El pecado mortal es la mayor ofensa que el hombre puede hacer a la infinita majestad de Dios, quien sin merecimiento alguno suyo le ha creado de la nada, le conserva generosamente, le libra de innumerables males de cuerpo y alma, le colma de inmensos beneficios y le ama con infinito amor (cf. E. Horcajo Monte de Oria, «El Cristiano instruido en su Ley», Madrid, 1891, p. 397).
Por razón de la manera como se cometen, los pecados se dividen en pecados de pensamiento, de palabra, de acción o de omisión. Bajo el nombre de pecados de pensamiento, se comprende el simple pensamiento o representación, el deseo y la alegría o la complacencia. Hay pecado de simple pensamiento, cuando uno se complace voluntariamente en las representaciones malas, por ejemplo, en materia de lujuria o de venganza. Un pensamiento perverso no llega a ser realmente criminal sino por el placer que se tiene en él y por el consentimiento con que se acepta. Hay pecado de deseo, cuando se anhela consumar el acto que es objeto de un pensamiento malo. Hay pecado de complacencia cuando uno se complace en el recuerdo del mal que ha hecho. Se peca con palabras teniendo conversaciones contra la Fe, contar la religión, la caridad, la justicia y el pudor; profiriendo, por ejemplo, blasfemias, calumnias, mentiras, perjurio y palabras deshonestas. Hay pecado de acción, cuando se hace lo que está prohibido; y pecado de omisión, cuando no se hace lo que está mandado, aunque haya conocimiento y posibilidad de hacerlo. Por ejemplo, cuando se falta sin motivo legítimo a misa los domingos (cf. F. X. Schouppe S.J., Curso abreviado de religión, París-México, 1906, pp. 434-435). * * * Hay dos clases de pecados: original y actual. El pecado original es aquel con que todos nacemos y que hemos contraído por la desobediencia de nuestro primer padre Adán. Los daños del pecado de Adán son: privación de la gracia, pérdida del paraíso, ignorancia, inclinación al mal, la muerte y todas las demás miserias. El pecado original se borra con el santo Bautismo. Pecado actual es el que comete con su libre voluntad el hombre llegado al uso de razón. Hay dos clases de pecado actual: mortal y venial. Pecado mortal es una trasgresión de la Ley divina, por la que el pecador falta gravemente a los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se llama mortal porque da muerte al alma, haciéndola perder la gracia santificante, que es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo. El pecado mortal priva al alma de la gracia y amistad de Dios; le hace perder el Cielo; la despoja de los méritos adquiridos e incapacita para adquirir otros nuevos; la sujeta a la esclavitud del demonio; la hace merecedora del infierno y también de los castigos de esta vida. Para pecar mortalmente se requiere, además de materia grave, plena advertencia de esta gravedad y deliberada voluntad de pecar. Pecado venial es una trasgresión leve de la divina Ley, por la que el pecador sólo falta levemente a alguno de los deberes con Dios, con el prójimo o consigo mismo. Se llama venial porque es ligero respecto del pecado mortal, no hace perder la divina gracia y Dios más fácilmente lo perdona. No hacer gran caso del pecado venial sería un grandísimo engaño, ya porque el pecado venial siempre contiene alguna ofensa de Dios, ya por los daños no pequeños que acarrea al alma. El pecado venial debilita y entibia la caridad; dispone al pecado mortal; y, nos hace merecedores de grandes penas temporales en este mundo y en el otro (Catecismo Mayor de San Pío X, Ed. Magisterio Español, Vitoria, 1973, pp. 125-127).
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