¿Quién, en este mundo ateo y materialista, envuelto en tantas crisis, no se encuentra enredado en una maraña de problemas sin salida? Desajustes en la vida familiar, caídas en el camino equivocado del vicio o de la droga, problemas económicos, incomprensiones y tribulaciones morales o espirituales de todo orden afligen al hombre contemporáneo. Cuántos nudos que desatar... Plinio María Solimeo
En Buenos Aires tomé un ómnibus para recorrer un determinado trayecto. En la máquina cobradora, vi un cartel con una bonita estampa de la Madre de Dios, que decía: “Este ómnibus pasa por la iglesia de la Virgen que desata los nudos”. ¡Qué advocación curiosa!, pensé. Conversando después sobre lo ocurrido, un amigo me informó que esta devoción comenzó a difundirse en la Argentina hace pocos años, cuando en 1996 tres fieles trajeron de Alemania una réplica de la pintura de esa imagen y la ofrecieron a su párroco. Inesperadamente, sin que nadie desarrolle una propaganda sistemática, comenzaron a llover gracias sobre los devotos, de modo que de todos los rincones de la ciudad afluyeron peregrinos, sobre todo el día 8 de cada mes. En el primer aniversario de la entronización, comparecieron 8 mil fieles; en el segundo, 70 mil; y en el tercero alcanzaron la cifra de 130 mil. La modesta parroquia de San José del Talar —en donde se encuentra la pintura, en el barrio de Agronomía, Gran Buenos Aires— se transformó rápidamente en un lugar de peregrinación. Problemas o nudos que desatar, todos los tenemos. Encontrar esta sugestiva advocación a la Santísima Virgen, que precisamente desata los nudos de nuestra vida, nos parece de gran valía para los días de hoy. No debe causar sorpresa, pues, la rápida popularidad que adquirió esta devoción. Resolví ir a conocerla. Tomé el ómnibus y le pedí al chofer que por favor me avisara dónde debía bajarme. “¡Cómo no! ¿Sabía usted que mucha gente viene a visitar esa iglesia?”, comentó. La iglesia de San José del Talar Después de un interesante recorrido de casi una hora por el Gran Buenos Aires, el chofer me hizo una señal para aproximarme. “Usted se baja aquí, en la primera dobla a la izquierda, y va hasta la tercera calle. Ahí verá la iglesia”. No fue tan fácil como parece. Pero finalmente llegué al lugar deseado. En sus proximidades, ya estaban los omnipresentes quioscos con objetos de piedad a la espera de los peregrinos. La iglesia de San José del Talar en nada recuerda a los bellos y hasta magníficos templos de la capital porteña. Es pobre y simple, inclusive para el suburbio de clase media en que está localizada. En su única nave, San José preside el altar mayor con aire acogedor. El cuadro, que ha atraído numeroso público a aquel templo, está sujeto a la pared del fondo, en el corredor izquierdo, casi junto a la puerta de entrada, donde ya se instaló una santería con souvenirs... Había una decena de bancas en sentido opuesto al altar mayor, vueltas hacia el cuadro, destinadas a los fieles. No faltaba tampoco el libro para anotar pedidos o gracias recibidas. Aunque fuesen cerca de las tres de la tarde, de un día de semana extremamente caluroso, una decena de personas rezaba ante la pintura. Ésta es realmente muy piadosa e inspira de inmediato confianza. Después de saludar al Santísimo Sacramento y al Patrono de la iglesia, me aproximé al cuadro para rezar. La que desata el “nudo” de la desgracia
El cuadro original de María Knotenlöserin o “La que desata los nudos”, fue pintado a comienzos del siglo XVIII por el artista alemán Johann Schmidtner. Se encuentra en la iglesia de St. Peter am Perlach, construida el año 1067, en el corazón de la ciudad de Augsburgo, en Alemania. De estilo barroco, la pintura representa a la Virgen María como la Inmaculada Concepción, sobre la media luna, aplastando con los pies la maldita serpiente. Como Trono de la Sabiduría, sobre su cabeza aparece el Divino Espíritu Santo, representado por una paloma. Como Reina de los ángeles, está rodeada por ellos; dos de mayor tamaño están apostados a su lado. Uno de éstos le presenta una larga cinta anudada con nuestros problemas, angustias, aflicciones, que Ella, con sus purísimas y virginales manos, va desenredando, uno a uno. El otro va recogiendo la cinta ya enteramente desenredada y lisa como un alma recta. Mira con compasión hacia el fiel, como diciéndole: “¿Tienes problemas que no consigues resolver? Aquí está la Omnipotencia Suplicante, que puede solucionarlos para ti. Mira con qué facilidad lo hago con esta cinta. Ven. ¡Recurre a mí!” Este ángel es San Rafael, al que también se le ve abajo, conduciendo de la mano en medio de tinieblas a Tobías, sorteando con él las diversas dificultades relatadas en el Libro de Tobías. Le señala también el medio más seguro para llegar al fin de su jornada terrenal: seguir a la Estrella de la mañana, al Consuelo de los afligidos, al Auxilio de los cristianos.
La mirada de la Santísima Virgen tiene una expresión muy serena y maternal, con una mezcla de tristeza debido a los sufrimientos de sus hijos, a pesar de sus ingratitudes, y de complacencia, por el hecho de poder ayudarlos. Refleja también mucha pureza. Según los investigadores, para ejecutar el cuadro, el piadoso pintor se inspiró en un texto del obispo San Ireneo de Lyon. Este santo nacido en Asia Menor alrededor del año 140, fue discípulo de San Policarpo de Esmirna que, a su vez, lo fue del Apóstol San Juan Evangelista. Enviado a evangelizar la antigua Galia, San Ireneo —considerado el primer gran teólogo católico— es el autor de un tratado en cinco tomos llamado Adversus haereses (Contra los herejes), donde refuta a los gnósticos¹ galos y defiende la primacía del Papa. Según la tradición, fue martirizado siendo obispo de Lyon el año 202. Éste es el texto en referencia: “El nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe”.² Esta frase constituye una aplicación a Nuestra Señora de las palabras del Apóstol San Pablo refiriéndose a Jesucristo, en su Epístola a los Romanos: “Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rom. 5, 19). Después del pecado original, no hay quien no sienta el peso de la vida, de las preocupaciones y de las tentaciones, “del aguijón de Satanás que nos abofetea”, según la expresión de San Pablo (cf. 2 Cor. 12, 7). Cuántas veces hacemos buenos propósitos que no duran, cuántas veces andamos por caminos tortuosos y nos enredamos en nuestros propios problemas. Cuántos nudos que desatar... ¡Para obtener la gracia de desenredar tales nudos, nada más indicado que recurrir continuamente, por medio de la oración, a Aquella que los puede desatar! Notas.- 1. De “gnosis” (en griego, conocimiento): “Doctrinas de diversas sectas de los siglos II y III, en las cuales sus iniciados pretendan tener, de la religión y de todas las cosas, un conocimiento muy superior a aquel obtenido por la enseñanza de la Iglesia”. Paul Foulquié-Raymond Saint-Jean, Dictionnaire de la Langue Philosophique, Presses Universitaires de France, París, 1962, p. 103.
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