Reina y patrona de Colombia «Colombia, entre sus muchos títulos de gloria y nobleza, cuenta como uno de los primeros el ser un pueblo ardientemente mariano. Su suelo rico y hermoso se nos presenta como un manto precioso, donde fingen perlas y rubíes los incontables santuarios de la Madre de Dios: desde Nuestra Señora de la Peña en Bogotá, hasta la Virgen de la Popa en Cartagena; desde la del Rosario en Tunja o la de Monguí, o la de la Candelaria en Medellín, hasta la devotísima Nuestra Señora de Las Lajas, dominando sobre todas estas invocaciones, como el Sol entre las estrellas, Nuestra Señora de Chiquinquirá» (Pío XII, Alocución de clausura del II Congreso Mariano Nacional, 16 de julio de 1946). Pablo Luis Fandiño
Hacia el año 1562, el encomendero de Suta, don Antonio de Santana, encargó a un platero de Tunja, llamado Alonso de Narváez, que le pintara una imagen de la Virgen del Rosario para presidir su capilla. El artista utilizó como pintura mixturas de tierra de diferentes colores junto con el zumo de algunas hierbas y flores; y como lienzo, una manta de algodón, más ancha que larga. Para no dejar vacíos los espacios a los lados de la Madre de Dios, pintó a su derecha a San Antonio de Padua y a su izquierda a San Andrés Apóstol. El uno en honra del encomendero y el otro, en agradecimiento al lego dominico fray Andrés de Jadraque, quien presumiblemente actuó de intermediario. Terminada la imagen y cancelada la cuenta, se expuso en el altar de la capilla de Suta para la veneración de españoles e indios. Maravillosa iluminación y prodigiosa renovación Paulatinamente, por una disposición superior, los dominicos dejan las doctrinas y son reemplazados por el clero secular, que en 1574 las tienen todas a su cargo. Por algún descuido, cuando llovía entraba mucha agua por el techo mal empajado, y con el tiempo el cuadro se fue deteriorando, sea por dejadez del encomendero, anciano y achacoso, o por desidia del cura doctrinero, que no fija asiento en el pueblo y es reemplazado.
En 1578 toma a su cargo la doctrina el presbítero Juan Alemán de Leguizamón, quien remueve la imagen de la capilla de Suta por considerarla indecorosa y la devuelve a su dueño, que la destina a su estancia en Chiquinquirá. Muerto el encomendero en 1582, su viuda Catalina García de Irlos pasó a residir en aquella estancia. Años después María Ramos Hernández, parienta del difunto Santana arriba a Chiquinquirá y descubre el cuadro totalmente descolorido, sucio y ajado. Su piedad le lleva a limpiarlo, acomodarlo en un bastidor y colgarlo en el lugar más apropiado del rancho que sirve de capilla. Diariamente le dirige sus plegarias y le dice: “¿Hasta cuándo Rosa del Cielo; hasta cuándo habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis?” Así, llegamos al día viernes 26 de diciembre de 1586. A eso de las nueve de la mañana, pasaba por ahí una india cristiana llamada Isabel, de la mano de un niño mestizo de 4 años llamado Miguel. El niño le dice a la india: “Madre, mira a la Madre de Dios que está en el suelo” y vio a la Santísima Virgen despidiendo un resplandor celestial que llenaba toda la capilla. Dirigiéndose a María Ramos le dijo en alta voz: “Mira, mira, señora, que la Madre de Dios se ha bajado de su lugar, y está allí en tu asiento parada y parece que se está quemando”. Volvió el rostro doña María hacia el altar y vio con asombro la transformación que se había operado en la pintura que estaba “tan lúcida y renovada de alegres y celestiales colores que era una gloria el verla”. La noticia corre como reguero de pólvora La fama del suceso corrió por el vecindario y pronto llegó al pueblo de Suta. Empezaron a acudir de todas partes, unos atraídos por la curiosidad, otros en busca de algún milagro. La información no tardó en llegar a oídos de la autoridad eclesiástica, quien ordenó primero una información en Chiquinquirá y luego un proceso en Tunja.
Mientras tanto la devoción iba en aumento y se originaron las primeras curaciones. En tales circunstancias se desata en Tunja una fatídica peste que comenzó a diezmar la vida de sus habitantes. Cuando los recursos humanos resultan inútiles, una delegación parte a Chiquinquirá para implorar que les “presten” la imagen por unos días. Así al primer año de su milagrosa renovación el cuadro está en Tunja venciendo a la peste. Entre las personas que se acercan a venerar la imagen, está el viejo cura Leguizamón, que había sacado la pintura de la capilla de Suta “por encontrarla demasiado desfigurada y rota”, quien admirado con el portento exclama: “Virgen y Madre de Dios, si en alguna cosa yo os ofendí, por quitaros del altar en que estabais, os suplico me perdonéis”. El 14 de agosto de 1588 llega a Chiquinquirá, recientemente elevada a parroquia, el propio arzobispo de Santafé de Bogotá, fray Luis Zapata de Cárdenas, acompañado por el comisario del Santo Oficio y el presidente encargado de la Real Audiencia. Quieren ver personalmente la imagen, a las personas favorecidas con la manifestación e investigar el prodigio. Despejadas las dudas, caracterizado el suceso como extraordinario, se mandó construir el primer templo digno de ese nombre. Pasado el tiempo, en 1636, los padres dominicos vuelven nueva y definitivamente a tomar posesión del lugar. El lienzo de Alonso de Narváez mide 1.10 metros de alto por 1.25 de ancho. El rostro de la Virgen es de color blanco perla. Tiene los ojos casi cerrados y el rostro vuelto hacia su divino Hijo, que sostiene amorosamente con el brazo izquierdo. Ambos ostentan espléndidas coronas. Cubre su cabeza un velo blanco que cae formando pliegues y se recoge sobre el pecho. En la mano derecha luce un cetro y en la otra el rosario. El Niño sujeta con la diestra un hilo atado al pie de un colorido pajarito, que está pintado sobre del pecho de su Madre; en la mano izquierda carga también su rosario. La túnica es de color rosado claro y el manto azul celeste. Con sus pies aplasta una media luna. Las convulsiones del siglo XIX A comienzos del año 1796 se resolvió levantar un templo de mayores proporciones en Chiquinquirá. Pero son tiempos difíciles, de luchas políticas y enfrentamientos ideológicos. Unos y otros reclaman la protección de la Virgen. En 1815 la imagen es despojada de sus joyas para sostener los gastos que demanda la independencia. Un general patriota, en una temida actitud y a pesar de la oposición de los religiosos, sustrae el venerado cuadro con el intento de atraer al pueblo para su causa; perseguido por los realistas, huye y abandona la imagen en Sáname. El lienzo es conducido en júbilo a Santa Fe y devuelto a su santuario. Finalmente, el 11 de setiembre de 1823, el nuevo templo es consagrado por Mons. Rafael Lasso de la Vega, entonces obispo de Mérida (Venezuela) y Senador de la República, “único prelado que subsistía en aquella época en Nueva Granada”.
