La Palabra del Sacerdote El ideal de la santidad

PREGUNTA

Me confieso frecuentemente, recibo la Eucaristía todos los domingos y he procurado hacer algunos sacrificios para agradar a Dios, para ayudar a salvar almas del infierno, para ser bendecida y vivir la vida eterna. Me parece extremamente maravilloso vivir en esta tierra y poder dedicar la vida a Dios.

Estoy lejos de ser santa, muy lejos... Por favor, rece por mí para que consiga vivir la vida entera del lado de Dios. Gracias por su atención.


RESPUESTA

Es grato y reconfortante para un sacerdote recibir la presente carta, de un alma que respira una atmósfera primaveral de vida espiritual. De modo que la respuesta podría ser esta simple frase: ¡tenga una ardientísima devoción a la Santísima Virgen y continúe así para alcanzar la santidad y la vida eterna!

No obstante, un sacerdote con alguna experiencia en la guía de almas sabe que el largo trayecto que va del inicio de nuestra vida espiritual hasta el momento extremo de la entrega del alma a Dios, en el terrible trance de la muerte, está muy lejos de ser tan simple. Dicho sea de paso, no es necesario ser sacerdote para saber eso, pues cualquier alma por poco que haya caminado en la vida espiritual, pronto se dará cuenta que nuestro paso por esta vida está lleno de percances de todo orden. Cabe entonces, en primer lugar, mostrar la belleza de la atmósfera primaveral, y en seguida prevenir al alma sobre los obstáculos que, más tarde o más temprano, se levantarán ante ella.

Dios y la salvación eterna, el centro de todo

Quien me escribe considera “extremamente maravilloso vivir en esta tierra y poder dedicar la vida a Dios” y manifiesta su deseo de vivir la vida entera “del lado de Dios”. Ella escogió el lado acertado, el lado de Dios, frente a tantos otros —la inmensa mayoría, en este mundo que vivimos— que asumieron una posición contraria a Dios y a la Santa Iglesia.

Por lo tanto, debemos estar del lado de Dios. Y esto implica, desde luego, una devoción entrañada a la Santísima Virgen, que nos conducirá con certeza a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Implica también un embate contra aquellos que se colocaron contra Dios, pues éstos inmediatamente comienzan a no placerles nuestra posición religiosa, censurando nuestras devociones, los principios de la moral católica que practicamos, los vestidos modestos que usamos, nuestra reprobación a la inmoralidad reinante en casi todos los ambientes, nuestro rechazo a hojear las revistas inmorales que penetran hasta en las casas de familias que se llaman católicas, y también nuestro rechazo a ver programas inmorales de TV, internet, etc.

En estas condiciones, si estos embates no comenzaron para nuestra feliz lectora, que aproveche esta tregua que Dios permite a su alrededor, para consolidar la convicción de que debemos estar del lado de Dios todos los días de nuestra vida, y así alcanzar la bienaventuranza eterna en el Cielo, para la cual nacimos, y evitar el infierno.

Y aquí va un primer consejo: siempre que esté delante de personas aparentemente correctas, pero en las cuales al cabo de un tiempo se percibe que en su horizonte mental no ocupa el primerísimo lugar esa necesidad suprema de agradar a Dios y alabarlo, alcanzar el Cielo y evitar el fuego del infierno, tome cuidado, porque cuando menos lo espere, esas personas estarán tomando posiciones y dando consejos que, en la mejor de las hipótesis, hacen caso omiso de Dios. Es el “ateísmo práctico”. Ahora bien, no siempre el demonio nos arrastra directamente hacia el pecado, sino muchas veces apenas para una posición no pecaminosa, pero en la cual Dios está ausente. Cuando una persona se acostumbró a prescindir de Dios, poco falta para que el demonio la arrastre hacia el pecado directo y formal. De modo que el simple “olvido” de Dios ya es una infidelidad a Dios, una falta moral, una rampa para el pecado venial y después para el pecado mortal.

