Pensamientos admirables recogidos del Diario de Marie-Edmée* (1845 –1871), joven francesa de Lorena, hermana del General Pau, que tuvo un destacado papel en la Primera Guerra Mundial Cid Alencastre En un cuarto cerrado, una persona respira con dificultad el aire viciado y contaminado de aquel ambiente. De repente alguien, desde afuera, abre una ventana y el aire puro y perfumado de un campo florido inunda el aposento. ¡Qué sensación de alivio!
Fue esta sensación la que tuve, en medio de los quehaceres de este tiznado y desdichado año de 2007, al leer el Diario de una joven de antaño, más concretamente del siglo XIX, en que relata sus reflexiones sobre la vida cotidiana y los acontecimientos de su tiempo. Algunos juicios de la joven e inexperta lorenesa, inclusive sobre personas o corrientes de pensamiento de su época, son pasibles de controversia. Pero se equivocaría quien quisiese fijarse en aquello para desmerecer el conjunto del Diario, que denota un alma pura, combativa, profundamente católica, que ama la virtud, sin haber querido nunca ser monja ni casarse. La elevación de sus pensamientos de tal modo impresiona, que quise comunicar al menos una parte de ellos a mis lectores. La idea de la muerte como liberadora está continuamente presente en sus reflexiones. ¿Manía? ¿Vocación divina? Esta última hipótesis toma consistencia cuando se tiene presente que ella murió a los 26 años de edad. A nosotros, ciudadanos de este inicio del siglo XXI, envueltos a disgusto en los miasmas esparcidos por los medios de comunicación invasores, por el progresismo que todo corrompe, por la inmoralidad del ambiente, la lectura de estos textos lleva a exclamar: ¡Oh Civilización Cristiana! ¡Cuántos y cuán maravillosos frutos produjiste, y qué crimen sin nombre cometieron y cometen todos cuantos trabajaron y trabajan para tu demolición, dentro y fuera de la Santa Iglesia! Vamos, pues, a los magníficos textos. Sentido psicológico “En los días en que el mal tiempo nos impedía cualquier paseo, a pie o en vehículos, yo me instalaba en el salón, detrás del sillón de mi tía. Allí se encuentra, delante de una ventana, un pequeño escritorio en el cual me sentaba para dibujar cómodamente. Desde ese pequeño observatorio yo examinaba y juzgaba a las personas. Cuántas personas amables o insípidas, tímidas u osadas, surgían una por una ante mis ojos. Cuántos bellos tipos para dibujar, banalidades de toda especie que describir, si sintiese alguna malicia en mi espíritu. Y si tuviese una pluma graciosa y fina, cómo me extendería largamente también sobre las raras excepciones, fisonomías dulces y poéticas, percibidas acá y allá. A veces era una bella mirada que me revelaba toda un alma; otras veces era una palabra salida del corazón, que respondía a la acogida bondadosa y simpática de mi querida tía.
Pensamiento profundo “Las despedidas, ¡las despedidas! Se las debería incluir en el número de los más crueles dolores humanos, pues ellas son, en cada ocasión, la imagen de la última separación. Acción de gracias al Señor “¿Qué he hecho de más, comparada a tantas otras, para que el Señor me deje sobre la tierra, mientras a mi alrededor mis amigas, niñas de mi edad, me dejan en el camino que seguíamos juntas, para echarse bajo la fría lápida de una tumba? ¡Ah! Dios mío, nada he hecho para agradeceros la gracia de vivir. ¡A mi edad [15 años], tantos santos ya habían merecido vuestro amor! Os pido perdón. Mas a esta gracia de la vida añadisteis la de hacerme nacer en el seno de una familia sinceramente católica, ¡de la cual tantos otros se encuentran privados! Una vez más, ¡gracias, Dios mío! Pero, yo os pido, añadid un nuevo favor, el de la perseverancia en todas las gracias recibidas; la perseverancia para cumplir mis buenas resoluciones, porque sin Vos, Señor, no soy sino flaqueza y miseria. Con vuestra gracia, me vuelvo a erguir y la fuerza se vuelve mi destino. Visita a la Catedral de Chartres “¡Cuántas generaciones pasaron sucesivamente bajo estos arcos [góticos]! ¡Cuántas almas santas rezaron a Dios en este mismo lugar donde ahora me arrodillo, por donde yo paso! ¡Ah! esos millares de almas están olvidados. De aquí a cien años, ¿qué quedará de mí, de mi nombre, de mi memoria? Nada. Así marcha el mundo, todo pasa y todo muere. ¡Sólo Vos, oh mi Dios, sólo Vos sois inmutable y eterno, y vuestro Nombre subsistirá para siempre!