Mediante un decreto del 18 de julio de 1829, la Santa Sede proclama Patrona de Colombia a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá. Sin embargo, con la instauración de la república, las dificultades recién comienzan. Al relajamiento de la disciplina eclesiástica se suman leyes anticlericales, como la que ordena la supresión de los conventos menores, que se convierte en una espada de Damocles para el de Chiquinquirá. En 1835 el presidente Santander confirma la disolución y expropiación del convento. Los frailes que perseveran en el culto a Nuestra Señora se refugian en un ambiente contiguo al templo. Clérigos apóstatas y políticos inescrupulosos confabulan ahora para que la parroquia pase a manos del clero diocesano. Más tarde, en un arranque de autoritarismo y ambición, el general Mosquera decreta en 1861 el destierro de los frailes y la confiscación de sus bienes. Con la muerte sucesiva de los religiosos, queda con vida sólo uno, fray Buenaventura García Saavedra, que enfrenta las amenazas y está dispuesto al martirio. Con él vendrá, a los pies de la Virgen de Chiquinquirá, en 1881 la restauración de la Orden Dominicana en Colombia. No obstante, el enfrentamiento entre conservadores y liberales se vuelve cada vez más agudo y estalla un nuevo auge de violencia: la Guerra de los Mil Días (1899-1902). Tras la sangrienta guerra civil que conmociona al país entero, vuelve la ansiada paz y con ella sube al Trono de San Pedro una súplica para coronar a la Santísima Virgen. El Papa reinante, San Pío X, concede el 9 de enero de 1910 el feliz pedido. La imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá fue coronada solemne y canónicamente el día 9 de julio de 1919 en la Catedral de Bogotá, en presencia del Presidente de la República, autoridades eclesiásticas, civiles y militares, y una multitud incalculable de fieles. En 1927 Pío XI otorgó al santuario el título y los privilegios de Basílica Menor. En 1977 la Sede Apostólica erigió en diócesis la ciudad de Chiquinquirá. En 1986, Colombia recibió la augusta visita del Papa Juan Pablo II, quien visitó el santuario como peregrino. Irradiación de su culto Como lo señala el P. Vargas Ugarte, el culto a Nuestra Señora de Chiquinquirá se halla extendido no sólo en Colombia, sino en toda América Latina. Tarea ardua sería contar los templos que se han levantado en su honor. Sólo en Lima son varias las iglesias en que se le ha dedicado un altar. En el Perú cabe mencionar la imagen que está en Caraz, en el Cajellón de Huaylas, donde tiene capilla y su fiesta se celebra tradicionalmente el 20 de enero; y un cuadro que hay en el asiento minero de Algamarca, en la provincia de Cajabamba, donde también se le ha erigido una ermita.
Han pasado pues más de cuatro siglos desde que se operó el prodigio de la renovación. Como lo observa José Manuel Groot en su Historia de la Nueva Granada, uno de los mayores milagros de la Virgen de Chiquinquirá es la conservación del lienzo en que está estampada, a pesar de lo tosco de su trama, de estar pintada al temple y de haber sido tocada la imagen por infinidad de objetos. La devoción a la patrona de Colombia ha sufrido altibajos fruto de las persecuciones, de las guerras y hasta de los terremotos, pero lo que más daño le ha causado es la indiferencia, el abandono y la desidia de sus propios fieles. A lo largo de su historia muchas personas han testimoniado destellos y luminosidades, como los que dieron origen a su devoción en 1586; sin embargo, ninguno de ellos debidamente acreditado. Otros simétricamente la han visto palidecer. Son los momentos de fervor y de desánimo que ha vivido la nación hermana, por los cuales atravesamos en este valle de lágrimas la mayor parte de los católicos. Que la Santísima Virgen de Chiquinquirá abra nuestra alma para los resplandores magníficos que vendrán con el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima. Obras consultadas.- 1. P. Luis Francisco Téllez Garzón O.P., Una Luz en el camino, Santuario de la Virgen del Rosario, Chiquinquirá – Colombia, Bogotá, 2005.
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La Virgen del Rosario de Chiquinquirá |
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