante, no se trató de un exilio voluntario. Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María
Una piadosa leyenda atribuye las palabras finales de la Salve —O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria— a San Bernardo de Claraval, que las habría pronunciado en la catedral de Espira por ocasión de una solemnidad el día 25 de diciembre de 1146, en presencia del emperador Conrado III. La Salve es comúnmente atribuida, íntegramente, al mismo San Bernardo, pero de eso no se puede tener plena seguridad, pues la oración ya era conocida algún tiempo antes. Más importante que descubrir su autoría es rezarla con frecuencia, para que la Santa Madre de Dios esté siempre presente, acompañándonos a nosotros, que somos “los desterrados hijos de Eva”. Máxime en nuestros días, en que esta tierra de exilio se va volviendo cada vez más adversa a los hijos de la Santa Iglesia, y ya se esbozan planes de persecución a los verdaderos católicos en todo el mundo, como está previsto en el Secreto de Fátima. Incluso en nuestra católica América Latina. Necesitamos resistir y luchar, por todos los medios lícitos, contra lo que pretenden los enemigos de la Iglesia. Pero, no nos engañemos, puede llegar el momento en que todos los que queramos permanecer fieles a Cristo seamos confinados en los calabozos de los nuevos coliseos, que se van construyendo en las naciones aceleradamente secularizadas y ateas de nuestros días. Necesitamos estar preparados para enfrentar entonces el martirio. Y desde ya, afligidos pero confiados, debemos levantar los ojos hacia la Virgen Madre de Dios y gritar en voz alta: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te Salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Y debemos insistir siempre: ¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo! * * * El sacerdote que escribe las líneas precedentes es portador de una sacratísima reliquia que, debidamente autenticada y lacrada, contiene una gota de leche que —¡oh admirable privilegio!— la Madre del Divino Infante dejó caer sobre la lengua de su predilecto Bernardo, mientras éste cantaba la Salve.
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La Anunciación |
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