Ambiente acogedor de las iglesias “Siempre asisto con emoción a estas Misas matinales. En la oscuridad que reina en la iglesia hay un no sé qué, que conduce el pensamiento a los días de luto y persecución en que los primeros cristianos, refugiados en las catacumbas, celebraban sus misterios. ¡Cuánto fervor en las almas de esos generosos discípulos de Cristo, que se aproximaban de la mesa santa para recibir el Pan de los fuertes, la prenda de una eterna vida, ignorando si el día que se levantaba sobre sus cabezas no sería el último de sus vidas! No está aún muy apartado de nosotros ese otro tiempo de persecución, durante el cual los cristianos fueron obligados a esconderse para celebrar su culto. Sí, Jesús de Nazaret, en el tiempo del Terror [período de la Revolución Francesa] había aún fieles adoradores en tierras de Francia, y el recuerdo de tantos apóstoles mártires reanima mi fervor. Me gusta rezar en nuestras iglesias, a la luz débil y parpadeante de las velas. En medio de la oscuridad, entonces brotan de mi corazón las mejores plegarias. Anti-Revolución Francesa “¿Será necesario hacer aquí el elogio de Henri de la Rochejaquelein? [héroe de la región de la Vandea, que combatió la Revolución Francesa]. Lo que puedo decir es que la palabra vendéen (vandeano) siempre encontró eco en mi corazón; ella es para mí sinónimo de héroe y de mártir. Siempre me entusiasma el pronunciar u oír pronunciar ese nombre.
Alma combativa [Un cuerpo de ejército se hace oír en una ceremonia militar]: “La música militar, los tambores tocan en los campos, los clarines, la voz celeste de las campanas, el tronar del cañón, todo esto llega hasta mí y me embriaga. Yo me encuentro en un arrebatamiento de gloria. Un extraño escalofrío me agita de pies a cabeza. En el fondo de mi alma hay un eco que responde a esas armonías lejanas. ¿Por qué mi corazón late así al toque del tambor? ¿Por qué el tronar del cañón, el olor a pólvora me agitan así? Meditando sobre Santa Juana de Arco “Su frente [de una estatua de Santa Juana de Arco] está inclinada, como si los pensamientos que la asaltan la aplastasen con su sublimidad. Su cuerpo de doncella está cubierto con una coraza, y sus manos, cruzadas castamente, presionan una espada contra su corazón. Un casco, guantes de hierro yacen a sus pies. La lluvia que cae en este momento lustra sus cabellos y su coraza de acero; las hojas secas se arremolinan en torno de ella y se amontonan sobre el pedestal, como los años sobre su remembranza. ¿Qué le importa las hojas secas a la naturaleza? La primavera saldrá gloriosa del invierno, y las renovará. ¿Qué le importa también el sol o la nieve a la estatua? Ella permanecerá de pie a pesar de todo. ¿Qué importan los años, mi Juana tan amada, a quien dejó sobre la tierra un nombre semejante al tuyo? Él vive en la memoria de los pueblos y se conservará en los corazones”. * Marie-Edmée Pau, Le Journal de Marie-Edmée, Plon, París, 1876.
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