El fruto social propio de una era de fe es la civilización cristiana. Y un fruto característico de la civilización cristiana es el surgimiento de grandes talentos en todos los campos. Precisamente el 2006, el mundo entero conmemora los 250 años del nacimiento de uno de los mayores genios musicales de todos los tiempos. El armonioso resonar de sus melodías traspone los siglos. Carlos Eduardo Schaffer Wolfgang Amadeus Mozart nació en Salzburgo el 27 de enero de 1756 y falleció en Viena el 5 de diciembre de 1791. Es uno de los compositores más conocidos del mundo. Durante todo este año, en Austria y en otros países está siendo conmemorado el 250º aniversario de su nacimiento con múltiples programas. Es una ocasión oportuna para que muchas de sus obras, incluso las menos conocidas, sean presentadas no solamente en su tierra natal, sino en todos los cuadrantes de la Tierra. Caminando por Viena, en todas partes se ven carteles anunciando ya sean conciertos, exposiciones de objetos relacionados con su vida y época, o bien alguna conferencia sobre el tema. El día 27 de enero, fecha de su nacimiento, sus composiciones fueron interpretadas en las salas más importantes de ópera o de música del mundo entero. ¿Un nuevo estilo musical? En Salzburgo, su ciudad natal, se representaron todas sus obras escénicas, entre las cuales algunas ya casi olvidadas, como La finta giardiniera (La jardinera fingida). Ya desde fines del año pasado, fue inmenso el número de grabaciones nuevas o antiguas de sus composiciones lanzadas al mercado. Se podría preguntar si todo este entusiasmo alrededor de la obra musical de Mozart se justifica, o si hay en ello alguna exageración provocada por el deseo de las empresas grabadoras y exhibidoras de aumentar su facturación. Sin negar que pueda haber también un interés comercial, consideremos la obra de Mozart en su contexto histórico. Cuando sobrevino la muerte de Johann Sebastian Bach (1685-1750), se hallaba de cierta manera en su apogeo la música llamada barroca, cuyo desarrollo había comenzado aproximadamente a comienzos del siglo XVII con Claudio Monteverdi. Después de Bach, parecía necesario encontrar un nuevo rumbo musical, si no se deseaba permanecer en formas que ya habían alcanzado su máxima expresión, y por lo tanto no podían traer nada más de fundamentalmente nuevo. Era preciso, por lo tanto, crear un nuevo estilo. En su forma inicial, este nuevo estilo, que llegó a Alemania a través de Francia, fue denominado “estilo galante”. Sin embargo, Francia no entregó al mundo musical un estilo enteramente desarrollado. Le cupo esa tarea a la “Escuela de Mannhein”, cuyo nombre se debe al hecho de que sus músicos y su orquesta estaban al servicio de la corte del príncipe Karl Theodor, soberano del Palatinado, cuya capital era Mannhein. Por esta corte pasaron numerosos compositores e intérpretes famosos, como Stamitz, Cannabich, Holzbauer y otros más, que llevaron el “estilo galante” a su perfección.