Enfermedades y contratiempos, insultos y vejámenes

Pero la vida en esta tierra no se sitúa apenas en ese plano elevado de los principios y luchas espirituales, que debemos enfrentar gallardamente. Por el bautismo fuimos incorporados a la Iglesia –militante– y por el sacramento de la Confirmación fuimos ungidos y armados caballeros, para combatir al infierno, al mundo y a la naturaleza corrompida. En esta vida, el hombre está continuamente sujeto a sufrimientos y enfermedades corporales, disgustos y contratiempos de todo orden en su vida material y social. Las almas son muy diferentes unas de otras, e incluso entre personas virtuosas surgen divergencias que nos hacen sufrir. Además, a consecuencia del pecado original, nuestros defectos personales y los de los otros entran en choque, y causan desavenencias que no es raro den origen a insultos y vejámenes, para no hablar de desenlaces más graves, como crímenes y tumultos. Los periódicos están llenos de acontecimientos trágicos de los cuales podemos ser víctimas cuando menos lo esperamos. ¿Cómo queda en medio de todo esto el alma que, en su generosidad inicial, no pensaba sino en agradar a Dios y servirlo de todo corazón?

Como la aguja magnética está continuamente vuelta hacia el norte magnético del planeta, así también, cuando somos sacudidos por los percances de esta vida, debemos esforzarnos en reconducir la orientación de todas nuestras acciones hacia nuestro polo espiritual que, como bien señala en la pregunta, ¡es siempre Dios! Y así, cualquiera que sea la enfermedad o contratiempo, insulto o vejamen por el que pasemos, debemos decir como sugiere la Imitación de Cristo: “Sit nomen tuun, Domine, benedictun in saecula, quia voluisti hanc tentationen et tribulationen venire super me”, o sea: “Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito, que quisiste que viniese sobre mí esta tentación y tribulación” (Libro III, 29, 1). Este acto de conformidad con la voluntad divina, en las circunstancias más adversas, reconduce al alma hacia su polo supremo, que es y no puede ser otro sino Dios. La bondad y la protección de la Virgen Santísima nos son indispensables en esas horas.

Para que el alma no se abata jamás con las adversidades de la vida, conviene tener en vista, y quizás repetir muchas veces, las conocidas aspiraciones de Santa Teresa de Jesús:

Nada te turbe, / nada te espante, / todo pasa, / Dios no se muda. / La paciencia todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta, / sólo Dios basta.

Es un consejo más, perfectamente conforme a los mejores autores espirituales, para que la aguja magnética de nuestra vida espiritual se vuelva continuamente hacia su polo único e insubstituible que es Dios.

Por el bautismo fuimos incorporados a la Iglesia militante, y por el sacramento de la Confirmación fuimos ungidos y armados caballeros para combatir al infierno, al mundo y a la naturaleza corrompida

Llamado especial a la santidad

Los autores espirituales muestran que el llamado de Dios a la santidad es universal, es decir, está dirigido a todos los hombres. Sin embargo, algunas almas son favorecidas por Dios con gracias particulares que constituyen un llamado especial para practicar la máxima evangélica: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 8, 48).

Mi interlocutora pide que rece por ella para alcanzar esa santidad, de la cual se siente aún muy lejos. Lo haré con gusto, pidiendo también que ella haga lo mismo por mí y por todas las almas necesitadas de un consejo y de una orientación.

Y naturalmente lo pediré por intermedio de María Santísima, Medianera de todas las gracias, quien está sumamente empeñada en unirnos, lo máximo posible, a su divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.     



Santa Jacinta de Mariscotti Mensaje ocultista anticatólico en «El Código Da Vinci»
Mensaje ocultista anticatólico en «El Código Da Vinci»
Santa Jacinta de Mariscotti



Tesoros de la Fe N°49 enero 2006


Santa María, Madre de Dios
Mensaje ocultista anticatólico en «El Código Da Vinci» La santidad de la madre Santa María Madre de Dios Octavo Mandamiento No dirás falso testimonio ni mentirás Santa Jacinta de Mariscotti El ideal de la santidad



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