En la proximidad de uno de los centros de civilización más antiguos de América y donde por siglos enteros recibieron especial culto las falsas deidades de los collas, quiso María Santísima establecer su trono de amor y misericordia, a fin de conquistar para su Divino Hijo a los numerosos indígenas que poblaban las márgenes del lago navegable más alto del mundo El Santuario de Nuestra Señora de Copacabana, Patrona de Bolivia, se yergue majestuoso a orillas del Lago Titicaca, a unos 3,850 m.s.n.m. y a escasos 8 km. de la línea fronteriza con el Perú. Para confirmar la evangelización ya iniciada en el vasto altiplano, la Divina Providencia inspiró a un indio de sangre real la confección de una imagen de la bienaventurada Virgen María. “Así quienes querían conquistar con su religiosidad innata el cielo, fueron conquistados para el cielo, a través de la Santísima Virgen, en su advocación de la Candelaria”. Dios escoge a un descendiente de los Incas
Francisco Tito Yupanqui, nieto de Huayna Cápac e hijo de Cristóbal Vaca Túpac Inca, en cuyo escudo familiar concedido por el Emperador Carlos V tenía grabado el lema «Ave María», nació en la península de Copacabana a mediados del siglo XVI. En aquella época llegaban al lugar los primeros frailes dominicos, quienes erigieron una pequeña iglesia dedicada a Santa Ana, la abuela materna de Nuestro Señor Jesucristo. Desde muy niño Tito Yupanqui debió asistir regularmente al catecismo y a las misas dominicales, absorto con aquellas narraciones y prédicas, brotando en él una acendrada devoción por la Santísima Virgen. Así, ya adulto concibió el proyecto de labrar con sus propias manos una imagen mariana para su pueblo. Pero la hechura de barro le salió tan tosca que un sacerdote, el bachiller don Antonio Montoro, mandó retirarla de la iglesia y colocarla en un rincón de la sacristía. Profundamente apenado, decidió entonces perfeccionar su arte y se trasladó a Potosí donde conoció al maestro Diego de Ortiz, de quien aprendió las técnicas del tallado y pintura. Antes de comenzar su trabajo, hizo celebrar una Misa en honor de la Santísima Trinidad, para obtener sobre su obra la bendición divina. En la Villa Imperial tomó como modelo una imagen de la Candelaria venerada en el templo de Santo Domingo, iniciando el trabajo que acompañó de afectuosas oraciones y ayunos el 4 de junio de 1582.
Algunos meses después, cuando ya estaba bastante avanzada la imagen, le fue presentada al obispo de la Plata como ejemplo de su arte una pintura en lienzo de Tito Yupanqui, lo que significó un nuevo motivo de aflicción para éste. El prelado llegó a decir que era más a propósito para pintar monas que imágenes de Nuestra Señora. Humillado, acudió a la iglesia para pedirle al Señor acierto en el policromado de la imagen. La persistencia de un verdadero Con ella regresó a la ciudad de La Paz y se ofreció como ayudante del maestro Vargas, quien estaba dorando el retablo de la iglesia de San Francisco. Tito Yupanqui le contó su historia y el dorador prometió ayudarle. Resolvieron entre ambos traer la imagen a escondidas al taller. Y mientras trabajaban de día en el retablo, por la noche hurtando horas al sueño se entretenían en dorar la imagen, hasta que quedó terminada. Como suele suceder, el demonio desencadenó una controversia entre los indios de Copacabana, que se resistían a admitir una imagen que no fuera obra de español. Llegaron hasta proponerle a Tito Yupanqui que vendiera la suya, para lo cual no faltaban interesados. Sin embargo, la Divina Providencia, que escribe derecho sobre líneas torcidas, comenzó a mostrar en ella sus maravillas. Así, cada vez que fray Francisco Navarrete la llevaba a su habitación para rezar, le asombraban unos destellos que salían de la imagen: “No sé, hijos, qué es esto que veo en vuestra imagen —les dijo el siervo de Dios— que me parece que echa rayos de fuego”. Estas noticias llegaron a oídos de don Gerónimo de Marañón, que a la sazón se encontraba en La Paz. El Corregidor de Omasuyo, al que pertenecía Copacabana, encantado con la imagen ordenó su inmediato traslado al pueblo, para alegría de Tito Yupanqui. En ello colaboró también el Alcalde de los Naturales, don Diego Churatopa, que asignó a diez indios y un huanto (andas), con los que partieron una venturosa mañana hacia el corazón del Lago.
