Soy católico, apostólico, romano y acepto sin dudas y con amor todas las enseñanzas de la Santa Iglesia. Pero sé que siempre se puede crecer en el conocimiento de los principios de la fe católica. Quisiera saber cómo es que Dios actúa en los acontecimientos humanos, interfiriendo en ellos y modificando su curso, principalmente en lo que se refiere al mundo material. En el campo espiritual, no parece haber mayor problema, pues, si pido la conversión de una persona, Dios puede darle una gracia. Si ella coopera, haciéndola eficaz, se convertirá. No obstante, si se trata de una persona enferma, y pido su curación, ¿cómo es que Dios hace para devolverle la salud? Y cuando se trata de efectos cósmicos —como la estrella que guió a los Reyes Magos hacia Belén, o el llamado Milagro del Sol, que sucedió el día y la hora previamente anunciados en Fátima— ¿cómo son producidos? ¿Dios modifica en estos casos las leyes físicas por Él mismo establecidas, para atender a nuestras súplicas o para transmitir ciertas señales a los hombres?
La pregunta pone en foco un gran tema de la doctrina católica, que es el de la providencia divina, e indaga cómo es que se produce concretamente esa actuación de Dios gobernando el mundo. Es conveniente, antes que nada, emplear una pequeña —pero importante— precisión en esta cuestión, que es deshacer la idea de que Dios creó el mundo, estableció las reglas de su desarrollo, y después se retiró egoístamente a los esplendores de su mansión celestial. Esto, alguien podría deducirlo toscamente del libro del Génesis (2, 2-3): “El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado”. No fue esa la intención divinamente inspirada del Autor sagrado, y sí indicar que la creación del universo estaba terminada. Después de la creación, Dios continúa su actuación
Pero si la creación estaba terminada, no lo estaba la actuación sapiencial y misericordiosa de Dios, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 301): “Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término”. Lo que ya San Pablo recordaba en su célebre discurso en el Areópago de Atenas: “En él [en Dios] vivimos, nos movemos y existimos” (Hch. 17, 28). Por eso, continúa el Catecismo (nº 302-303): “Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, «alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura» (Sab. 8, 1). [...] El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: «Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza» (Sal. 115, 3)”. La providencia y las causas segundas El mismo Catecismo de la Iglesia (nº306 y 308) nos lo aclara: “Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. [...] Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: «Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Fil. 2, 13)”. Aunque, en seguida, el Catecismo aplique este texto a las criaturas racionales, el principio vale también para las criaturas inanimadas, como los astros o las que producen los fenómenos atmosféricos en general, por ejemplo. No hay unanimidad entre los intérpretes de la Sagrada Escritura sobre la naturaleza de la estrella que guió a los Magos hasta Belén, pero podría ser algún asteroide impelido por ángeles. En este caso, serían las causas segundas actuando al mando de Dios, según las leyes de los movimientos de los cuerpos celestes. O también un milagro hecho directamente por Dios, que haga aparecer una estrella que antes no existía. Está en el poder de Dios proceder de una forma o de otra. Cómo sucedió concretamente, no lo sabemos, pero... “¡Creo en Dios Padre todopoderoso...!” Peligroso naturalismo obsesivo En esta cuestión, de debe evitar todo naturalismo obsesivo, que busca explicarlo todo por fenómenos naturales, rechazando la posibilidad de que Dios pueda suspender, cuando quiera, la aplicación de las leyes por Él mismo establecidas. En este caso, estaremos frente a un fenómeno sobrenatural, por lo tanto de un milagro, en el sentido estricto del término. Fue ejemplo de ese naturalismo un libro, muy en boga a mediados del siglo pasado, titulado Y la Biblia tenía razón. El autor procuraba mostrar que todos los milagros narrados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento correspondían a hechos que efectivamente habían ocurrido, no obstante se explicaban por causas enteramente naturales. Así, para el autor de ese libro, tenía razón la Biblia en presentarlos como hechos históricos, pero no como hechos milagrosos. Parece referirse a ese libro un sacerdote benedictino de origen húngaro que, a su vez, escribió un opúsculo sobre el llamado Milagro del Sol. De ese opúsculo, la Enciclopedia de Fátima, editada con el apoyo del Santuario de Fátima, publicó un extracto en el cual el autor observa: “Cabe recordar que la travesía del mar Rojo puede haber sido posible debido a la acción de un viento inusualmente fuerte; que un terremoto podrá haber secado las aguas del Jordán para que los israelitas pudiesen atravesarlo a pie enjuto; que el Sol habrá dejado de moverse en el cielo, obedeciendo la orden de Josué, por medio de un prolongamiento psicológico del día, causado por una tempestad de granizo súbita y muy fuerte que diezmó a los amalecitas” (Stanley Jaki, artículo Milagro del Sol, in Enciclopedia de Fátima, Princípia Editora, Estoril, mayo de 2007, p. 357).
Posibilidades tan sui generis, que además nunca se repitieron, merecen el siguiente comentario espirituoso: “Es más fácil creer en el milagro que en esas hipótesis inverosímiles...” En cuanto al Milagro del Sol, el autor invoca un fenómeno atmosférico denominado “lente de aire”, del cual sólo se comenzó a hablar a partir de la década de 1950. Resultaría de un movimiento rotativo en una masa de aire, la cual, si se cubre de hielo, podría fragmentar la luz del Sol en algunos colores del arco iris, produciendo así un espectáculo como el que ocurrió en Fátima en octubre de 1917. No obstante, el autor no es escéptico: “Si consideramos que aquello que fue observado en Cova da Iría fue una lente de aire, tendremos en manos la posibilidad de encararlo como un milagro físico” (p.357). Y añade que esas experiencias “son milagrosas en la medida en que son imprevisibles y muy raras” (p. 358). Ahora bien, el Milagro del Sol correspondía a un pedido de Lucía, y fue prometido por la Santísima Virgen en la tercera aparición, tres meses antes. Pero el fenómeno físico de la “lente de aire” —“imprevisible y muy raro”— vino a ocurrir precisamente el día y en la hora anunciados! Quien quiera creer... De cualquier modo, no hay cómo dejar de reconocer que en ello entró una interferencia de Dios en los fenómenos físicos, aunque obrando por medio de sus ángeles, a través de las causas segundas: un milagro, por lo tanto. La cuestión de las curaciones milagrosas Falta tratar del tema de las curaciones que pedimos a Dios en nuestras oraciones. No siempre, para atender nuestros pedidos, Dios necesita actuar directamente en el plano físico o corporal. Él puede hacer que la persona a quien pretendemos ayudar encuentre un médico que recete un buen remedio o un tratamiento eficiente. Pero puede ser también que la enfermedad sea incurable, y en este caso Dios interviene de manera milagrosa, haciéndola desaparecer de un modo que resulta misterioso para nosotros y para los médicos. A éstos les queda apenas reconocer que la curación no tiene explicación natural. Así ha sido en Lourdes, donde funciona un centro médico abierto a todos los médicos, creyentes o no, los cuales han declarado esas curaciones inexplicables. ¡Es el milagro, la intervención de Dios que supera nuestro entendimiento, pero que está en su poder; en poder de quien es infinitamente sabio, poderoso y bueno!
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