Wolfgang Amadeus Mozart, en una de sus innumerables viajes, pasó por Mannhein y conoció de cerca a esa escuela, que fue una de las sus principales fuentes de inspiración. Fue también influenciado por uno de los hijos de Bach, Johann Christian, famoso hoy sobre todo por sus sinfonías, y que desarrolló un “estilo galante” ligero y melódico. Es interesante notar que, mientras Mozart fue influenciado por Johann Christian Bach, Joseph Haydn se inspiró en Carl Philipp Emmanuel Bach, otro hijo del gran Bach, que compuso en un estilo barroco mucho más próximo del de su padre. Esto explica en parte por qué la música de Haydn, si se compara a la de Mozart, parece más seria, más grave. Mozart desarrolló, en general, aspectos más galantes y alegres de la producción musical. Un estilo muy propio Reconocido como genio musical desde su tierna infancia —a los cinco años dio un concierto para la Emperatriz María Teresa—, Mozart viajó mucho desde su juventud, presentándose para tocar en numerosas cortes europeas. Al mismo tempo, oyó a todos los compositores importantes de su época. Poseía una memoria musical impresionante y una gran capacidad de captar intuitivamente el espíritu de las piezas musicales. Tenía un gran sentido melódico, y su oído era absoluto. Con tales dotes, captó en sus viajes lo mejor del espíritu musical de su tiempo. Debido a su genialidad, no es de sorprender que haya conducido la música de entonces a un auge de perfección, creando un estilo que realmente merece ser llamado de clásico, por su valor estético universal. Y también, conviene resaltar, su estilo presenta una nítida y elogiable nota aristocrática. Mozart fue compositor en la corte del obispo-príncipe de Salzburgo, que era al mismo tiempo obispo y señor temporal de aquel principado, que fue territorio soberano hasta la disolución del Sacro Imperio. Permaneció en Salzburgo hasta los 25 años, cuando, a causa de desacuerdos con su empresario, se mudó a Viena, aunque contra la voluntad de su padre. En Viena, no fue a servir en el palacio imperial o en alguno de los muchos palacios de la alta nobleza allí existentes. Prefirió ser compositor independiente, viviendo, por así decir, de la venta de las obras que componía. Esta independencia —que más tarde, con Beethoven, pasó a ser la norma— en los días de Mozart era inusitada. Si bien componía sus obras en el estilo de su época, Mozart creó un estilo muy propio. Presenta una individualidad característica, que lo diferencia de la gran mayoría de los autores contemporáneos suyos. Su música tiene, por así decir, su “firma”. Por eso, incluso personas que no escuchan habitualmente música clásica son capaces de identificar a Mozart, cuando se toca una música de su autoría. Comparaciones entre estilos Estrictamente hablando, se discute si fue con Mozart que se llegó al fin del período clásico de la música. Si bien es verdad que Beethoven, al inicio de su producción artística siguió los cánones clásicos, inspirándose de modo particular en Haydn, es necesario reconocer que, especialmente a partir de su tercera sinfonía, rompió con las normas del período clásico. Y pasó a adoptar un estilo caracterizado por el sentimentalismo romántico. La nueva era que se gestaba puede ser denominada de “post-Revolución Francesa”. En ella, tanto en las óperas como en la música instrumental, está presente la idea de un nuevo humanismo, del triunfo del racionalismo sobre la mentalidad antigua.
Para quien tenga la posibilidad de oír las innumerables obras de Mozart, recomendamos comparar entre sí algunas que hayan sido compuestas con una cierta distancia en el tiempo. El oyente percibirá no solamente una diferencia en la capacidad de composición —las obras se van haciendo más complejas, más interesantes del punto de vista analítico, pero también van cambiando de estado de espíritu, de intención filosófica, de visión del mundo implícita. Tal cambio es más fácil de notarse en las óperas, por el hecho de que, más allá de ser obras musicales, lo son también teatrales. Para percibir en qué medida las obras de Mozart se sitúan en una fase de transición entre el Ancien Régime y el período “post-Revolución Francesa”, conviene comparar sus primeras óperas —bastante desconocidas, difíciles de encontrar en grabaciones de buena calidad— con aquellas compuestas más tarde. Pero también observar, dentro de una misma obra, cómo hasta incluso del punto de vista musical algunos personajes se oponen a otros. Así, por ejemplo, en “La Flauta Mágica” comparar a la “Reina de la Noche” con Sarastro, o aun a Tamino y Pamina con las damas de la “Reina de la Noche”. En “Don Giovanni”, comparar a los campesinos Zerlina y Masetto con los nobles Don Juan y Doña Elvira, y así sucesivamente. Mozart presenta en estas obras no solamente diferentes clases sociales o generaciones, sino opone una nueva mentalidad revolucionaria a la del Ancien Régime, lo que se refleja en los diálogos y en la caracterización de los personajes, pero claramente también en la música que interpretan. Mucho más aún se podría decir de Mozart. Espero, sin embargo, que este breve artículo, en que intento presentar un análisis rápido del autor, pueda incentivar a los lectores de Tesoros de la Fe a profundizar su conocimiento sobre la prodigiosa obra de este genial compositor.
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