Conclusión de la transcripción de algunos textos* de Marie-Edmée Pau, que destacan por su impresionante profundidad de pensamiento y firmeza de principios, en una joven francesa del siglo XIX. Cid Alencastre “La vida sería realmente un laberinto sin salida, un problema sin solución, si no tuviéramos en el Catecismo algunas enseñanzas cuya profundidad apenas hace pocos días conseguí penetrar: «Dios nos creó para conocerlo, amarlo, servirlo, y por ese medio ganar la vida eterna». Éste es verdaderamente el fin de esta sucesión de años, de alegrías y de sufrimientos. ¡Oh!, ¿por qué no tenemos siempre presente esta verdad? ¿Por qué tantos desvíos en una ruta que es importante seguir sin demora?
“En la capilla de la Visitación, vi en una esquina a la Virgen del Carmen, que extendía su manto sobre las órdenes religiosas. Su fisonomía pálida y su gesto místico me llevaban a la contemplación mientras meditaba, en el fondo de mi corazón, sobre el extraño y terrible misterio de esta dulzura sin debilidad, de esta fuerza sin exceso, de esta energía sin rudeza, de este celo sin violencia. “Me acuerdo de las ceremonias en la admirable iglesia de Saint-Nicolas de Port. Tenía 4 ó 5 años y no sabía aún rezar correctamente el Rosario, pero exultaba de alegría al llamado de las campanas para la oración de la tarde. La poesía de mi infancia está allá, escondida bajo los pilares de aquella catedral. [...] ¡Oh, cómo eres bella, mi santa Religión! Sentido psicológico “Una gran mansión grisácea, en la plaza Mangin, recibía de vez en cuando nuestra visita [de Marie-Edmée y de su hermano menor, Gerald, el futuro general Pau]. Después de haber subido los tres peldaños de la escalera, tocábamos la campana y la puerta se abría. Luego, siempre silenciosamente, seguíamos al empleado que, después de habernos anunciado, nos dejaba en la entrada de un gran aposento, en el cual reinaba una perpetua penumbra. Mi primo, al que miraba como un personaje misterioso, viejo y curvado en su bata, meneando la cabeza y sonriendo con una sonrisa que me hacía estremecer de miedo, estaba sentado junto a la chimenea, en un amplio sillón de enfermo. “Del lado opuesto, su bella y aún joven esposa trabajaba, sentada junto a la ventana, mientras su hermana, la señorita Amelia, junto a una mesita cubierta de pequeñas manufacturas femeninas, tejía unas medias. “A Gerald y a mí, nos instalaban en una esquina junto a otra ventana, de donde podíamos ver la plaza; dos libros con ilustraciones estaban abiertos sobre nuestras rodillas, y nuestra prima ordenaba bandejas llenas de dulces y bombones, con los cuales la señorita Amelia abarrotaba nuestros bolsillos. Siempre me encantaron locamente las ilustraciones, pero prestaba muy poca atención a las de mi prima. Para mí, la gran sala formaba un cuadro mucho más interesante, y lo observaba. Examinaba las pinturas resguardadas por grandes marcos, que adornaban las paredes, y los personajes de las enormes tapicerías que se entremezclaban con las personas vivas. “He aquí, sin duda, lo que comunicaba a los componentes de este trío los colores misteriosos de los cuales ellos siempre se revistieron ante mis ojos. [...] Todo eso se introdujo en mi imaginación como un sueño en el que adquirían vida dos o tres generaciones, mezclándose con los vivos. Tanto es así que mi prima tan bella y desafortunada, mi primo casi decrépito, la señorita Amelia con sus historias rusas, me impresionaban tan a fondo como si fuesen verdaderos fantasmas”.
Pensamientos varios Su divisa: “Quien sabe morir no puede ser vencido”. Sobre sus contemporáneos:“A los pies de la Cruz yo los encuentro tan culpables, tan absurdos, que comprendo el furor de Moisés y el látigo del cual Jesús, dulce y humilde, se sirvió para expulsar a los mercaderes del templo”. La flor de lis: “Para mí es el símbolo radiante de la inocencia y de la libertad moral; emblema de la pureza, de esa virtud sublime que nos libera de la vergonzosa esclavitud a la materia”. Día 21 de enero (1864), aniversario de la muerte del Rey Luis XVI (guillotinado por los revolucionarios de 1789) y del martirio de Santa Inés: “Aniversario de una gran vergüenza francesa, de un doble martirio: el de un rey bueno, santo y noble, guillotinado por sus súbditos, y el de una bella joven romana, noble, pura como una estrella, y resplandeciente como ella: Santa Inés”. Sobre la persecución a los católicos polacos y al Papa Pío IX, en su siglo: “Hay almas que, a pesar de ser buenas y accesibles al bien, no se hacen eco de los nobles infortunios y de los grandes dolores. Todo cuanto pasa fuera del lugarcito en donde viven, de su círculo íntimo, de las amistades de su familia, e incluso, a veces, fuera de su persona, es para ellas como no sucedido, no existe. A aquellas almas, ¿qué les importan Polonia, el Papa y el resto de esa gran falange de héroes y de mártires contemporáneos, que combaten por su fe, por una idea o por la patria?” Hablando de los que se callaban frente a la persecución de los católicos en Polonia: “Ni aun así dejo de creer en la justicia y en el derecho de esa causa, porque sé que fue en nombre de la ley de Moisés que Jesús fue condenado, sé que los once se escondían en Jerusalén y que Pedro renegaba de su Maestro, sé que el último grito de Juana de Arco en el tribunal que la condenó fue dirigido al infame obispo de Beauvais. ¡Ah!, cuántas cosas tengo en el corazón a ese respecto...” Alma sufridora y combativa “Si fuese necesario que permaneciese siempre tan tranquilamente feliz como en este momento, acabaría por desfallecer y morir de tristeza; mi voluntad se ablandaría como la cuerda mojada de un arco; en el reposo mi alma perdería el vigor. Me siento mejor sufriendo y luchando. [...] No cambiaría mi futuro por el de alguna otra joven rica, que se casa con alguien para volverse importante: una señora cuya vida se la pasa conversando futilidades y en vestirse”.
Al saber que se iniciaría una guerra entre Francia y Prusia (1870): “Nosotros [los franceses] hemos merecido ampliamente este castigo que comienza. Más que cualquier otro crimen, la cobardía no se lava a no ser con sangre. ¡Oh Polonia, tu abandono [por Francia] clama por venganza. [...] Creo que el dolor, para la sociedad como para el individuo, está destinado a erguir la naturaleza humana, purificándola, pero a condición de ser comprendido. [...] Si la guerra fuera vista apenas como una decapitación de cerdos, retrocederíamos algunos pasos y prepararíamos nuestra cama para ir nuevamente a dormir. ¡Antes morir que presenciar tal cosa!” Previsión de castigos y regeneración de la humanidad, en el espíritu de Fátima: “En nuestro tiempo, en las aspiraciones inquietas de los espíritus, en la duda y en la oscuridad que nos rodean en nuestros pasos al futuro, en ciertas voces de aflicción que escapan de los Noés de nuestra época, creo como muchos otros en una revelación más terrible que la del Sinaí, más fecunda que aquella hecha a Pedro el día de Pentecostés, creo en un cataclismo semejante al que puso fin al Imperio Romano y en la regeneración que fundó la Edad Media. Y clamo del fondo del corazón: «¡Señor, santos: dadnos santos!»” * Marie-Edmée Pau, Le Journal de Marie-Edmée, Plon, Paris, 1876.
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