El 2 de febrero 1583, en la festividad de la Purificación de María o Candelaria, fue ceremoniosamente entronizada en Copacabana la imagen de la Virgen, y a partir de ese momento comenzaría a derramar sobre los pobladores y peregrinos sus caudalosas gracias, que no han cesado hasta la fecha. La Virgen atrae a los indios Entre los primeros milagros que obró la imagen fray Alonso Ramos nos describe éste. Para atender el culto de la Virgen determinaron los indios Anansayas sembrar una chacra. A esta sementera no acudieron los Urinsayas, que se habían manifestado más reacios a la devoción, alegando la sequedad del tiempo: “No obstante todo esto los Anansayas, no sé con qué actos de fe se fueron a la parte donde la sementera se había de hacer, y tomando sus tacllas o arados comenzaron a romper la dura tierra, ablandándola con el sudor de sus rostros, que por ellos corría con gran prisa a regar el áspero suelo, y estando el aire muy sereno, apenas hubieron comenzado cuando les cubrió una espesa nube, que defendiéndoles del riguroso calor, con que casi tenían tostadas las entrañas, les regó la tierra tan a medida de su deseo, que dejó envidiosos a los otros indios, pues sólo se dejó caer en el sitio que para la chacra o sementera de la Virgen estaba señalada”. Más tarde el prodigio se volvió a repetir, durante la sequía que afectó a la comarca en 1587, fecundando la lluvia las tierras de los devotos Anansayas. «Virgo singularis» Una imagen singular La Virgen de Copacabana es una talla de madera de maguey. Mide con el pedestal poco más de un metro de altura. El cuerpo de la imagen está totalmente laminado en oro fino, y el policromado asemeja los atuendos propios de una coya (princesa inca). Está siempre revestida con preciosos y coloridos mantos que le ofrecen sus devotos, y sobre la larga peluca de cabello natural ostenta una corona de gran valor, símbolo de su realeza.
Con la mano izquierda la Virgen estrecha a su Hijo de manera muy peculiar, como si estuviera a punto de caerse, y con la derecha sostiene la canastilla de la ofrenda y la vela o candela. En su dulce rostro y en el del Niño se reflejan los rasgos indígenas de los habitantes de la región. Una gran media luna bajo los pies nos recuerda su eterna victoria sobre el demonio y sus secuaces. Entre las ricas alhajas que la adornan, sobresale el bastón de mando que le obsequió el piadoso virrey, venerable D. Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, como recuerdo de su visita en 1669. Gran irradiación por el Nuevo Muchas otras imágenes esculpió y pintó aún Francisco Tito Yupanqui, este indio noble y predilecto de María, tales como la renombrada Virgen de Cocharcas, venerada en nuestra sierra central (ver «Tesoros de la Fe», nº 9, Setiembre de 2002). Dedicó el resto de su vida a servir y glorificar a tan gran Señora, muriendo piadosamente a sus pies hacia el año de 1608 siendo hermano lego agustino. Copacabana alcanzó gran fama en la época virreinal que traspasó montañas y mares. Se erigieron templos de esta advocación en Lima, Potosí, Río de Janeiro, Quito, Panamá, Madrid y Roma. Varios poetas cantaron sus glorias, entre los que se destaca Calderón de la Barca en su famoso auto sacramental «La Aurora en Copacabana». Una devoción cuatricentenaria El día 5 de abril de 1805, en la fiesta de los Siete Dolores de la Virgen, el obispo de La Paz, Remigio de la Santa y Ortega, consagró la actual iglesia y el altar mayor en honor de la Virgen María, bajo el título de Purificación.
Con el advenimiento de la independencia los agustinos, que cuidaban del santuario desde 1589, fueron expulsados en 1826. Por orden del General Sucre el tesoro de oro y plata de la imagen fue confiscado y fundido para confeccionar las primeras monedas bolivianas; y sus riquezas han sido saqueadas en diversas ocasiones. Desde entonces seculares y franciscanos se han alternado en la custodia del recinto. Durante el pontificado de Pío XI tuvo lugar la coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, que se realizó solemnemente el día 1º de agosto de 1925. La corona que sirvió para dicho acto, que es la que actualmente ciñe la imagen, fue una donación de las damas arequipeñas en agradecimiento por la liberación de la ciudad en ocasión de la erupción del volcán Misti, en febrero de 1600. Y el 2 de julio de 1940, mediante un Breve Pontificio, se otorgó al Santuario de Copacabana el título y las prerrogativas de Basílica Menor, con todos los derechos y privilegios. Entre 1946 y 1947 se construyó en el cerro Calvario un Via Crucis con sus catorce estaciones de piedra, a las cuales se accede con esfuerzo por una rústica escalinata. De recorrido obligado para el peregrino, el sacrificio del ascenso es ampliamente recompensado por la maravillosa vista que se observa desde la cumbre, tanto del lago como del Santuario de la Virgen.
Epílogo: Copacabana hoy Desde hace algunas décadas, el comercio ha tomado cuenta de Copacabana, que se ha expandido vigorosamente en torno al Santuario. La ciudad cuenta con todos los servicios básicos y hasta se han instalado hoteles de lujo en sus inmediaciones. Pero el motivo principal que aún conduce a innumerables peregrinos a este sagrado recinto sigue siendo el culto a la Virgen del Lago. Con la proliferación del turismo moderno y el accionar de ONGs indigenistas, Copacabana enfrenta hoy la indiferencia de algunos y el intento de otros de resurgir al viejo paganismo. Inútil desafío para Aquella que una y mil veces pisó la cabeza de la serpiente infernal. Obras consultadas.- 1. Fray Alonso Ramos Gavilán O.F.M., Historia del Santuario de Nuestra Señora de Copacabana, Edición Ignacio Prado Pastor, Lima, 1988.
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La Virgen de Copacabana |
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